EEUU-IRAQ: Otra vez la mano en el avispero

El ala conservadora del gobierno de Estados Unidos insiste en atacar a Iraq para establecer un nuevo orden político en Medio Oriente, pero los moderados temen la repetición de la crisis de Líbano de prinicios de los 80, cuando 241 ”marines” estadounidenses fueron muertos por la resistencia libanesa.

El secretario de Estado (canciller) Colin Powell era general del ejército cuando Washington dio su anuencia a la invasión israelí en Líbano. ”Lo que vi desde mi posición en el Pentágono (sede del Departamento de Defensa) fue a Estados Unidos meter la mano en un avispero”, escribió Powell en sus memorias.

Este recuerdo lleva a Powell a enfrentarse a los conservadores del gobierno de George W. Bush (los denominados ”halcones”), quienes están determinados a atacar a Iraq aun sin el apoyo de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) ni de los aliados de Washington.

Es que, como dijo el analista militar William Arking al periódico Los Angeles Times, lo que ocurrió en Líbano aporta ciertos indicios sobre las esperanzas, temores e ilusiones de los políticos de Washington sobre lo que podría pasar ahora en Iraq.

De hecho, muchos de los que aplaudieron la invasión de Israel a Líbano en junio de 1982 y deploraron la decisión del entonces presidente Ronald Reagan (1981-1989) de retirar luego los soldados estadounidenses allí apostados para mantener la paz, ahora están entre los halcones más radicales.

Como ahora hacen al referirse a Iraq, entonces afirmaban que para lograr la paz en Medio Oriente era necesario intervenir en Beirut para que las fuerzas de Estados Unidos e Israel trabajaran en forma conjunta con el objetivo de alterar el equilibrio de poder en la región en favor de Occidente.

La historia es conocida. El gobierno de Israel, que estaba como ahora en manos del derechista partido Likud, ordenó la invasión de Líbano con el propósito de destruir las bases de la Organización para la Liberación de Palestina (OLP), de Yasser Arafat.

El ataque fue en respuesta al asesinato del embajador de Israel en Gran Bretaña, Shlomo Argov. Pero el crimen fue cometido en realidad por la organización del combatiente palestino Abú Nidal, enemigo de la OLP. Abú Nidal fue encontrado muerto en Bagdad el año pasado.

Los conservadores más prominentes de Washington elogiaron la invasión y de hecho usaron un lenguaje muy similar al que ahora aplican al referirse a Iraq. Señalaban que la creación de un gobierno prooccidental en Beirut transformaría Medio Oriente.

”Liberación' es una palabra de cuyo uso se ha abusado en estos últimos años. Pero liberación, y no invasión, es lo que ocurre en Líbano en estos momentos”, escribió entonces el columnista William Safire, del diario The New York Times, hoy partidiario del ataque a Iraq.

Al principio recibidos con flores por la población musulmana chiíta en el sur libanés, los soldados dirigidos por el entonces ministro de Defensa israelí Ariel Sharon, hoy primer ministro, vencieron la resistencia de la OLP asistida por Siria y llegaron a Beirut en cuestión de días.

Israel cercó la capital libanesa hasta que los soldados de Estados Unidos y de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) evacuaron a miles de palestinos, entre ellos a Arafat, y los condujeron al extranjero, la mayoría a Túnez.

El gobierno de Reagan, comprometido ya en una ”alianza estratégica” con Israel, no impidió la invasión pues sostenía que el retiro de la OLP del sur de Líbano y el establecimiento de un nuevo gobierno en Beirut abriría paso a un acuerdo árabe-israelí.

Las tropas de Estados Unidos debieron regresar casi de inmediato a Líbano, luego de la masacre en septiembre de 1982 de cientos de palestinos desarmados en los campamentos de refugiados de Sabra y Shatila a manos de milicias cristianas respaldadas por Israel.

El objetivo de esta acción era ayudar al nuevo presidente libanés Amin Gemayel a consolidar y expandir su poder.

Esta masacre desencadenó una generalizada hostilidad y violencia contra el nuevo gobierno y contra los soldados de Estados Unidos.

En abril de 1983, suicidas del movimiento radical islámico Partido de Dios (Hezbolá) realizaron un atentado contra la embajada de Estados Unidos en Beirut. Seis meses después, 241 infantes de marina estadounidenses fueron muertos en otro ataque en el aeropuerto de la capital libanesa.

Pero los conservadores del gobierno israelí le pidieron a Reagan que mantuviera sus soldados en Líbano y se burlaron de las afirmaciones de congresistas estadounidenses que comparaban la situación con el inicio de la guerra de Vietnam (1965-1975).

Sin embargo, los últimos soldados estadounidenses dejaron Líbano tres meses después. Detrás dejaban un ejército libanés dividido, un moribundo tratado de paz entre Beirut y Tel Aviv y una creciente resistencia contra las tropas israelíes en el sur de ese país.

Las consecuencias políticas eran predecibles. Los halcones, que entonces dominanaban el Departamento de Estado (cancillería), criticaron la ”falta de voluntad” del Congreso y del gobierno de Reagan para poner fin a la situación en Líbano, mientras que el Pentágono lamentaba haber intervenido en ese país.

Los halcones de ahora, que predominan en el Pentágono, rechazan por completo comparar la situación en Iraq con la de Líbano hace 20 años, como hacen los moderados (denominados ”palomas”) liderados por Powell.

Washington esta vez no desplegará una gran artillería para enfrentar a la resistencia local, sino que organizará un gran ataque con su fuerza aérea, utilizando las llamadas ”bombas inteligentes”, helicópteros y fuerzas especiales.

Además, los halcones esperan ser bien recibidos en Iraq por las minorías étincas, políticas y religiosas que sufren a manos del gobierno de Saddam Hussein, incluso mejor de lo que fueron recibidos los soldados israelíes por los chiítas libaneses en 1982, al menos al principio. (

Compartir

Facebook
Twitter
LinkedIn

Este informe incluye imágenes de calidad que pueden ser bajadas e impresas. Copyright IPS, estas imágenes sólo pueden ser impresas junto con este informe