Las cofradías de diablos vencidos por el bien, que danzan cada día de Corpus Christi desde hace 400 años frente a parroquias católicas de Venezuela, han pedido a la Unesco que las proclamen obra maestra del patrimonio oral e inmaterial de la humanidad.
Los danzarines que buscan cobijo en la Unesco (Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura) son devotos católicos, transformados en diablos mediante máscaras de horror y coloridas vestimentas para dar lustre a la fiesta cristiana en alabanza del cuerpo de Cristo o sagrada eucaristía.
Las primeras diabladas datan del siglo XVII en poblaciones mestizas de indígenas y africanas del centro y norte del territorio que hoy conforma Venezuela, como celebración de una festividad del solsticio de verano ya sembrada en España y que se esparcía entonces por sus nacientes colonias americanas.
Su fuerte implantación, su persistencia de siglos, la riqueza de su culto y expresiones y la identificación con el alma nacional llevaron al Instituto del Patrimonio Cultural de Venezuela a proponer ese espacio cultural como obra maestra, dijo a IPS la antropóloga Flor Alba Cabrera, coordinadora del proyecto.
Una razón de peso fue la voluntad de los diablos danzantes de sostener su tarea por encima de toda adversidad, estimó Cabrera, tras destacar que ni siquiera la destrucción de poblados enteros en la costa venezolana por las torrenciales lluvias y deslaves de diciembre de 1999 pudo alterar la tradición de Corpus Christi.
En tiempos de la colonia española, el poder eclesiástico proscribió la danza en muchas parroquias, pero la sincrética diablada resistió en las poblaciones de mestizos y mulatos junto a explotaciones de cacao y aisladas entre la montaña y el mar Caribe.
La danza teatral del día de Corpus Christi (se celebra el jueves aunque la fecha varía entre mayo y junio) es preparada durante semanas por los integrantes de la cofradía, tradicionalmente sólo varones adultos, aunque en algunas comunidades han aceptado mujeres en las últimas décadas.
Una atención especial merecen la confección y el retoque de trajes, máscaras y accesorios. La vestimenta suele ser camisa, pantalón y alpargata (zapatilla de lona con suela de yute), pero también sayos, capas o capuchas, de colores vivos y con el rojo dominante.
Las máscaras, dos o tres veces del tamaño de la cara del danzante, son elaboradas con láminas de madera fina, trapo, cartón y papel pintado, y muestran rasgos humanos entremezclados con los de animales domésticos, salvajes o fantásticos. Es usual que las enmarquen con cuernos de vacuno para acentuar el talante diabólico de la figura.
Como accesorios, los diablos colocan sobre el traje crucifijos de metal, madera u hojas de palma, rosarios, escapularios y alguna estampa, a la vez que en sus manos llevan una maraca (sonaja) y, en algunas poblaciones, un pequeño látigo.
La danza colectiva se acompaña con música de tambor, cuatro (guitarrilla) y cencerro.
La víspera del día de Corpus Christi, los miembros de la cofradía local que venera el Santísimo Sacramento preparan altares con flores en las calles, visitan las casas de otros miembros de la hermandad, en especial a los enfermos, rezan y reciben a peregrinos que pagarán promesas en el templo.
Al amanecer del jueves correspondiente estallan fuegos de artificio y repican las campanas. Los diablos salen a las calles del poblado, con los habitantes todos galvanizados a su alrededor, rumbo a la parroquia y se detienen en el atrio, donde forman de acuerdo con la rigurosa jerarquía de la hermandad.
Cuando comienza la misa, los diablos entran al templo de rodillas, para pagar sus promesas y decir sus oraciones. En el momento culminante del oficio, la consagración, los diablos se postran en el suelo, la máscara caída, sumisos y vencidos por el bien, encarnado en la eucaristía.
Después de la misa comienza una procesión por el pueblo, encabezada por el sacerdote que lleva la custodia bajo un palio y, tras él, los diablos ejecutan sus coreografías, de grupo e individuales, con preferencia con pasos de baile en cruz.
La procesión de los danzarines y el resto del pueblo se detiene ante cada altar en la ruta, y finaliza cuando la custodia regresa al templo, en cuyo atrio los diablos bailan antes de romper filas e ir a la casa de un devoto que ya tendrá preparada una comida para todos.
Las cofradías de Corpus Christi cumplen una función cultural y simbólica, pero también social, con su labor de solidaridad, observó a IPS la antropóloga Daría Hernández, investigadora del tema.
El presidente de la Asociación de Diablos Danzantes, Félix Mijares, sostuvo que todos los diablos danzantes de Venezuela son mis hermanos.
Por su parte, Cabrera destacó que la celebración ha mostrado su fuerza y persistencia durante siglos.
Sin embargo, hoy existen riesgos de disminución o desaparición debido a la emigración, el turismo incontrolado, el dispar apoyo de las autoridades y, sobre todo, la imposición de valores del mundo globalizado, que arropan a nuestras pequeñas poblaciones agrícolas, apuntó.
El gubernamental Instituto del Patrimonio Cultural ha lanzado un programa quinquenal, con un costo estimado de 100.000 dólares, para apuntalar la tradicional diablada con actividades de inventario, investigación, divulgación, revitalización y seguimiento de la festividad.
Cuando Venezuela fue invitada a presentar candidaturas a la segunda proclamación de obras maestras del patrimonio oral e inmaterial de la humanidad, se escogió esa celebración del Corpus Christi pese a la gran variedad de expresiones y espacios culturales que posee el país como producto del mestizaje, comentó Cabrera.
La Unesco hizo una primera selección el 18 de mayo de 2001 de 19 obras, en países de cuatro continentes.
Por América Latina y el Caribe se eligió entonces a la danza y música garífuna de Belice, a la Fraternidad del Espíritu Santo de Congos de Villa Mella en República Dominicana, el patrimonio del pueblo Zapara (Ecuador y Perú) y el Carnaval o Diablada de Oruro, en Bolivia.
La próxima proclamación se prevé para junio de 2003. El día 19 de ese mes se celebrará el Corpus Christi y los diablos de Venezuela quisieran, con el manto de la Unesco, tener un motivo más para salir a danzar. (FIN/IPS/hm/dm/cr/02