Los vínculos entre Estados Unidos y Pakistán, el principal aliado de Washington en la guerra contra Afganistán, parecen más firmes que nunca.
Más allá de la desconfianza histórica entre ambas naciones, Pakistán y Estados Unidos permanecen adheridos a una relación basada en la mutua necesidad, lo bastante sólida para resistir la delicada nueva fase de la guerra contra el terrorismo que Washington se apresta a protagonizar en Iraq.
La visita a Washington del canciller de Pakistán, Khurshid Kasuri, realizada a fines de enero, tuvo un significado simbólico, tanto en protocolo, como en decisiones políticas.
Kasuri mantuvo reuniones con la plana mayor de Washington: el presidente George W. Bush, el vicepresidente Dick Cheney, el canciller Colin Powell, el secretario (ministro) de Defensa, Donald Rumsfeld, y la consejera nacional de Seguridad, Condoleeza Rice.
Esto constituyó un claro mensaje. El gobierno de Bush continúa considerando a Pakistán como aliado clave en la guerra contra el terrorismo, y está comprometido con el incipiente proceso democrático iniciado en este país con las elecciones del 10 de octubre, las primeras desde el golpe de Estado de 1999.
El ataque del 11 de septiembre de 2001 contra Nueva York y Washington tuvo el inesperado efecto de acercar a Washington e Islamabad. Desde entonces, los vínculos no han hecho más que mejorar.
El gobierno estadounidense responsabilizó de los atentados a la red Al Qaeda, del saudita Osama bin Laden, protegida en Afganistán por el régimen fundamentalista islámico Talibán.
En medio de la euforia por dejar de ser un paria internacional, el presidente pakistaní Pervez Musharraf aceptó de buen grado abandonar su casi solitario respaldo al Talibán, a cambio de una estrecha sociedad con Estados Unidos.
Washington, por su parte, entendió que la guerra contra el terrorismo, al menos su fase inicial para derrocar al Talibán y desarticular la red Al Qaeda en Afganistán, no sería posible sin la activa cooperación pakistaní.
Esa etapa se prolongó 100 días desde el 11 de septiembre, hasta diciembre, cuando el acéfalo gobierno de Afganistán fue encabezado por el presidente interino Hamid Karzai.
Durante 2002, Washington no hizo más que intentar apagar los focos de guerra en Asia meridional, donde vive un quinto de la humanidad, sobre la que se cernía la amenaza de una nueva guerra entre Pakistán e India, por el control de la compartida e inestable Cachemira.
La guerra fue evitada en parte por la intermediación estadounidense, y en parte porque los arsenales nucleares de ambos vecinos actuaron como factor disuasivo. Pero el conflicto permanece y el diálogo no se ha retomado.
Por otra parte, entre Washington e Islamabad subsiste un amplio campo de divergencias. Durante los meses de máxima tensión con Nueva Delhi, Washington e Islamabad intercambiaron compromisos, que ahora cada parte considera incumplidos.
El 5 de junio de 2002, Bush aseguró a Musharraf, en diálogo teléfonico, que su propósito era hallar una solución pacífica a la cuestión de Cachemira.
Al día siguiente, cuando el secretario de Estado adjunto Richard Armitage se reunió con Musharraf, éste se comprometió a terminar con el ingreso ilegal de militantes a India a través de la línea de control, la frontera provisoria que divide el territorio de Cachemira.
Funcionarios estadounidenses, como la embajadora en Pakistán, Nancy Powell, no se cansan de repetir que Islamabad debería hacer más para poner fin a la infiltración de militantes.
Mientras, los pakistaníes sienten que Washington está muy lejos de cumplir su promesa sobre soluciones al conflicto de Cachemira.
A medida que aumenta la obsesión estadounidense por Iraq, otras zonas como Palestina y aun Afganistán son ignoradas por Washington, pues simplemente no tiene tiempo para otros asuntos, piensan autoridades en Islamabad.
La visita de Kasuri fue útil para discutir estos problemas. Las preocupaciones de Islamabad se centran en tres puntos. El primero es la situación inmigratoria de pakistaníes en Estados Unidos.
Washington prometió a Kasuri que los ciudadanos pakistaníes con problemas migratorios menores y buenos antecedentes serían tratados con indulgencia, y no serían deportados.
Además, autoridades estadounidenses extenderán el plazo para que inmigrantes pakistaníes se registren ante el Servicio de Inmigración y Naturalización, que vence el 21 de este mes.
También interesa a Pakistán las gestiones de Washington para reducir la intransigencia de India respecto de Cachemira.
La cumbre anual de gobernantes de Asia meridional, que debía celebrarse este mes en Islamabad, fue cancelada por la negativa india a asistir.
Islamabad espera que Washington ejerza alguna influencia sobre Nueva Delhi, mientras ve con escasa simpatía la profundización de los lazos entre Estados Unidos e India.
Washington intenta jugar a dos puntas. De momento, el jefe del estado mayor conjunto de las Fuerzas Armadas estadounidenses, Eric Shineski, está de visita en India. Pero, este mes, Pakistán y Estados Unidos conducirán ejercicios militares conjuntos en el mar de Arabia.
Finalmente, Islamabad también observa con inquietud el escenario regional ante una eventual guerra contra Iraq.
Pakistán es miembro no permanente del Consejo de Seguridad de la Organización de las Naciones Unidas (ONU), que debe pronunciarse sobre la inspección de armas de destrucción masiva en Iraq y avalar o rechazar las pretensiones de Washington, de desarmar al régimen de Saddam Hussein mediante una guerra.
Las prioridades Washington son también tres: el peligro nuclear en Asia meridional, el conflicto en Cachemira y la guerra contra el terrorismo, que vincula Afganistán con Iraq.
Washington quiere de Islamabad un voto favorable a su postura en el Consejo de Seguridad, donde procura legitimar una guerra contra Iraq.
En su visita, Kasuri anunció que una delegación de alto nivel sería enviada a Washington para discutir aspectos de control nuclear, inclusive la seguridad del armamento pakistaní.
Asimismo, ofreció recibir a una misión de observadores de la ONU que, a ambos lados de la línea de control, fiscalice cualquier movimiento de personas hacia territorio indio.
Por último, Islamabad hizo saber que se considera suficientemente equipado para controlar la frontera con Afganistán, donde actúan remanentes del Talibán y Al Qaeda, y que cualquier participación militar de Estados Unidos dentro de su territorio podría tener consecuencias desestabilizadoras. (