Una comunidad del Caribe colombiano procura utilizar en forma sustentable el bosque de mangle, un ecosistema tropical amenazado por la deforestación.
Estos bosques pantanosos se asientan en zonas costeras relativamente tranquilas como estuarios, bahías y ensenadas. El manglar penetra el territorio, siguiendo el curso de ríos donde se mezclan aguas saladas y dulces, el ambiente salobre que requiere para vivir.
Pasan cuatro años hasta que el tronco adquiere diez centímetros de diámetro y una buena varade 20 centímetros demora dos décadas, dijo a Tierramérica Ignacia De la Rosa Pérez, líder de la Asociación de Mangleros Independientes (AMI) del municipio de San Antero, en el septentrional departamento de Córdoba, sobre el litoral caribeño de Colombia.
Mi padre cuenta que cuando yo nací, en 1950, todo era distinto porque el río Sinú había cambiado su curso alejándose de la bahía de Cispatá, la vegetación era pobre y en los pantanos menos salobres la gente sembraba arroz y plátano, relató.
Pero siendo jovencita descubrí que lejos de la orilla del río empezaron a brotar manglares nuevos. Pérez fue la primera en impulsar, en 1975, una organización para explotar en forma sustentable los recursos del mangle.
Si abrimos el caño (el canal por el que corren aguas marinas) el manglar vuelve a florecer, decía a los vecinos para animarlos. Y así ocurrió.
En Colombia —que posee 380.000 hectáreas de manglares, 87.000 sobre el mar Caribe y 292.000 en el Pacífico— el Ministerio del Medio Ambiente expide licencias para la explotación de esta madera.
Las licencias se asignan por parcelas, según las condiciones del bosque. Si el lote es de 10.000 metros (cuadrados), podemos talar 2.000, para que la explotación sea sostenible, dijo Pérez.
Los 70 productores afiliados a la AMI administran junto a la gubernamental Corporación del Valle del Sinú un proyecto productivo del que dependen 500 familias.
La asociación vende los troncos como pilotes o vigas para la construcción, pero nunca hacemos carbón del mangle, aseveró Pérez. Su ingreso oscila entre cuatro y seis dólares por día.
Los árboles que cronistas de la conquista española describían como muy altos, rectos y de madera incorruptible, alcanzan 30 metros de altura, aunque también hay variedades enanas.
El mangle cumple las mismas funciones de todos los árboles y, adicionalmente, es fuente de vida y alimentación, dijo a Tierramérica el biólogo marino Rodolfo Hinestroza.
Algas, anémonas, camarones diminutos y mucho material orgánico de sus raíces que semejan grandes zancos —mitad aéreas y mitad sumergidas en el agua— son alimento de peces, cangrejos y estrellas de mar, entre otras especies, dijo Hinestroza.
Según algunas investigaciones, dos tercios de las poblaciones de peces tropicales del mundo dependen de las áreas de manglar, afirmó.
Además, estos bosques son la central de alimentos más grande que existe, pues una inmensa variedad de aves y mamíferos está asociada a ellos, sostuvo Hinestroza.
Tan rico como frágil, el manglar amortigua inundaciones, protege las costas de la erosión, gana terreno al mar y fija la arena en las playas.
Pero la deforestación, las obras de infraestructura y la cría intensiva de peces y camarones amenazan su futuro.
Peligros similares se ciernen sobre los manglares que se extienden por la costa del océano Atlántico desde el meridional estado estadounidense de Florida hasta el norte de Brasil, o por las del Pacífico, entre el septentrional estado mexicano de Baja California y Perú.
El planeta aún alberga 16 millones de hectáreas de bosques de mangle, según la Organización Internacional de Maderas Tropicales de las Naciones Unidas.
El manglar existe en zonas subtropicales de Nueva Zelanda y Japón, países que junto a los de la costa occidental de Africa conforman el segundo gran grupo de producción de esta madera.
* Publicado originalmente el 6 de julio en la red latinoamericana de diarios de Tierramérica. (FIN/Tierramérica/mig/dcl/en/dv/02