El frágil ambiente del Golfo y la salud de sus habitantes y de los combatientes figurarán otra vez entre las bajas de una nueva guerra de Estados Unidos contra Iraq, pronosticaron expertos y activistas.
Hace 11 años, los combates entre la coalición internacional encabezada por Estados Unidos y el régimen de Saddam Hussein devastó los ecosisistemas de Kuwait, cuya invasión a manos de Iraq en agosto de 1990 fue el origen de la guerra del Golfo, iniciada en enero de 1991.
Estados Unidos y Gran Bretaña aseguran estar dispuestos a declarar la guerra a Iraq para desalojar a Saddam Hussein del poder, para lo que usan como argumento su supuesta falta voluntad para deshacerse de sus armas de destrucción masiva.
Las tropas iraquíes incendiaron pozos petroleros a medida que se retiraban de Kuwait, mientras Estados Unidos cubrió el desierto kuwaití y amplias zonas de Iraq de miles de proyectiles con uranio empobrecido.
Para la fabricación de esas armas se emplea el remanente del isótopo uranio 235, altamente radiactivo, luego de ser empleado en armas nucleares o generadores de energía. Esos proyectiles se caracterizan por su poder de penetración en vehículos blindados y bunkers, debido a su alta densidad.
La radiactividad de ese desecho, barato y accesible, es la mitad de la del uranio natural, pero su toxicidad es igualmente grave, según expertos y sobrevivientes de la guerra del Golfo, incluidos soldados de la coalición internacional encabezada por Estados Unidos.
Sin embargo, el Departamento (ministerio) de Defensa (Pentágono) de Estados Unidos insiste en que el uranio empobrecido no es tóxico ni radiactivo.
El avión de combate A-10 Thunderbolt, los helicópteros Cobra y Apache y el tanque M1A1 Abrams son cargados con proyectiles mejorados mediante uranio empobrecido. Todos esos vehículos serán usados en una guerra contra Iraq, según el no gubernamental Centro de Información de Defensa con sede en Washington.
No hay duda de eso, pues Estados Unidos ha dejado en claro que desea bombardear bunkers para matar a todos los integrantes del gobierno iraquí que pueda, dijo el activista estadounidense John Catalinotto, del no gubernamental Centro de Acción Internacional, radicado en Nueva York.
Esto desperdigaría una cantidad aun mayor que la actual de uranio empobrecido por los alrededores de Bagdad, una ciudad de cinco millones de habitantes, agregó Catalinotto.
La Organización Mundial de la Salud (OMS) observó que los más proclives a sufrir la exposición a esa sustancia son los residentes de las zonas bombardeadas y los trabajadores de asistencia humanitaria.
Los casos de cáncer en Iraq se multiplicaron por cinco y hasta por siete en algunas zonas desde 1991, y la guerra del Golfo es la única explicación, dijo la semana pasada a la agencia de noticias Reuters el director del Hospital Mansour de Bagdad, Loua'i Latif Kasha.
La contaminación radiactiva por el uranio empobrecido causa por sí mismo cáncer de tiroides y leucemia, agregó Kasha.
Incluso algunos veteranos estadounidenses y británicos participantes en el conflicto sufren hoy de misteriosas enfermedades, conocidas como síndrome de la guerra del Golfo.
Los primeros informes de síntomas inexplicables, aparecidos a fines de 1991, incluían fatiga crónica, diarrea, dolores en articulaciones, pérdida de memoria y de concentración, erupciones, severos dolores de cabeza, caída de cabello y sangrados imprevistos de encías y senos.
Algunos pacientes manifestaron irritabilidad, espasmos musculares, fiebre y sudoración nocturna, y también se registraron defectos congénitos en hijos de veteranos.
Por otra parte, el semen de los veteranos ocasiona ardor tanto en ellos como en sus parejas sexuales, y si permanece más de cinco minutos en contacto con la piel, provoca inflamación y ampollas.
Además de la exposición al uranio empobrecido, el síndrome es atribuido a la prescripción a soldados estadounidenses y británicos en un corto período de un cóctel de medicinas, entre ellas 17 vacunas y píldoras de bromuro de piridostigmina, sustancia que minimiza los efectos del gas nervioso.
También fueron rociados con pesticidas organofosfóricos y piretroides, entre ellos una sustancia denominada DEET, en fase experimental, e ingirieron permetrina para evitar picaduras de insectos.
Otros factores que pudieron haber intervenido en la aparición del síndrome, según expertos, son el humo de los pozos petrolíferos incendiados en Kuwait y el supuesto uso por parte de Iraq de armas químicas.
Cientos de toneladas de sustancias cancerígenas denominadas hidrocarburos poliaromáticos, así como particulas de metal, se elevaron en la atmósfera con la combustión del petróleo o vertidas sobre el desierto, donde el crudo formó lagunas.
Pero las drogas administradas a los soldados parecen ser la causa determinante del síndrome en los veteranos, pues los síntomas aparecidos entre la población de Kuwait, también expuesta al humo y al uranio empobrecido, son ligeramente diferentes.
En Kuwait no se registró aumento de malformaciones congénitas, pero los médicos informaron de una mayor incidencia de asma, neumonías, hipertensión, enfermedades cardiovasculares, diabetes y alergias.
La ciencia demostró que las enfermedades de los veteranos no son resultado de la tensión de la guerra sino de vacunas y medicamentos sin aprobación que aún no fueron investigadas, dijo el director ejecutivo del Centro Nacional de Recursos sobre la Guerra del Golfo con sede en Washington, Steve Robinson.
El gobierno ignoró la experiencia de los veteranos en el golfo en 1991. ¿Estados Unidos se parará a mirar otra guerra trágica que podría evitarse?, preguntó Robinson.
Algunos estudios independientes creen que la toxicidad del uranio empobrecido ha sido exagerada.
Esas municiones son peligrosas, pero no por las razones que suelen esgrimirse. No son inocuas, si bien las consecuencias ambientales y sanitarias por su uso en la guerra del Golfo y en Kosovo fueron sobrevaloradas, dijo el editor del Boletín de Científicos Atómicos, Stephen Schwarz.
De todos modos, organizaciones pacifistas y de veteranos se quejan de que las autoridades de Estados Unidos y de Gran Bretaña no han ofrecido hasta ahora una explicación convincente sobre el síndrome de la guerra del Golfo.
Cuando las tropas iraquíes se retiraron de Iraq, incendiaron más de 700 pozos petroleros, y el fuego tardó ocho meses en extinguirse. La nube de humo de 16.000 kilómetros cuadrados que cubrió la región era tan oscura que los vehículos debían circular de día con las luces encendidas.
Las fuerzas iraquíes también arrojaron 11 millones de barriles de petróleo a las aguas del Golfo. La mayoría de los ecosistemas oceánicos se recuperaron un decenio más tarde, pero 40 por ciento de las reservas de agua dulce de Kuwait se perdieron para siempre a causa de la filtración de petróleo a través de la arena.
El costo económico total de la catástrofe ambiental ocasionada por la guerra ascendió a 40.000 millones de dólares, según la organización no gubernamental Cruz Verde Internacional.
Pero el servicio informativo especializado Environmental Media Services sostuvo que es poco probable que Saddam Hussein ordene prender fuego a sus propios pozos petroleros, si bien podrían incendiarse por los bombardeos o por otras razones derivadas de un conflicto bélico. (FIN/IPS/tra-eng/ks/ml/mj/en ip he/02