La ausencia de reglas de juego claras en la relación de los militares con la política es la principal causa de la inestabilidad en Pakistán, y solucionar este problema el gran desafío para 2003.
Los militares gobernaron durante casi la mitad de la vida independiente de Pakistán, iniciada en 1947, y los gobiernos civiles sólo han desarrollado una democracia parcial.
El cuarto régimen militar en la historia pakistaní, encabezado por el general Pervez Musharraf, abrió una transición democrática con las elecciones legislativas de octubre, que determinaron la investidura de Mir Zafarullah Khan Jamali como primer ministro.
Musharraf mantiene la jefatura de las fuerzas armadas y la presidencia del país, con autoridad para disolver el parlamento, destituir al primer ministro y conformar un nuevo gobierno. Es un poder similar al del Consejo de Seguridad Nacional de Turquía, que controla al gobierno democrático.
Con frecuencia, las difíciles transiciones de un gobierno militar a uno civil crean nuevos problemas sin haber resuelto los anteriores.
La contradicción fundamental es que los militares, siempre renuentes a ceder la autoridad, procuran legitimidad ante la constante presión internacional, y para ello se valen de un gobierno elegido por el pueblo, pero dócil ante su fuerza.
Los problemas comienzan cuando el gobierno civil deja de ser dócil.
Esta es la tercera transición en Pakistán hacia un gobierno civil con elecciones convocadas por un régimen militar, pero ahora hay nuevos factores a destacar.
En primer lugar, se advierte una mayor diversidad política. Es la primera vez en la historia de Pakistán en que la oposición tiene fuerza en el parlamento y control, además, sobre dos de las cuatro provincias del país.
El Frente Acción Unida, alianza de seis partidos religiosos de derecha que conquistó casi 20 por ciento de las 342 bancas del parlamento, se opone a cualquier gobierno militar en Pakistán y a la guerra internacional contra el terrorismo que lidera Estados Unidos.
En segundo lugar, el panorama de la sociedad civil pakistaní es por completo diferente al pasado.
Hay una poderosa y bien educada clase media, una sociedad civil con una cultura del disenso que se manifiesta a través de organizaciones no gubernamentales y partidos políticos y una prensa fuerte y crítica, con canales de televisión por primera vez independientes.
Por otro lado, más de dos millones de pakistaníes que residen en América del Norte, Europa y Medio Oriente mantienen fuertes vínculos familiares, culturales y económicos con su país de origen, y son un factor importante de unión con el mundo exterior.
En tercer lugar, la situación internacional y el papel de Pakistán en el mundo cambiaron de forma significativa desde los atentados del 11 de septiembre de 2001 contra Estados Unidos.
Asia meridional se convirtió en un punto clave de la lucha contra el terrorismo, y Pakistán prestó su territorio a Estados Unidos para lanzar su ataque contra Afganistán entre octubre y diciembre de 2001.
El 17 de este mes, la Organización de las Naciones Unidas divulgó un informe según el cual la red radical islámica Al Qaeda, que lidera el prófugo saudita Osama bin Laden, se está reagrupando y establece campos de entrenamiento en el este de Afganistán, cerca de la frontera con Pakistán.
Esto significa que la presión sobre Pakistán aumentará en tanto Bin Laden y el líder espiritual del derrocado movimiento radical islámico Talibán, el mulá Mohammed Omar, si siguen vivos, continúen en actividad.
Las provincias pakistaníes fronterizas con Afganistán (la Provincia de la Frontera Noroccidental y Balochistán) son ahora gobernadas por la derecha religiosa.
Mientras, la tensión con India continúa. El 18 de este mes, Nueva Delhi sentenció a muerte a tres hombres que supuestamente participaron en el atentado contra el parlamento, el 13 de diciembre de 2001. El gobierno indio acusó a Pakistán de haber amparado al grupo que organizó el ataque.
El gobernante partido nacionalista hindú Bharatiya Janata ganó el 12 de este mes las elecciones en el occidental estado indio de Gujarat, escenario de constantes enfrentameintos entre musulmanes e hindúes.
El sentimiento antimusulmán predominó en la campaña, lo que puede ser una advertencia de un futuro todavía más difícil en la relación entre Islamabad y Nueva Delhi.
La situación se podría complicar aun más si Estados Unidos lanza una guerra contra Iraq para desalojar del poder al presidente Saddam Hussein, una acción rechazada por la derecha religiosa pakistaní, que ya anunció para el 3 de enero una jornada de protesta en solidaridad con el pueblo iraquí.
Entre los principales desafíos de Pakistán se destaca mantener un equilibrio en la relación entre civiles y militares durante el nuevo gobierno del primer ministro Mir Zafarullah Khan Jamali.
Otro desafío es evitar que Estados Unidos extienda su guerra contra el terrorismo al territorio pakistaní.
Esto podría provocar una fuerte reacción de la derecha religiosa, que tomó impulso con sus últimas victorias electorales y con el respaldo de la etnia pashtun (patana), mayoritaria en Pakistán.
Los pashtun, que eran también la principal fuerza dentro de Talibán, tienen afinidad ideológica y vínculos étnicos con radicales afganos.
Un estudio del estadounidense Instituto Pew de Investigación mostró que 42 por ciento de los pakistaníes encuestados sienten que sus vidas empeoraron en los últimos cinco años, pero 46 por ciento dijeron tener confianza en que la situación mejorará en el futuro.
Cuarenta y nueve por ciento dijeron estar satisfechos con la situación del país, una notable diferencia con los resultados del mismo estudio en otras partes de la región. En Bangladesh, 20 por ciento de los encuestados afirmaron estar satisfechos, y en India sólo nueve por ciento.
Esto muestra que los pakistaníes, pese a las dificultades, tienen fe en el futuro de su país, y esto es una importante base para construir una sólida democracia en las próximas décadas. (FIN/IPS/tra-eng/mh/js/rp/mj/02