IRAQ: Ambiente bajo fuego enemigo

Cuando el científico estadounidense Matthew Naud visitó Kuwait en 1998, le fue fácil hallar pruebas del impacto ambiental de la guerra del Golfo contra Iraq de 1991: introdujo su mano en la arena, y a pocos centímetros encontró aún frescos los restos de derrames petroleros.

Fuerzas iraquíes que habían invadido Kuwait en 1990 incendiaron instalaciones petroleras de ese país al año siguiente, mientras eran expulsadas por una coalición militar de 34 países, encabezada por Estados Unidos.

Naud teme en la actualidad que aquel desastre empalidezca ante el que podría desatarse si Estados Unidos cumple su plan de guerra contra Iraq, y se inicia un conflicto en el que ni siquiera podría descartarse el uso de armas nucleares.

”No me preocupa tanto que se repita esta vez la catástrofe de los pozos en Kuwait, que ya sabemos cómo enfrentar. Me inquietan las probables situaciones que no conocemos”, comentó a Tierramérica el experto, catedrático de la estadounidense Universidad de Michigan.

Cientos de pozos de petróleo en llamas, aire contaminado con radioactividad, liberación de sustancias tóxicas químicas y biológicas, mantos acuíferos envenenados y miles de personas muertas, enfermas y desplazadas son parte de las posibles consecuencias de una nueva guerra en la región del Golfo.

El científico Zia Mian, profesor de la Escuela Woodrow Wilson de Asuntos Internacionales y Públicos de la estadounidense Universidad de Princeton, opinó que a Washington no le preocupa el impacto ambiental de sus operaciones militares.

El presidente iraquí Saddam Hussein tampoco tendría reparos para incendiar pozos petroleros y usar armas químicas y biológicas, dijo a Tierramérica.

”Si un ecosistema resulta afectado, dicen 'es daño colateral'. Nadie acepta que el ambiente es un blanco bélico”, apuntó Mian, ciudadano británico de origen paquistaní.

Naud previó que un ataque contra Saddam Hussein tendría consecuencias mucho peores que las padecidas por Kuwait, pues Iraq es un país más poblado y depende de dos ríos, el Tigris y el Eufrates, cuya contaminación comprometería el suministro de agua dulce a toda la zona del Golfo.

El experto, que en 1991 investigó para Washington los efectos ambientales de la guerra en Kuwait y en 1998 efectuó un trabajo similar para la Cruz Verde Internacional, declaró que los posibles daños deberían ser considerados en cualquier plan bélico.

Pero Estados Unidos no parece preocupado por ese problema, mientras acumula armas y tropas cerca del Golfo.

Los planes de Washington implican lanzar sobre Iraq en las primeras 48 horas de un ataque más de 3.000 bombas, entre ellas las diseñadas para impedir el funcionamiento de aparatos eléctricos, y otras que contienen uranio empobrecido, un material cancerígeno, según especialistas.

En caso de que Saddam Hussein incendie los pozos de crudo, ”habrá gran cantidad de petróleo que se quemará, será enviado a la atmósfera, se replegará luego sobre el suelo y se filtrará a los suministros subterráneos de agua dulce”, advirtió Mian.

”Toda el área será muy contaminada por mucho tiempo, pues ese tipo de incendios de petróleo es muy peligroso para las personas, que deben respirar el aire contaminado con partículas de crudo”, sostuvo Mian.

Además, ”el secretario de Defensa de Estados Unidos, Donald Rumsfeld, dijo que su país no descarta el uso de armas nucleares contra Iraq, y debemos tomarlo en serio. Estados Unidos está en condiciones de usar armamento atómico de nueva generación, con graves repercusiones ambientales”, expresó.

Se trata de bombas que explotarían en el subsuelo, arrojadas con el propósito de destruir los refugios secretos de Saddam Hussein.

Los creadores de esas nuevas bombas las llaman ”armas nucleares limpias”, pero su explosión propagaría grandes cantidades de material radiactivo en la atmósfera, aseguró Mian.

En la Guerra del Golfo de 1991, más de 500 pozos petroleros fueron quemados, y eso expulsó a la atmósfera tres millones de toneladas de humo, una espesa capa que cubrió 100 millones de kilómetros cuadrados, según expertos.

La nube de humo afectó a más de cuatro países del área y provocó a su paso enfermedades respiratorias, mientras los restos de uranio empobrecido expulsados por las bombas estadounidenses esparcían radiactividad por extensas zonas.

Se formaron 300 lagos de petróleo, que cubrieron 500 kilómetros cuadrados de desierto con 10 millones de metros cúbicos de crudo, y parte de ese derrame llegó a las aguas del Golfo, con efectos perjudiciales para ocho países.

Murieron unas 25 mil aves, y la pesca en el Golfo se arruinó. Millones de personas fueron desplazadas de sus hogares por la contaminación del aire y del agua.

Los residuos tóxicos de la Guerra del Golfo afectarán a la industria pesquera ”por más de 100 años”, aseguró Jonathan Lash, director del estadounidense World Resources Institute (Instituto de Recursos Mundiales).

Según el Instituto de Investigación Científica de Kuwait, más de 900 kilómetros cuadrados de desierto fueron dañados por tránsito de vehículos militares y movimientos de tierras, que hicieron más frecuentes las tormentas de arena y alteraron todo el ambiente del país.

Estos daños podrían multiplicarse en el caso de Iraq, sostienen activistas y científicos.

”Estados Unidos bombardeará con intensidad las principales ciudades iraquíes, lo que destruirá infraestructura de suministro de agua y alcantarillado, y provocará grandes incendios”, dijo a Tierramérica el activista Bill Hackwell.

Hackwell integra la organización no gubernamental (ONG) estadounidense Act Now to Stop War & End Racism (Actuemos Ahora para Detener la Guerra y Terminar con el Racismo).

Una guerra en Iraq haría huir a países vecinos a unas 500.000 personas en las primeras semanas, y dejaría de nueve a 10 millones de refugiados, según un estudio de la Organización de las Naciones Unidas difundido a comienzos de este año.

”Sería un genocidio. Por eso decimos no a la guerra, que causaría una catástrofe natural y social”, señaló Hackwell.

Según la ONG británica Medact, de 48.000 a 260.000 personas podrían morir durante la guerra, y los daños a la salud de iraquíes causarían unas 200.000 muertes más a largo plazo.

”Se avecina una crisis de salud pública en Iraq. Miles sufrirán infecciones, cáncer y desnutrición. Los niños nacerán con bajo peso, y muchos sufrirán continua tensión, enfermedades mentales y disturbios en el comportamiento”, dijo a Tierramérica Francesco Martone, diputado del Partido Verde italiano y presidente de la comisión de derechos humanos del parlamento.

”Las nuevas estrategias de guerra quieren desarticular el tejido social y productivo de Iraq”, sostuvo Martone, en cuya opinión los planes de guerra tienen un objetivo aun más perverso.

”La reconstrucción en Iraq se convertirá en un enorme negocio. Sólo las empresas italianas podrán ganar 14.000 millones de dólares por hacer ese trabajo”, aseguró.

La guerra debería ser siempre la última opción, por sus temibles efectos, aseveró Naud.

* Con aportes de Haider Rizvi (Nueva York), Cristina Hernández (San Francisco) y Carla Maldonado (Italia). Publicado originalmente el 1 de marzo por la red latinoamericana de diarios de Tierramérica. (

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