El miedo a los atentados suicidas impide que las fuerzas de ocupación de Estados Unidos pongan orden en la capital de Iraq, donde muchos habitantes toman la justicia en sus propias manos para repeler los saqueos.
El vandalismo reina desde hace días en Bagdad porque los soldados estadounidenses fingen que no ven los desmanes, aunque tomaron posiciones de fuerza en varias zonas del centro de la ciudad.
Los saqueos, que comenzaron por los edificios gubernamentales abandonados por las autoridades en fuga, siguieron por casas particulares, hospitales y oficinas de la Organización de las Naciones Unidas.
El descontrol no perdonó siquiera al Museo Arqueológico de Bagdad, que fue salvajemente saqueado el sábado, ni a la Biblioteca Nacional, desvalijada e incendiada el domingo.
Mientras muchos civiles se dedican a saquear, otros hacen las veces de policía. Todos los barrios sunitas, en este país de mayoría chiita, tienen sus propias fuerzas de autodefensa, integradas por vecinos con rifles Kalashnikov, listos para repeler a los saqueadores.
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Pero eso no ha detenido los saqueos, y los tiroteos no dejan de sonar en la capital. Ocasionalmente surgen nuevos incendios y columnas de humo en distintas partes de la ciudad.
Evidentemente, es el temor a los atacantes suicidas que mantiene alejados a los estadounidenses, dice un anciano empuñando un rifle Kalashnikov al frente de un grupo de autodefensa en el barrio de Adhamiyah, de mayoría sunita.
Los estadounidenses vinieron a liberar la ciudad. ¿Dónde están? ¿Esto es lo que nos dejaron?, preguntó.
Muchos en la capital viven con miedo, pero paradójicamente, nadie parece temerle más a Bagdad que los soldados de Estados Unidos. Sus comandantes procuran minimizar las bajas entre los suyos, y todo lo demás es secundario.
Soldados estadounidenses tomaron posiciones con dos vehículos blindados Bradley, al este del puente Saddam, que también cambiará de nombre, como muchas cosas en esta ciudad que llevaban el nombre del mandamás de otrora.
Cada civil que pasa junto al puente es un sospechoso y es sujeto a un examen crítico pero distante, en busca de cualquier bulto que pueda llevar. Hoy en día, es suicida pasar por un puesto de control de Estados Unidos sin detenerse, en especial si se lleva algo voluminoso.
Las fuerzas de Estados Unidos son especialmente ineficaces en las zonas donde son más necesarias, como los prósperos barrios sunitas que han sido blanco de los saqueos. La furia contra la presencia de soldados estadounidenses que no actúan para protegerlos aumenta entre los vecinos.
Algunos ya expresan cierta nostalgia por el régimen de Saddam Hussein. El gobierno mantenía el orden público. De no haber sido por las sanciones que defendía Estados Unidos, hubiéramos sido un país próspero, sostuvo un vecino de Adhamiya.
Las fuerzas de Estados Unidos están protegidas por su blindaje, pero también por dos características de los atacantes suicidas.
En general, son los musulmanes chiitas, más que los sunitas, quienes cometen atentados suicidas. Pero por otra parte, muchos más chiitas que sunitas recibieron con agrado a los invasores, dado que el régimen de Saddam Hussein, dominado por los sunitas, discriminaba y reprimía a la mayoría chiita.
Tampoco es probable que vecindarios de clase media, como el de Adhamiyah, sean semilleros de atacantes suicidas. Este y otros barrios sunitas optaron por una postura más defensiva que agresiva.
Ahora, la presencia de los soldados estadounidenses sólo es fuerte a lo largo de los principales bulevares y zonas céntricas. Cualquiera que se acerque es detenido a la distancia e interrogado. Si no habla inglés, no se le permite el paso.
Esto convierte a Bagdad en una ciudad sin policía, sin electricidad, sin alimentos que ingresen a los mercados. A medida que esta situación continúa, aumenta la desesperación de las víctimas, los saqueadores y quienes rechazan la presencia de Estados Unidos en la capital.
Esto podría provocar actos desesperados contra las fuerzas de ocupación, advirtieron vecinos de Adhamiyah. Nadie duda que en la Bagdad de hoy haya muchos atacantes suicidas que esperan su momento para actuar.
Esta certeza, y el temor que sienten los estadounidenses, provoca el caos en Bagdad y arrebata a Estados Unidos lo que debería haber sido una victoria con gloria.