El entusiasmo cívico que despertaron las elecciones de 1983 en Argentina, tras siete años de dictadura, se fue eclipsando ante la ausencia de soluciones a problemas reales. Veinte años después, los signos de los comicios del 27 de abril son el desinterés y el escepticismo.
Con la democracia se vive, se come, se educa y se cura, fue la frase electoral favorita del triunfador de aquellas elecciones, el ex presidente Raúl Alfonsín (1983-1989).
Pronto la realidad se encargó de convertirla en mera retórica.
La gente no tiene la expectativa de 1983, ahora llaman para preguntar a quién votar, pero no porque estén indecisos sino porque en el fondo lo que sienten es: '¿A quién voy a votar, si de cualquier modo todo va a seguir igual'?, dijo a IPS Magdalena Bosch, responsable de información cívica de la no gubernamental Asociación Conciencia.
La Asociación, que informa acerca de las elecciones y los candidatos, fue creada en 1982, meses antes del advenimiento de la democracia. Desde entonces se dedica a promover los valores del sistema y la participación ciudadana, y nunca antes había percibido tanto escepticismo entre los votantes, según Bosch.
En 1983, los dos principales partidos políticos, el Justicialista y la Unión Cívica Radical, movilizaron a casi 1,5 millones de simpatizantes cada uno en sus actos callejeros de cierre de campaña, realizados en los alrededores del Obelisco que se levanta en el centro de la ciudad de Buenos Aires.
Veinte años después, cuando ya pasaron por el poder presidentes de esos dos partidos sin conformar a los electores, los actos de cierre se limitan a los espacios reducidos de estadios deportivos o teatros, y muchos de los asistentes admiten recibir un viático por su presencia, en dinero o comida.
En 1983 los votantes elegían a partidos más que a candidatos, y para conocer las propuestas leían las plataformas de cada agrupación, señala Bosch.
Ahora los partidos parecen haberse diluido, la gente vota a candidatos y las propuestas son pobres, livianas, lejos de las exigencias de los votantes, opina.
La democracia está en plena vigencia, pero no despierta entusiasmo, concluye.
Hay síntomas claros de ese fenómeno. En 1983, era un orgullo ser convocado para integrar una mesa receptora de votos, y ahora el gobierno prometió 100 pesos (unos 32 dólares) a quienes cumplan ese deber cívico.
Tras el fin de la dictadura, que dejó un saldo de miles de desaparecidos y una profunda crisis económica, gobernó el radical Alfonsín, quien debió abandonar el cargo seis meses antes del fin de su mandato, en medio de una crisis de hiperinflación.
Su sucesor fue el justicialista Carlos Menem, quien cumplió dos mandatos consecutivos de 1989 a 1999 y dejó el gobierno desprestigiado por graves denuncias de corrupción, y entre signos de creciente crisis económica y social.
En 1999 asumió el radical Fernando de la Rúa, en representación de una alianza de centroizquierda que prometía una salida de la crisis con una administración honesta y transparente.
Su gobierno fracasó rotundamente y debió renunciar a fines de 2001, en medio de una revuelta popular que dejó un saldo de casi 30 muertos.
La actual campaña electoral exhibe las consecuencias de sucesivas gestiones fallidas o cuestionadas por los votantes. El Partido Justicialista presenta tres candidatos, Menem, Néstor Kirchner y Adolfo Rodríguez Saá, que compiten duramente entre sí, y ninguno alcanza más de 20 por ciento de apoyo en las encuestas.
El postulante radical, Leopoldo Moreau, no llega a 1,5 por ciento de respaldo en los sondeos sobre intención de voto.
Otros dos candidatos son ex radicales: Ricardo López Murphy, volcado hacia la derecha, y Elisa Carrió, que abandonó el partido para inclinarse hacia una propuesta de centroizquierda.
Los encuestadores coinciden en que lo único seguro de estos comicios es que habrá segunda vuelta el 18 de mayo entre los dos aspirantes más votados.
Para que un candidato sea electo en la primera vuelta, debe tener por lo menos 45 por ciento de los votos, o un mínimo de 40 por ciento con ventaja de al menos 10 puntos porcentuales sobre quien le siga, y nada indica que esas condiciones vayan a cumplirse.
Yo no pienso votar a ninguno de esos seis, porque ya no quiero votar a nadie conocido, explica a IPS la desocupada Susana Corzo, quien añade que no le preocuparía apoyar a un candidato que no va a ganar, porque vote a quien vote, estoy segura de que vamos a estar igual que ahora.
Corzo tenía una pequeña empresa de asesoría en temas laborales junto con una socia, pero la tuvo que cerrar por la crisis económica y la falta de oportunidades de empleo.
En la actualidad, la desocupación abierta afecta a 17,8 por ciento de la población activa, y más de 54 por ciento de los habitantes del país viven en la pobreza, según datos oficiales.
La ex asesora intentó sin éxito trabajar por su cuenta, y luego resolvió acogerse a un seguro de desempleo por seis meses, de unos 113 dólares mensuales. Después veré que pasa, dijo.
La única perspectiva clara para Corzo es nunca más votar al justicialismo ni al radicalismo.
La gente tiene bajas expectativas de que esta elección produzca cambios en el país, e incluso en su situación personal, y se registran pocos indecisos, pese a la falta de atractivo de los candidatos, indicó la socióloga y encuestadora Graciela Romer.
Muchos ya saben a quién votarán, pero lo harán sin entusiasmo, sin esperar mucho a cambio, explicó.
En una encuesta realizada por la consultora de Romer, casi la mitad de los entrevistados dijeron que poco o nada va a cambiar con las próximas elecciones.
En otra consulta, de la empresa de sondeos de opinión Zuleta Puceiro, 70 por ciento de los encuestados sostuvieron que los candidatos expresan poco y nada la calidad de la sociedad argentina.
Los programas de televisión a los que van los candidatos registran poca audiencia. Los postulantes optan por aparecer poco, prefieren los programas cómicos y eluden debatir. La publicidad refleja lo poco que prometen.
Un aviso destaca que el candidato Kirchner no se tiñe el cabello, como prueba de sus sólidos principios.