Nadie dormía en la madrugada de este viernes en la capital de Iraq. Vimos pasar ocasionalmente algún automóvil o camión. No sabíamos qué cargaban, y a nadie parecía importarle.
Las sirenas de alarma sonaron a eso de las 21 horas, y las bombas no tardaron en llegar. Las baterías antiaéreas instaladas cerca de edificios de gobierno a orillas del río Tigris comenzaron a disparar. Los artilleros no podían ver los aviones en la oscuridad, y dar con un misil habría sido por pura suerte.
El objetivo del bombardeo fue, al parecer, un conjunto de edificios a lo largo del Tigris. Al menos tres edificios fueron alcanzados, según las columnas de humo que podían verse. Uno de los palacios del presidente iraquí Saddam Hussein está por allí.
El humo también se elevó desde la refinería de petróleo Al Daura, en el este de Bagdad.
Me sorprendí a mí mismo rezando por que la tecnología militar estadounidense funcionara, por que los misiles dieran en el blanco y no hubiera errores.
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A continuación del tenue silbido parece que la Tierra se fragmentara en bolas de fuego, por aquí y por allá. En nuestro hotel funcionaba la electricidad y el agua corriente, y nos preguntábamos por cuánto tiempo.
No hubo más sirenas de alarma en la noche. Pero todos los pasajeros del hotel – – periodistas y empresarios iraquíes – – debimos aprender a sentirnos cómodos en una pequeña habitación subterránea.
Podríamos quedar atrapados aquí si alcanzan el edificio, dijo un camarógrafo indio. Estábamos tranquilos, tal vez solo porque no podíamos hacer nada para sentirnos seguros. Las bombas sonaban como si pudieran deshacer el mundo, como si no hubiera lugar posible para ocultarnos.
Esto es sólo el comienzo, dijo un pasajero del hotel mientras fumaba. Ninguna conversación ayudaba a mitigar la tensión. Bagdad se sacudía, y podíamos sentirlo.
El presidente de Estados Unidos, George W. Bush, sostuvo que emprendía la guerra como amigo del pueblo iraquí. Pero las bombas no parecían muy amistosas. Parece muy improbable que alguien en Bagdad encuentre amistoso el estruendo de esas bombas, o que vea en el temblor de su casa el calor de un apretón de manos.
No muchos parecen agradecidos de ver los edificios de su ciudad destruidos por bolas de fuego.
Este viernes de mañana la ciudad estaba tranquila. Para el Islam, el viernes es un día de oración, y toda la ciudad estaba rezando. Los viernes son, en general, un día agitado para los comerciantes de la calle Abú Nawas, pero esta vez comenzó con una tranquilidad que se prolongó a lo largo de la jornada.
A pesar de lo terrible que fue el bombardeo, habíamos esperado algo aun peor. Los iraquíes ahora discuten si se trata de una especie de disparo de advertencia, o si esta vez el ataque será lenta y cuidadosamente planificado.
Milagrosamente, algunos comercios abrieron este viernes. El transporte público funcionaba, incluso los taxímetros. Bagdad esperaba aterrorizada lo que el destino traerá. A los estadounidenses. Bagdad esperaba la noche.