IRAQ: Protestas antibélicas profundizan grieta en Occidente

Las protestas celebradas este sábado en unos 60 países contra el plan de Estados Unidos de invadir Iraq profundizan la nueva grieta que atraviesa Occidente.

La falla, que divide dos concepciones sobre el orden político mundial, quedó de manifiesto esta semana, cuando tres países europeos – – Alemania, Bélgica y Francia – – impidieron en la OTAN que Estados Unidos reforzara su presencia militar en la frontera con Iraq.

Además, la mayoría del Consejo de Seguridad de la ONU (Organización de las Naciones Unidas) desautorizó el viernes la posibilidad de un ataque inmediato. Entre los opositores a la guerra figuraron los occidentales Alemania, Chile, Francia y México.

La alternativa es entre la hegemonía de Estados Unidos, a la que los manifestantes de este sábado perciben como una nueva Roma, y el derecho internacional representado por la ONU, apoyado por Alemania y Francia – – las principales economías europeas – – , así como por China, Rusia y la mayoría del mundo islámico.

Pero Washington también cuenta con firmes ofertas de apoyo en Occidente para un eventual ataque. El principal de ellos es Gran Bretaña, seguido por Australia y miembros de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) como Dinamarca, España, Holanda, Italia, Portugal y Turquía.

También lo apoyan países ex comunistas deseosos de integrarse a pleno en las instituciones multilaterales occidentales, como Albania, Bulgaria, Croacia, Eslovaquia, Eslovenia, Estonia, Hungría, Letonia, Lituania, Macedonia, Polonia, República Checa y Rumania,

Occidente sufre su mayor división desde 1966, cuando Francia, presidida entonces por Charles de Gaulle (1890-1970), se retiró del mando militar de la OTAN (Organización del Tratado del Atlántico Norte), alianza de defensa encabezada por Estados Unidos.

La crisis iraquí tuvo influencia parcial o sustancial en los resultados electorales en países tan diversos como Alemania, Corea del Sur y Turquía, pues despertó sentimientos antiestadounidenses y fortaleció en consecuencia a los partidos críticos hacia la política internacional de Washington.

En las vísperas de las manifestaciones de este sábado, quedó en evidencia el surgimiento de una coalición mundial antibélica que incluye a militantes antiglobalización, pacifistas y religiosos cristianos, en especial de la Iglesia Católica.

Quienes participaron en las protestas se pronunciaron a favor del multilateralismo, opuesto a la agresiva expresión unilateral de poder de Estados Unidos. El conflicto deja atrás incluso el muy promocionado ”choque de civilizaciones” entre el Islam y Occidente.

Se trata de una línea de fractura impredecible poco después del 11 de septiembre de 2001, cuando Estados Unidos sufrió un atentado que dejó más de 3.000 muertos y que fue atribuido por el gobierno de George W. Bush a la red islámica radical Al Qaeda.

En el mundo musulmán, la crisis inspiró teorías conspirativas que atribuyen los planes bélicos estadounidenses a la intención de ocupar un país que concentra 12 por ciento de las reservas mundiales de petróleo, respaldar la hegemonía de Israel en Medio Oriente y alentar cambios políticos en las naciones árabes.

El lenguaje del que hicieron gala los defensores de la guerra suena a reminiscencia de la guerra fría que transcurrió entre 1945, cuando concluyó la segunda guerra mundial, y 1991, cuando se disolvió el bloque socialista encabezado por la Unión Soviética, enfrentado con Estados Unidos y Occidente en general.

El secretario (ministro) de Defensa estadounidense Donald Rumsfeld comparó a Alemania con Cuba, uno de los principales enemigos de Washington. Mientras, grandes medios de comunicación estadounidense propusieron despojar a Francia de su poder de veto en el Consejo de Seguridad de la ONU.

Tales propuestas están adherezadas con acusaciones de ”ingratitud” contra esos dos países europeos formuladas por el ala más conservadora del gobierno derechista de Estados Unidos.

Incluso la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), bloque militar de Occidente forjado por Estados Unidos en los años de enfrentamiento con la desaparecida Unión Soviética, tampoco se muestra ya dispuesta a acompañar todas las propuestas de Washington como otrora.

El trío antibélico europeo integrado por Alemania, Francia y Bélgica, que bloqueó en la OTAN el pedido de refozar los sistemas de defensa de Turquía ante la eventualidad de un ataque estadounidense contra Iraq, dejó sin efecto la forma monolítica en que actuaba la alianza desde el 11 de septiembre de 2001.

El choque entre Estados Unidos y algunos de sus principales aliados en su guerra contra el terrorismo afronta a Washington con su desafío político y diplomático más difícil desde el fin de la guerra fría.

Como consecuencia, el futuro de la OTAN y de la ONU quedaron en tela de juicio.

Por otra parte, aun en los países que apoyan la posición belicista de Estados Unidos, como Gran Bretaña y Australia, se registran grandes muestras de rechazo a la guerra contra Iraq. El Senado australiano, por ejemplo, aprobó una declaración contra el envío de tropas al Golfo, que no tendrá consecuencias prácticas.

El gobierno de Bush parece actuar mediante una combinación de medidas militares respaldadas con una retórica de guerra y el deseo de implementar iniciativas unilaterales sin apoyo de la comunidad internacional.

Por lo tanto, Estados Unidos parece entrampado en acciones por reacción de naturaleza táctica que remplazaron la visión estratégica e ideológica de su guerra contra el terrorismo.

Eso queda evidente en las diferencias entre los tratamientos deparados a Iraq y a Corea del Norte, aunque ambos son culpables, a los ojos de Washington, del mismo delito: la posesión de armas de destrucción masiva.

También lo errático de la política estadounidense está presente en el confuso papel de los representantes de Bush en el Consejo de Seguridad de la ONU y en la falta de evidencias contundentes que vinculen al régimen de Saddam Hussein con Al Qaeda.

La duda que persiste es si la presión de la opinión pública internacional podrá influir, en primer lugar, en la ciudadanía de Estados Unidos, y, luego, en la política internacional de Bush.

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