Cientos de tanques que se abren paso en Iraq, la mayor aventura bélica de Estados Unidos desde Vietnam iniciada el jueves, cargan un mortífero metal que enciente la alarma de ambientalistas de todo el mundo: el uranio empobrecido.
Durante la guerra del Golfo en 1991, Estados Unidos estrenó este metal, considerado el campeón de las municiones. Conocido como bala de plata, por su alta densidad y bajo costo, permite a un tanque disparar desde lejos con un imponente poder de penetración y mantenerse así fuera del fuego enemigo.
Pero a la par de sus formidables capacidades bélicas, el uranio empobrecido es responsabilizado por temibles efectos ambientales.
Los iraquíes culpan al metal por la infertilidad de sus tierras y el incremento en índices de cáncer, leucemia infantil, abortos y malformaciones entre la población, mientras que los veteranos de guerra estadounidenses consideran que es la causa del llamado Síndrome del Golfo, una misteriosa serie de enfermedades crónicas.
Según Departamento de Defensa de Estados Unidos, las fuerzas estadounidenses dispararon durante la operación Tormenta del Desierto 320 toneladas de municiones desde sus aviones A-10, unas 50 toneladas desde los tanques M1-Abrams y once toneladas desde tanques y aviones AV-8, el mismo tipo de armamento presente esta vez en Iraq, sólo que con mucho mayor poder de fuego.
El uranio empobrecido, reconoce el Pentágono, fue clave durante la prolongada batalla terrestre que libró con las fuerzas iraquíes y que terminó con la victoria de la coalición de 33 naciones el 27 de febrero de 1991. Y podría volver a serlo doce años después.
La principal característica del uranio empobrecido es su extrema densidad, mucho más alta que la del hierro, clave para la penetración (de blancos enemigos), explicó a Tierramérica Richard Muller, profesor del Departamento de Física de la Universidad de Berkeley, California.
Al impactar el objetivo, detalló Muller, el uranio empobrecido no sólo no explota como en el caso del tungsteno (también utilizado en proyectiles), sino que arde nuevamente al atravesar el blanco e incrementa así su poder destructivo.
En estado natural, el uranio es un elemento radioactivo, químicamente tóxico y abundante en la naturaleza. Está en el agua, el suelo, el aire, los alimentos.
El uranio empobrecido (o desgastado) es un subproducto del proceso de enriquecimiento al que se somete al metal con el fin de producir combustible para reactores nucleares y componentes de armas atómicas.
Se considera 40 por ciento menos radioactivo que el uranio natural, pero de similar toxicidad química.
El riesgo de exposición es por la toxicidad química y no por radiación, dijo a Tierramérica Steve Fetter, catedrático de la estadounidense Universidad de Maryland y experto en armas nucleares y radiológicas.
Cuando el metal arde, luego de penetrar su objetivo, se producen óxidos de uranio, poco solubles en agua o en fluidos corporales, señaló Fetter.
Estos pueden permanecer en el aire en altas concentraciones y ser inhalados por personas en el sitio del ataque. También se mantienen en el suelo y pueden contaminar a través de la ingestión (niños jugando con tierra o arena, por ejemplo).
El uranio empobrecido fue usado en los Balcanes, en la década pasada. Un informe del Parlamento Europeo estima que se dispararon alrededor de tres toneladas de uranio desgastado en Bosnia Herzegovina y 10 toneladas en la meridional provincia serbia de Kosovo, en ataques aire-tierra.
El Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA) investigó la presencia de uranio en Kosovo en 2000, en Serbia-Montenegro en 2001 y en Bosnia-Herzegovina en 2002.
Las dos primeras misiones identificaron restos de uranio empobrecido y presencia del metal en bioindicadores, como musgo y liquen, y en el aire, pero en niveles tan bajos que no podemos reconocer ningún riesgo significativo para la población, dijo a Tierramérica Pekka Haavisto, director del Programa de Evaluación de Uranio Empobrecido del PNUMA.
Los resultados de la misión en Bosnia-Herzegovina se esperan para los próximos días.
Sin embargo Haavisto alertó que aún hay mucha incertidumbre científica en torno a la posible contaminación de fuentes de agua.
No todos los restos del metal han sido removidos de la zona, explicó, muchos permanecen varios metros bajo el suelo, por lo que el riesgo de contaminar los mantos freáticos y el agua superficial sigue allí.
El PNUMA llamó a tomar medidas preventivas e intensificar la limpieza de las zonas afectadas por la guerra.
Las investigaciones sobre uranio empobrecido en el Golfo han sido escasas. La Agencia Internacional de Energía Atómica estudió el área en 2002, pero los resultados de la misión aún no se dan a conocer.
Entretanto, organizaciones no gubernamentales intensifican campañas globales para denunciar los efectos sobre la población iraquí y en Estados Unidos se multiplican las quejas de los veteranos del Golfo.
No fui advertido sobre el uranio empobrecido, ni sobre sus potenciales riesgos, dijo a Tierramérica Doug Rokke, doctor en física de la salud, quien asegura ser víctima del Síndrome del Golfo, expresado en daños a su sistema respiratorio y renal, y problemas de visión.
Rokke, miembro del Comando de Medicina Preventiva de la Armada estadounidense, fue enviado a la guerra del Golfo Pérsico en 1991 con una sola consigna: que sus tropas regresaran con vida.
Tenía la tarea de preparar a los soldados para responder a un posible ataque nuclear, biológico y químico. Sin embargo, afirma, su propia salud resultó comprometida.
También director del Proyecto de Uranio Empobrecido del Pentágono entre 1994 y 1995, Rokke dirigió la limpieza de los vehículos contaminados. Afirma que las autoridades tenían conocimiento de posibles efectos a la salud y que, sin embargo, sólo contaron con máscaras quirúrgicas y guantes, como protección.
Las acusaciones han sido sistemáticamente negadas por el Pentágono, y organismos especializados aseguran no haber encontrado pruebas de efectos significativos sobre la salud, entre ellos la Organización Mundial de la Salud (OMS).
El Pentágono (Departamento de Defensa) reconoce que durante la guerra del Golfo, el uranio desgastado podría haber entrado al organismo de soldados expuestos por inhalación de óxidos, ingestión del polvo o heridas causadas por fragmentos del metal que salen disparados dado el impacto del proyectil.
Sin embargo, un reporte del Instituto de Medicina de la Academia Nacional de Ciencias de Estados Unidos concluyó que existe evidencia limitada o no asociación entre la exposición al uranio y disfunciones renales o cáncer pulmonar.
La información disponible aún es insuficiente. Según Fetter, de la Universidad de Maryland no fue sino hasta 1994-95 cuando se hicieron exámenes médicos a los veteranos. De haberse tomado exámenes de orina 24 horas luego de la exposición, este asunto estaría resuelto.
El Pentágono concluye que el uranio desgastado no ha ocasionado daños en la salud de veteranos del Golfo pero que quienes aún poseen fragmentos incrustados (difíciles de extraer por su tamaño o por ser más riesgoso el hacerlo), deben permanecer en observación.
Según Fetter de los más de 100 que sufrieron exposición directa, sobrevive 50 por ciento.
Doce años después los militares estadounidenses, al igual que los militares y civiles iraquíes tendrían razones para temer por los efectos de un nuevo despliegue de las formidables balas de plata.
*Publicado originalmente el 22 de marzo por la red latinoamericana de diarios de Tierramérica. (