José es drogadicto. De origen muy humilde, lleva 45 meses en un centro de rehabilitación, pero no se considera curado y teme que su adicción a la pasta base de cocaína sea ”una enfermedad incurable”.
Tiene 35 años y es el penúltimo de cinco hermanos. Su padre abandonó temprano a la familia. ”Mi madre era comerciante ambulante, pasaba todo el día en la calle trabajando y llegaba agotada. Nos daba de comer y se dormía. Cuando tenía 15 años, mi mamá falleció y ahí la casa se desintegró”, contó a IPS.
Miguel Angel es un uruguayo de 38 años, que reside hace 15 en Chile. Es tratado por su adicción a las drogas en Narcóticos Anónimos, como José, pero el chileno apenas completó la enseñanza básica, y el uruguayo señala: ”Estudié como cuatro o cinco carreras superiores, aunque nunca terminé nada”.
El itinerario de ambos fue parecido. José comenzó a consumir marihuana hace más de 20 años, en su barriada de La Granja, uno de los municipios más pobres de la capital chilena. Siguió con pastillas de diazepan (o diazepam) y otros psicofármacos, y luego estuvo nueve años atado a la pasta base (sulfato) de cocaína.
Miguel Angel también se inició en el mundo de las drogas ilegales a través de la marihuana cuando tenía 18 años, según dijo a IPS. Luego experimentó con diversas sustancias a las que tenía acceso por su condición socioeconómica, y se convirtió en consumidor de cocaína, heroína y LSD (ácido lisérgico).
Las diferencias sociales en el acceso a la droga parecen acortarse en Chile, como ha sucedido antes en otros países. El informe anual del Consejo Nacional de Control de Estupefacientes (Conace) difundido este mes trajo una noticia buena y una mala.
La buena es que por primera vez en cinco años hubo una baja en el consumo de drogas ilegales en el país. La mala noticia fue el incremento del consumo de cocaína en los estratos de ingresos bajos.
Los informes del Conace, que se elaboran con base en una encuesta cada dos años, miden la prevalencia del consumo de drogas ilícitas, especialmente marihuana y cocaína, en la población de 12 a 64 años de edad, que suma unos 8,4 millones de personas.
Según el último estudio, 5,68 por ciento de esa población, es decir unas 476.000 personas, consumió esas drogas en los dos últimos años.
En comparación con el año 2000, en 2002 la prevalencia del consumo de marihuana bajó de 5,81 a 5,17 por ciento. Eso sugnificaría que unas 50.000 personas dejaron de fumarla en los dos últimos años.
El consumo de pasta base de cocaína también tuvo un importante retroceso en el mismo periodo, de 0,73 a 0,51 por ciento, o sea unas 18.000 personas menos, y eso marcó la continuación de un descenso desde el máximo de 0,84 por ciento registrado en 1998.
Los consumidores de cocaína pura (clorhidrato), en cambio, registraron un leve aumento de 1,52 por ciento en 2000 a 1,57 por ciento en el año pasado, con el añadido preocupante de que creció más el consumo en los estratos más pobres, de 1,66 a 1,92 por ciento.
La secretaria ejecutiva del Conace, María Teresa Chadwick, señaló que eso se debe a la venta de un producto adulterado, con precios accesibles para la población de bajos ingresos.
”La cocaína que está hoy día en el mercado no es pura, sino que se mezcla con otras sustancias anestésicas u otros medicamentos que abaratan su costo”, explicó.
El psicólogo social Aldo Vera, de la Escuela de Salud Pública de la Universidad de Chile, dijo a IPS que ese fenómeno se debe a la movilidad de las redes del narcotráfico y a sus estrategias para poder penetrar nuevos segmentos, sobre todo con drogas que tienen ”una representación en los jóvenes”.
”Es distinto comparar la marihuana, de fácil acceso, a la cocaína, que supuestamente hasta ahora se distribuía o consumía en sectores de alto estrato socieconómico”, indicó el experto.
Vera planteó, al igual que Chadwick, la hipótesis de que las redes de narcotraficantes pusieron en el mercado una suerte de ”cocaína para pobres”, consistente en clorhidrato mezclado con otros elementos.
El profesional se cuidó de hablar en términos condicionales, y destacó que no hay estudios a fondo sobre esta situación. El informe del Conace se limita a medir la prevalencia del consumo de drogas ilícitas en los últimos dos años, sin un estudio acabado de las causas.
No obstante, ese informe reitera que existe una relación entre consumo de drogas y desempleo, en tanto otros estudios de la misma entidad estatal han registrado el vínculo entre drogadicción e inseguridad ciudadana, a partir de asaltos y otros delitos cometidos por personas que así se procuran dinero para pagar su adicción.
”Detrás del consumo de drogas siempre hay que situar el contexto y los determinantes que llevan a ese consumo. Por ejemplo, los grados de integración social. Hay también razones de orden psicológico. Muchas veces el consumo pasa a ser funcional y adaptativo para la persona, en función del contexto en que está inserta”, puntualizó Vera.
”El tema de las drogas está en la agenda (noticiosa) cada cierto tiempo. La población ha tomado más conciencia de los problemas y las consecuencias que tiene el consumo”, señaló el psicólogo social a propósito de los resultados del informe del Conace.
El consumo de sustancias ilícitas guarda relación con el tipo de sociedad en que vivimos, ”en que la gente busca de manera acelerada respuesta para sus problemas”, y la prevalencia del consumo de alcohol en Chile es abismante, pero no se le da importancia por ser una sustancia legal, apuntó.
José bebió alcohol por primera vez a los nueve años. Cuando pasó a la marihuana ”todo eran risas y veía un mundo feliz”, pero su infierno comenzó con la pasta base, una adicción que lo hizo perder empleo tras empleo.
”Deambulé por varios trabajos, y cuando no trabajaba, primero vendía mi ropa y después delinquía para tener plata y comprar la droga”, recordó.