La mayoría chiita de Iraq parece temer más al resurgimiento del poder sunita que a la presencia temporal de Estados Unidos, por eso trata de organizarse para colaborar en el gobierno de transición supervisado por Washington.
La búsqueda de afirmación del poder chiita no sorprende, porque esta rama del Islam mayoritaria en Iraq fue el grupo más reprimido bajo el depuesto gobierno de Saddam Hussein, dominado por sunitas, y ahora está determinada a no dejarse dominar por ningún otro grupo.
Pero la propia comunidad chiita está dividida. La ciudad sagrada de Najaf es una vorágine de facciones rivales, la mayoría de ellas antiestadounidenses, aunque algunas están dispuestas a cooperar con los nuevos agentes del poder por ahora.
La mayoría de los clérigos chiitas son más antiestadounidenses que sus seguidores. En general, los chiitas están contentos por haber sido liberados de Saddam Hussein, y muchos quieren que Estados Unidos liquide los vestigios del régimen y estabilice al país antes de retirarse.
En este contexto, es significativa la probable participación del Consejo Supremo para la Revolución Islámica en Iraq, con sede en Irán, en el gobierno de transición iraquí supervisado por Estados Unidos.
Su líder, Mohammed Baqir Al-Hakim, regresará este fin de semana a Iraq luego de décadas de exilio en Irán.
No existen dudas sobre el sesgo proiraní del Consejo, que se refugió en Irán mientras Saddam Hussein ocupaba el poder en Bagdad.
Pero la decisión de Estados Unidos de invitar al grupo indica una convergencia de intereses entre Teherán y Washington mucho mayor de lo que sugiere el discurso del gobierno de Estados Unidos, que advirtió a Irán sobre interferir con los esfuerzos de formación de un nuevo gobierno en Iraq.
El Consejo Supremo para la Revolución Islámica no es el único movimiento político chiita, y ni siquiera el más grande. El partido Dawa tiene una presencia mucho mayor en Iraq, y su base de apoyo entre los chiitas es vasta.
Pero Estados Unidos ignora a Dawa. El partido no participó de la reciente reunión de grupos opositores, ni fue invitado a integrar el consejo interino de gobierno.
Los miembros de Dawa en Iraq suenan moderados en su oposición a Estados Unidos, pero los líderes llegados del exterior son más radicales.
Si Washington logra incorporar al elemento iraní de los chiitas al nuevo gobierno, podría contener toda resistencia a su intervención en Iraq.
Mientras, en Thawra (ex Ciudad Saddam), los clérigos chiitas organizaron casi de inmediato a sus seguidores en milicias, con una eficiencia mucho mayor que los de los líderes tribales, alguna vez considerados la posible espina dorsal del nuevo orden.
Las milicias mantienen el orden en muchos hospitales y otras instituciones en los alrededores de Bagdad, pero esta actividad pone de relieve las nuevas dificultades de la sociedad iraquí.
Médicos del hospital psiquiátrico Al Rashad, no lejos de Thawra, se quejaron de que los guardias interfieren con el manejo de la institución.
Los guardias intentan controlar el tráfico ilegal de drogas, algunos prescriben fármacos, y también ha habido problemas con el tratamiento de pacientes mujeres, contaron los médicos.
Los clérigos chiitas antioccidentales que dirigen a los milicianos en el hospital Al Rashad decidieron que todos los visitantes debían solicitar su permiso para ingresar en la institución. El director del hospital no puede apelar esta decisión.
Las diferencias entre los guardias chiitas y el personal hospitalario es un síntoma de la desconfianza reinante en la sociedad iraquí. Los chiitas afirman que los hospitales no pueden funcionar sin ellos, y que los trabajadores de la salud que los rechazan son leales al partido Baas de Saddam Hussein.
Las demostraciones de poder chiita pusieron incómodos a muchos sunitas de Bagdad, que ven a las milicias como instrumentos de los clérigos que desean convertir a Iraq en un estado fundamentalista, y afirman que los chiitas de Thawra fueron los principales autores de los saqueos en esa ciudad.
El mayor miedo de los sunitas es que los chiitas conviertan a Iraq en una república fundamentalista islámica al estilo de Irán, y están dispuestos a recurrir a cualquiera dispuesto a ayudarles a impedirlo.
Algunos sunitas quieren acudir a Estados Unidos, mientras los más religiosos miran hacia Arabia Saudita y su rama islámica anti- chiita.
Tanto chiitas como sunitas hablan de la ”unidad del Islam”, pero la propia consigna confirma las divisiones y sospechas mutuas, de raíces históricas.
Tras la muerte de Mahoma, el profeta de los musulmanes, éstos se dividieron entre los seguidores del califa Abu Bakr y los de Alí ibn Abi Talib, yerno de Mahoma. La división se formalizó con el asesinato en el año 661 del imán Alí por partidarios de su rival Muawiya, quien lo reemplazó.
Quienes reivindicaban los derechos al poder religioso y político de los descendientes de Alí fueron conocidos como chiitas, en contraposición a los sunitas, que admitían la tradición y el derecho a la libre sucesión, no hereditaria.
El cisma se mantuvo en las generaciones siguientes. Muawiya fue sucedido por su hijo Yazid. El hijo de Alí, Hussein, desafió a Yazid, y eso condujo a una batalla entre los seguidores de ambos.
Hussein y los suyos fueron masacrados en Karbala, actual territorio iraquí, en 680. Este acontecimiento convirtió a la ciudad en uno de los lugares más sagrados para los chiitas, y a Iraq en tierra santa para este grupo musulmán.
Los chiitas creen que un imán llegará a la tierra a salvarlos de la opresión en que han vivido desde entonces.
Las divisiones entre ambos sectores musulmanes se mantuvieron en la historia reciente de Iraq.
En el régimen de Saddam Hussein, la minoría sunita retuvo el control del gobierno y las fuerzas armadas. Los sunitas también ocuparon el liderazgo en el sector empresarial y son mayoría entre los profesionales iraquíes.
Aunque ambos grupos comparten las costumbres del Islam, las diferencias persisten hasta hoy por el énfasis de los chiitas en el papel de guía de los clérigos. (