AMBIENTE: Al rescate del oso de los Andes

El oso de anteojos llegó a las cumbres de los Andes de América del Sur hace 16.000 años. La única variedad sudamericana de la especie afronta hoy un sombrío futuro pues su hábitat es afectado por el avance urbano, la agricultura y la ganadería.

El oso andino peligra por el avance humano sobre los ecosistemas del arco de los Andes, que se extiende por Venezuela, Colombia, Ecuador, Perú y Bolivia.

Entre 18.000 y 20.000 ejemplares sobreviven en entornos tan diferentes como el bosque húmedo montano, a 900 metros sobre el nivel del mar, hasta el elevado páramo, por encima de los 4.000 metros.

”En las estribaciones orientales de los Andes de Bolivia se lo ha encontrado a 550 metros de altura, y en las zonas secas de Perú a 300 metros”, dijo a Tierramérica Francisco Cuesta, integrante de un equipo de investigación de la ecuatoriana Fundación Eco Ciencia.

Por su pelaje negro y el antifaz blanco-amarillento que circunda sus ojos o se extiende por la frente y el pecho, se lo conoce como oso careto, oso frontino o de anteojos.

Pesa 500 gramos al nacer, y en la adultez alcanza dos metros de altura y un peso de 175 kilogramos. Tras una gestación de ocho meses, nacen dos o tres crías, que permanecen junto a la madre entre uno y tres años.

El avance urbano, la agricultura y la ganadería fragmentan y aíslan sus ecosistemas, poniendo en peligro su viabilidad.

”Con respecto a otras especies americanas como el puma o el jaguar, la variabilidad genética del oso andino es baja, es decir, no se adapta fácilmente a nuevos ambientes”, explicó el genetista español Manuel Ruiz-García, de la Facultad de Ciencias de la Pontificia Universidad Javeriana de Bogotá.

Por esa característica su presencia indica abundancia de alimentos, 70 por ciento de los cuales son vegetales —cogollos, frutas, semillas, brotes y cortezas- y 30 por ciento restante son larvas de coleópteros, roedores, venados, perezosos, cabras o ganado.

El oso se mantiene muy cerca de los cursos de agua, de los cuales depende tres quintos de la población andina de Colombia, explicó Ruiz-García a Tierramérica.

Las características genéticas del oso andino, que Ruiz-García rastrea desde 1993, le han permitido identificar poblaciones diferenciadas en distintas zonas. Según sus estimaciones, entre 3.000 y 6.000 ejemplares viven en Colombia.

El Ministerio del Ambiente pondrá en marcha este año una campaña para informar a las comunidades campesinas de las regiones centro, oriental y sudoccidental que la especie no amenaza al ganado y los maizales, sino que indica la existencia de gran variedad de especies vegetales y animales.

Por otra parte, el gobierno colombiano propuso incluirlo como ”especie en peligro de extinción” en el Apéndice I de la Convención sobre Comercio Internacional de Especies Amenazadas de Fauna y Flora Silvestre, dijo a Tierramérica Claudia Rodríguez, de la División de Fauna del Ministerio del Ambiente.

Según el ecuatoriano Cuesta, ”la gama de ecosistemas que ocupa y su estrecha relación con las comunidades indígenas” hacen del oso andino ”una especie clave para un proceso de conservación que involucre a la gente”. Sin embargo, el gobierno no ha adoptado ninguna estrategia para protegerlo.

En 1990 había en Sudamérica más de 18.000 ejemplares. ”En Ecuador, donde aún existen 28.810 kilómetros cuadrados de hábitat en buen estado, habitan 2.018 osos, 11 por ciento de la población total” y ningún grupo tiene más de 250 individuos adultos, aseguró Cuesta.

La Unión Mundial para la Naturaleza considera al oso de anteojos especie ”vulnerable a la extinción”, pero en Ecuador está ”en peligro de extinción” por el número de ejemplares, que se redujo 25 por ciento en la última década.

En las reservas de la sudoriental provincia de Morona Santiago, se han abierto senderos en los que se ”registran comederos, huellas, pelos, nidos y otros rastros importantes”, explicó el indígena shuar Luis Puanchir.

”El análisis del ácido desoxirribonucleico (de los pelos recogidos) permite conocer la abundancia relativa de la población, los movimientos estacionales, la proporción de sexos y los patrones evolutivos”, aseguró Francisco Cuesta.

La caza, prohibida en 1970, no se ha detenido. Los indígenas no tienen la intención de cazar osos, pero ”si encuentran uno lo atraparán porque tiene mucha carne y grasa”, sostuvo Puanchir.

*Publicado originalmente el 1 de junio en la red latinoamericana de diarios de Tierramérica. (FIN/Tierramérica/kl- mig/dcl/en/dv/02

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