Empresarios honestos eliminados por sus socios, la corrupción generalizada y el triunfo de los criminales más decididos, no importa a que clase pertenecen, es el paisaje de la sociedad brasileña mostrado en la nueva película de Beto Brant.
O invasor (El invasor) inició su carrera comercial a comienzos de este mes, recomendada por varios premios nacionales e internacionales y con el aval de la dirección de Brant, un destacado miembro de la nueva generación de cineastas brasileños.
La violencia es una presencia permanente en el filme, como en los dos anteriores de Brant, Los matadores, de 1995, y Acción entre amigos, de 1998, y un medio de realzar las llagas sociales y morales del país.
La historia de El invasor comienza con dos ingenieros, dueños de una empresa constructora en Sao Paulo, contratando a Anisio, un asesino profesional de los pobres barrios periféricos, para sacar del camino al tercer socio que se niega a aceptar un negocio corrupto con el gobierno.
Anisio, interpretado por Paulo Miklos, un cantante de rock que hace su primera experiencia como actor, invade la empresa y la vida de los dos directivos que ordenaron el crimen luego de asesinar al socio y a su mujer.
El chantaje es una de las armas del matador. Pero otra, que es decisiva para su ascenso, es el acercamiento afectivo a la hija adolescente de la pareja que recién había asesinado.
Las drogas promueven esa integración entre dos personas de clases tan lejanas, como ocurre habitualmente entre proveedores pobres y consumidores ricos.
El ingeniero más inseguro y arrepentido se dá cuenta del callejón sin salida en el que entró. Fracasa en su intento de fuga y decide entregarse a la policía, revelando el crimen.
Sin embargo, descubre al final que la policía, corrompida, también está al servicio de su socio, haciendo inútiles su denuncia y sacrificio.
En El invasor no hay personas honestas, a excepción de los muertos, ni salidas para una sociedad desgarrada, impulsada por un capitalismo salvaje, de enriquecimiento por cualquier medio, especialmente el crimen.
El personaje más interesante es el asesino a sueldo, delgado y feo, oriundo de los barrios miserables, que despierta alguna simpatía con su cómica invasión del mundo de los ricos, como un instrumento de castigo de los empresarios.
Pero esa simpatía del público queda de lado cuando revela que su única intención de convertirse en uno de esos ricos y adoptar rapidamente sus hábitos.
La película no tiene héroes con quienes identificarse, inquieta y presenta un final negativo. Por eso está condenada a una taquilla limitada, pese a que cuenta con varios actores famosos procedentes de las telenovelas, como Malú Mader, Mariana Ximenes y Alexandre Borges.
Los críticos se dividieron, aunque le reconocieron varias calidades singulares. Un aspecto que destacan es el rap que viste el filme, música que fue premiada el año pasado en el Festival de Brasilia.
El rap cumple una función importante para subrayar las acciones y el ambiente de las periferias de Sao Paulo, hartamente exhibidas en su fealdad e indignaciones. El hambre mata más que fusil y drogas, dice una de las canciones.
El compositor Sabotage, como es conocido Mauro Mateus dos Santos, sirvió de consultor de la producción, orientando los diálogos de personajes pobres. Además aparece en la escena más cómicas, representándose a sí mismo y cantando una de sus composiciones de rap.
La contribución del cantante, traduciendo el lenguaje del asesino Anisio a la jerga típica de los barrios periféricos y pobres de Sao Paulo, fue reconocida como uno de los aciertos de El invasor.
Ese aporte de Sabotage se repetirá en otra película en producción, Estaçao Carandiru (Estación Carandirú), sobre la masacre de 111 presos en una cárcel paulista hace 10 años.
Precisamente, Sao Paulo es también en El invasor un trasfondo fundamental, al mostrar la prosperidad representada por muchos edificios en construcción en contraste con sus favelas (conjuntos de viviendas miserables y hacinadas) y extensos barrios pobres, en prolongadas escenas.
La fotografía presentó innovaciones, con su registro inicial en películas de 16 milímetros, que permiten mayor agilidad, sin equipos pesados. Para la edición se empleó la tecnología de televisión digital, hasta la conversión en película de 35 milímetros.
De esa manera, además, se abarató la producción, cuyo costo total fue de un millón de reales (435.000 dólares), lo cual es considerado un presupuesto muy bajo para largometrajes.
También permitió efectos especiales como calles temblando, para indicar la borrachera de un personaje, y la variación de colores para acentuar climas o sensaciones de personas drogadas o en desesperación. (FIN/IPS/mo/dm/cr/02