Una fiesta callejera, colorida de rojo, celebró la investidura de Luiz Inácio Lula da Silva como nuevo presidente de Brasil, inaugurando un gobierno que despierta esperanzas tanto en el país como en el exterior.
Varios centenares de autobuses procedentes de todas partes de Brasil convergieron en Brasilia, transportando gente que por ninguna razón quiso perderse ese momento histórico.
Lula es nosotros en el gobierno, dijeron muchos campesinos, obreros o desempleados que por primera vez en la vida se pusieron un traje para saludar al ex obrero metalúrgico que alcanzó la presidencia después de tres intentos frustrados desde 1989.
Muchos eligieron la bicicleta para cruzar el país y juntarse a las 200.000 personas que, según los organizadores de la fiesta, se concentraron el miércoles en la Explanada de los Ministerios y la Plaza de los Tres Poderes para ver, oír y aclamar al nuevo presidente, tratado como un ídolo y un héroe nacional.
Francisco das Chagas Souza, conductor de autobuses, fue uno de esos ciclistas, quien tardó 27 días en recorrer los 2.150 kilómetros entre San Luis, capital del nororiental estado de Maranhao, y Brasilia. También Ronaldo Alves pedaleó 1.800 kilómetros y Marcos Soares Fernandes 1.300 kilómetros para ver a Lula.
Por su parte, Antonio Francisco dos Santos, fotógrafo jubilado, optó por un sacrificio mayor. Caminó 1.100 kilómetros durante dos meses desde la meridional ciudad de Campinas a Brasilia.
Lula, su vicepresidente José Alencar Gomes da Silva y las respectivas esposas desfilaron en automóviles abiertos en medio de la multitud. La policía no pudo contener el entusiasmo popular.
Algunos simpatizantes lograron acercarse, tocar e incluso abrazar al nuevo presidente, mientras una mujer logró hacerse fotografiar a su lado. Muchos invadieron el agua del estanque delante del Congreso Nacional, construido justamente para evitar el acercamiento de manifestantes populares.
Una delegación especial, aplaudida por la multitud, fue la de 39 parientes y pobladores de Caetés, la ciudad natal de Lula ubicada en el empobrecido nordeste del país, que les llevó 30 horas en autobús para llegar a Brasilia, a 2.100 kilómetros de distancia.
Esa movilización espontánea, la emoción reflejada en el llanto de muchos, la multitud cantando el himno nacional y el olé, olé, olá de la campaña electoral de Lula en 1989 compusieron el traspaso de mando con mayor participación popular de la historia brasileña.
La capital del país se convirtió así en un gran circo, donde predominó el rojo, el color del izquierdista Partido de los Trabajadores (PT), liderado por Lula.
La presencia de jefes de Estado y de gobierno extranjeros se limitó a 13, debido a las inconveniencias de la fecha, el 1 de enero. Concurrieron principalmente presidentes de América del Sur, además del cubano Fidel Castro, el portugués Jorge Sampaio y el sudafricano Thabo Mbeki.
Lula declaró que el Mercado Común del Sur (Mercosur, compuesto por Argentina, Brasil, Paraguay y Uruguay) y su integración con el resto de América del Sur serán prioridad en su política externa.
La crisis que afrontan casi todos esos países hace que los planes de Lula, de reanudar el crecimiento, desarrollar el mercado interno brasileño y acercarse a los vecinos con una visión estratégica y generosa, representen una esperanza de mejores tiempos para el sur de América.
Lula y el PT aparecen también hoy como un aliento y un ejemplo para la izquierda y movimientos renovadores de muchos países, especialmente en Argentina que enfrenta una grave crisis económica, política e institucional.
A partir de ahora el 1 de enero, aniversario de la revolución cubana, será también la fecha del inicio del gobierno de Lula en Brasil, señaló Castro, en reconocimiento de la importancia del hecho para América Latina.
En tanto, el presidente de Venezuela, Hugo Chávez, afirmó que el nuevo gobierno brasileño abre un nuevo camino, que puede beneficiar a toda la región.
Pero las esperanzas no se limitan a la izquierda y a los pobres. Expectativas favorables también contagiaron a empresarios y otras corrientes políticas.
Una encuesta indicó que 77 por ciento de los industriales consultados en Sao Paulo, el estado más rico de Brasil, esperan un bueno o excelente gobierno de Lula.
La confianza se basa en la búsqueda de un acuerdo nacional para el crecimiento económico, similar al promovido en Estados Unidos por el presidente Franklin Roosevelt (1932-1945) para superar la crisis iniciada en 1929.
El nuevo gobierno brasileño tiene una mayoría de ministros del PT, pero el área económica es dominada por líderes empresariales, reflejando la alianza entre capital y trabajo.
Lula dijo en el acto de su investidura como presidente en el Congreso Nacional que cambio será la palabra clave en su gobierno, por elección del pueblo, pero sin rupturas.
Confirmó que la erradicación del hambre, la reforma agraria, el crecimiento económico con redistribución del ingreso y sin inflación serán sus metas. Generar empleos será mi obsesión, afirmó ante los parlamentarios.
También resaltó su compromiso con la transparencia administrativa y el combate contra la corrupción, el desperdicio y la impunidad, añadiendo la seguridad pública entre sus prioridades, ante el aumento de la criminalidad en el país.
Todo eso y las reformas del sistema previsional e impositivo y de la legislación laboral se harán por medio de un pacto social, a será discutido en el Consejo de Desarrollo Económico y Social, a instalarse este mes y en el que participarán representantes de empresarios, trabajadores y de otros sectores de la sociedad.
Soy el resultado de una historia, estoy concretando el sueño de generaciones y generaciones que, antes de mí, intentaron y no lograron realizarlo, señaló Lula ante la multitud en la Plaza de los Tres Poderes, después de recibir la banda presidencial de su antecesor Fernando Henrique Cardoso. (