Para los puristas no se trata de una ópera, pero el Teatro Municipal de Santiago de Chile apostó a la mayor expresión de la lírica para traer de vuelta a los escenarios Fulgor y Muerte de Joaquín Murieta, un poema épico de Pablo Neruda que tuvo su primer encuentro con la música hace 36 años.
La obra, que se presentó entre los días 12 y 19 en Santiago, representará a Chile en el Festival de Savonlinna, en Finlandia, uno de los más prestigiosos certámenes mundiales de ópera, que se realiza a fines de julio en un castillo del siglo XII.
Hasta ese festival viajará el elenco de 205 personas que trabajan en el montaje, entre técnicos, músicos, actores y, lo fundamental, los cantantes, encabezados por el tenor Tito Beltrán y la soprano Marcela de Loa, protagonistas centrales del espectáculo del que Maximiano Valdés es su director de orquesta.
El poema sobre Joaquín Murieta fue escrito en los años 60 por Neruda, el poeta chileno que en 1971 fuera reconocido con el premio Nobel de Literatura y que falleció el 23 de septiembre de 1973, pocos días después del golpe de Estado que derrocó al gobierno del socialista Salvador Allende.
Hasta hoy, los historiadores discuten si Murieta efectivamente existió, mientras persiste también el debate sobre su nacionalidad, pues tanto chilenos como mexicanos lo reivindican para su respectivo ancestro.
Los anales, históricos o literarios, lo identifican como un modesto trabajador que en el siglo XIX emigró con su esposa desde el puerto chileno de Valparaíso hasta California, en la costa occidental de Estados Unidos, como tantos otros latinoamericanos atraídos por la quimera del oro.
En tierras estadounidenses sufre la discriminación de elementos racistas que violaron y mataron a su mujer, lo cual lo llevó a tomar las armas y ponerse al margen de la ley para combatir a sus explotadores y defender a otros latinoamericanos perseguidos.
Murieta se convirtió así en una suerte de Robin Hood que asaltaba bancos y ferrocarriles para ayudar a sus hermanos latinos, con lo cual se va forjando la leyenda del emigrante que se enfrenta a la explotación y abusos de los gringos en el propio Estados Unidos.
Un personaje así atrajo a Neruda, militante del Partido Comunista, que no sólo le dedicó un extenso poema sino que luego se interesó en que esos versos fueran musicalizados para multiplicar su difusión artística.
Así, el poeta trabajó con el compositor Sergio Ortega, que echó mano a ritmos andinos, cuecas y otras propuestas folclóricas latinoamericanas para musicalizar extensos pasajes del poema, que mantuvo partes narradas, dando origen a la cantata Fulgor y muerte de Joaquín Murieta.
La obra se presentó en 1967 en el Teatro Antonio Varas, de la Universidad de Chile, con gran éxito de público. Fue tal la satisfacción de Neruda, que en una fiesta de celebración en su residencia en la localidad costera de Isla Negra se disfrazó del propio bandido.
Así lo recuerda Manuel Basoalto, un documentalista que guarda imágenes de esa fiesta que incorporará en un DVD (disco de video digital) sobre la trayectoria de esta obra, que por encargo del propio Neruda se desplazó desde su propuesta original de cantata a una ópera.
El poeta, en alguna medida, dejó a Ortega como herencia el encargo de que desplegara aún más la partitura del poema y el músico se dedicó a ello durante gran parte de los años en que permaneció en París, forzado al exilio por la dictadura del general Augusto Pinochet (1973-1990), para terminar finalmente la tarea en 1994, ya de regreso en Chile.
La nueva propuesta poético-musical se montó por primera vez en 1998, bajo la dirección de Gustavo Meza, mientras que el montaje realizado ahora por el Teatro Municipal de Santiago tiene como director a Fernando González, quien participó como actor en la cantata de 1967.
Ortega, de acuerdo a los deseos de Neruda, mantuvo para la ópera el empleo de ritmos folclóricos, con el fin de reflejar el mundo variopinto de latinos atraídos a California por la fiebre del oro.
Así, esta singular ópera contiene cuecas, tonadas, cachimbo (ritmo andino), tango (de las áreas urbanas del Río de la Plata), salsa (ritmo caribeño) que acompañan al canto lírico, e incluso incrustaciones de jazz y spirituals, los cantos de los esclavos negros en Estados Unidos.
El misterio (musical) y la poesía que vuela muy alto hace que algunos críticos me pregunten si es ópera o no. Eso me divierte mucho, porque demuestra la maestría de Neruda para navegar de un género a otro, terreno en que yo lo sigo a las mil maravillas, dijo Ortega a la revista Qué Pasa, de Santiago.
Opera compleja, ópera moderna, ópera chilena, son algunos de los calificativos para esta obra, que es imposible de encasillar dentro de los tradicionales géneros musicales, según advirtió el crítico Juan Alfonso Pino.
Hay que tomarla como lo que es: teatro cantado con elementos de diversas manifestaciones del mundo de la música para la escena, señaló Pino.
La emotiva belleza del texto de Pablo Neruda y la atractiva y variada partitura de Ortega se concretaron en un trabajo que lució aquella unión indispensable entre todos los intérpretes involucrados para que un espectáculo lírico transmita una vivencia artística significativa, escribió otro crítico, Francisco Gutiérrez, tras el estreno del día 12.
El registro de esta singular ópera no quedará sólo en el DVD sino también en un disco compacto, cuya preparación está también a cargo de Manuel Basoalto, este documentalista y sobrino-nieto de Neruda, cuyo nombre de nacimiento fue Neftalí Reyes Basoalto.