El colapso económico de Argentina llevó este año a que niños, niñas y adolescentes de clase media emigraran de la escuela privada a la pública, cuyas aulas, a su vez, han sido abandonadas por miles de alumnos pobres.
La recesión iniciada en 1998 arrastró al cierre el año pasado a más de un centenar de centros escolares privados, que no pudieron soportar la alta morosidad en el pago de las cuotas mensuales de familias de sectores medio que vieron mermar drásticamente sus ingresos.
Es inédita este año la cantidad de niños de clase media en las escuelas del Estado, comentó alarmado el secretario de Educación del gobierno de la ciudad de Buenos Aires, Daniel Filmus.
Pero la llegada a la educación pública de alumnos procedentes del sector privado será penosamente equilibrado por la deserción escolar de miles de niños y adolescentes de los sectores más desfavorecidos, que afrontan carencias de alimentación, calzado, útiles o hasta el dinero para el pasaje del autobús.
También aportará lo suyo en este aspecto el retiro de las escuelas estatales de miles de hijos de familias inmigrantes de Bolivia, Chile, Perú y Uruguay, entre otros, que retornaron a sus países de origen ante la pérdida de trabajo y el deterioro extremo de la economía argentina.
El constante abandono escolar de los niños más pobres no ha podido ser detenido siquiera con la oferta de los comedores, que en los últimos años fue un atractivo adicional, debido a las carencias elementales que afrontan y a que muchos de ellos se vieron obligados a trabajar.
Un estudio del Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (Unicef) indica que 50 por ciento de adolescentes argentinos de entre 13 y 17 años no completa la educación secundaria.
Directores de diversas escuelas confirman que es cada vez más común tener tres divisiones de primer año y sólo una de tercero, el último año de educación secundaria. La enseñanza primaria es de nueve años.
Necesidades básicas, como el alimento, el calzado, los viáticos o los útiles escolares, fueron este año una traba insalvable como nunca se había visto antes.
La urgencia de aportar al sostenimiento del hogar fue la otra razón esgrimida por muchos de los alumnos desertores que fueron ubicados por docentes ofreciéndose a limpiar parabrisas en las esquinas de Buenos Aires y otras localidades.
Nunca habíamos tenido tanta gente desesperada viniendo a pedir útiles, sobre todo hombres que no tienen trabajo y no quieren que sus hijos dejen la escuela por no tener una carpeta, comentó a IPS Pablo Moseinco, profesor de matemática en una entidad de apoyo escolar de Pacheco, localidad cercana a la capital argentina.
María del Carmen Barrios, madre de dos hijos adolescentes, corrobora el fenómeno. Este año es terrible, dijo luego de señalar su decisión de dejar a la hija de 16 años en la escuela y retirar al varón de 15 años por no tener calzado adecuado para concurrir a clase.
De útiles no hablemos porque eso ya es un lujo, añadió la mujer del barrio de Pacheco.
Barrios consigue muy poco trabajo como empleada de limpieza en hogares, contratada por horas, y tampoco pudo acceder a un subsidio para jefas de hogar desempleadas, ya que los recortes de gasto público obligan a priorizar esa ayuda a las familias con mayor cantidad de hijos.
Sin dinero para el pasaje, la hija mujer de Barrios que tendrá la suerte de seguir estudiando deberá caminar seis kilómetros cada día para ir a la escuela.
La deserción escolar comenzó a notarse en 1995 y luego se fue profundizando con la crisis económica en este país de más de 37 millones de habitantes.
La última medición fue la más alarmante. En la central provincia de Buenos Aires, la más poblada del país, la cantidad de alumnos secundarios que logró graduarse bajó de 88 por ciento en 2000 a 65 por ciento en 2001.
La gravedad del problema se manifestó en toda su dimensión en marzo, al inicio del ciclo escolar anual, cuando se verificó la deserción de 150.000 alumnos de la escuela secundaria en la provincia de Buenos Aires, según el Sindicato de los Trabajadores de la Educación.
La preocupación surgió al detectarse que se abrirían menos divisiones, menos turnos y que, como consecuencia, habría menos trabajo para maestros y profesores.
Esa situación decidió a muchos maestros y profesores a encarara una convocatoria que nunca se había hecho antes, como repartir volantes llamando a los alumnos a matricularse o ir casa por casa a buscarlos para convencerlos de no abandonar los estudios.
Unicef se plegó a la campaña y en los partidos de fútbol de la primera división profesional jugados en marzo se pidió a los futbolistas que ingresaran a los estadios con un cartel que rezaba: si vas a la escuela, el ídolo sos vos.
El cartel en los estadios era portado también por niños y adolescentes con las túnicas blancas que usan para concurrir a las escuelas primarias del Estado.
La deserción estudiantil se reflejó de manera contundente en algunas escuelas en particular. En la Escuela Media de Don Orione de localidad de Almirante Brown, en la provincia de Buenos Aires, sólo se inscribieron cinco alumnos para la especialidad de Economía del ciclo secundario pese a que había 75 bacantes.
En la Escuela Técnica de José C. Paz, también cercana a la ciudad de Buenos Aires, sólo se completaron seis divisiones frente a 11 del año pasado.
Para el sindicato de profesores, lo que desalienta a muchos jóvenes es la eliminación de las becas.
(equivalentes hoy a 37 dólares), pero con la crisis redujo los montos a 60 pesos (22 dólares) y
El gobierno de la Provincia de Buenos Aires eliminó del presupuesto de este año las becas de estudio que otorgaba para más de 100.000 alumnos desde 1998, que en un primer momento fue de 100 pesos (equivalente hoy 37 dólares).
El profesor de matemáticas Pablo Moseinco, de la organización no gubernamental La Lechería, dijo a IPS que los adolescentes sufren el impacto de una reforma educativa realizada los años 90 para aumentar la matrícula, pero que tiene sus desventajas.
Antes de la reforma la escuela primaria duraba hasta séptimo grado, y luego había un secundario de cinco años.
La reforma amplió de siete a nueve años la educación primaria, tras lo cual los alumnos deben tener todo el curso finalizado para poder ingresar al secundario, que bajó de cinco a sólo tres años con orientación específica, como economía, ciencias naturales, comunicación y otras.
Los chicos salen de noveno con una base muy mala, y el salto al secundario es enorme, no pueden sostenerlo académicamente, explicó Moseinco.
Por supuesto que las becas estimulaban a que sigan aún con enorme esfuerzo, pero este año, sin ese incentivo, ¿para qué se van a quedar si tanto les cuesta?, se preguntó.
Moseinco añadió que los alumnos que deben materias de noveno de primaria, no repiten sino que quedan en un limbo que los invita a abandonar y, además, nota que por la grave situación económica y social en la que viven desvalorizan sus capacidades, tienen pocas herramientas para aprender y están distantes del mundo del conocimiento.
Algunos especialistas temen que la escuela -inclusive la pública- termine siendo así una institución que expulse a los pobres, aun cuando la idea original era que la educación estatal debía ser la institución por excelencia en ofrecer igualdad de oportunidades.
Datos del Instituto Nacional de Estadísticas y Censos indican que los menores que viven en hogares pobres pasaron de 22 a 52 por ciento del total en el último año.
En la medida en que esos jóvenes pobres no están escolarizados ni tienen trabajo formal, empiezan a ser invisibles para la sociedad, y aún dentro de sus hogares.
El desplazamiento de esos adolescentes es hacia la nada, alertaron representantes del sindicato de maestros y profesores que llamaron a las autoridades a emprender una campaña para frenar la deserción escolar antes de que sea demasiado tarde. (FIN/IPS/mv/dm/ed pr/02