PALESTINA: Gatillo fácil en retenes israelíes

La violencia en el límite entre Israel y las zonas autónomas palestinas aumentó en los últimos días de febrero, a causa de la agresividad de los soldados israelíes que controlan el paso entre los dos territorios.

Hasta la tercera semana de febrero, «la mayoría de los puestos de control estaban abiertos, y la gente podía acercarse», pero «ahora están cerrados, y los soldados disparan si uno se acerca sin permiso», dijo el director de la no gubernamental Unión de Comités Palestinos de Ayuda Médica, Mustafá Barghouti.

Ese pudo ser el motivo del ataque contra dos mujeres embarazadas el 24 y el 25 de febrero, dijo Barghouti.

«Sus familias las llevaban al hospital, y no tenían otra opción que acercarse a los soldados y explicar su situación. Estaban apurados y a bordo de un automóvil, pero los soldados disparan contra cualquier cosa que se acerque. La situación es insufrible», explicó.

El 25 de febrero, soldados israelíes de un puesto de control al sur de la septentrional ciudad cisjordana de Naplusa mataron a un hombre de 22 años que acompañaba a su esposa embarazada al hospital. La mujer resultó herida, al igual que su padre, pero dio a luz sin complicaciones.

Un día antes, otra palestina embarazada fue atacada con armas de fuego por efectivos del mismo puesto de control, ubicado al sur de Naplusa.

En un retén de Qalandia, entre Jerusalén y la central ciudad cisjordana de Ramalá, los soldados dispararon contra el presidente del parlamento palestino, Ahmed Qrei'a, quien participa en las negociaciones de paz. El canciller israelí Shimon Peres se disculpó ante Qrei'a y le aseguró que nadie intentó matarlo.

Sin embargo, los soldados israelíes «estamos siempre en actitud de combate, desde el comienzo de la violencia en los territorios», y las instrucciones de abrir fuego en los controles viales no han cambiado, sostuvo el portavoz del ejército, teniente coronel Olivier Rafowicz.

El ejército anunció a fines de mes que investigará los ataques contra las embarazadas y la muerte del esposo de una de ellas en Naplusa, pero la organización israelí de derechos humanos B'Tselem tiene pocas esperanzas sobre los resultados.

«El ejército permitió a los soldados de los controles actuar con impunidad desde el comienzo de la intifada», dijo Ron Dudai, activista de B'Tselem que supervisa los puestos de guardia.

Según Dudai, los soldados no recibieron órdenes firmes de abrir fuego y esto les hace disparar más rápido cuando se ponen nerviosos y se sienten presionados.

«Antes de la intifada, cada soldado asignado a los territorios recibía material impreso con instrucciones específicas sobre cuándo abrir fuego. Ahora, los comandantes los informan personalmente, y eso no da resultado», dijo el activista.

«Vuelvan atrás si no quieren salir heridos», gritó un soldado israelí a través de un megáfono a varios palestinos que aguardaban para cruzar un puesto de control en Qalandia.

Los hombres y mujeres que intentaban pasar se apresuraron a obedecer la orden, pues en los últimos días los soldados esperan la menor señal para lanzar gas lacrimógeno, disparar al aire o contra los palestinos.

«Dispararon contra mi automóvil cuando intenté acercame a un puesto de control», dijo Muna Jleifi, una mujer residente en Ramalá, al norte de Jeusalén, que se dirigía a una consulta médica en la disputada capital. Jleifi logró que le permitieran pasar por el retén «porque tenía un certificado médico».

Pero no pudo regresar. «Ni siquiera me dejan acercarme para explicar mi situación. Mi esposo y mis hijos están en Ramalá, ¿qué voy a hacer ahora?», se preguntó.

Los palestinos no tienen claro cuándo y hasta dónde pueden acercarse al puesto de Qalandia. En algunos casos está completamente cerrado, incluso para personas de a pie que no pueden siquiera acercarse a los soldados, fuertemente armados y protegidos.

Muchos palestinos optan por evitar los puestos de guardia a causa del peligro y la humillación.

A fines de febrero, soldados de la guardia militar en Qalandia obligaron a las personas que intentaban cruzar el puesto a quitarse los abrigos y girar lentamente para demostrar que no llevaan armas o explosivos.

A pocos cientos de metros del puesto, fuera de la vista de los efectivos israelíes, la mayoría de las personas van y vuelven de Ramalá a Jerusalén a pie, pasando por una cantera abandonada ahora usada como vertedero de residuos.

«Me asusta demasiado usar el pasaje normal estos días», dijo Jamil, un contador de edad avanzada, parado en medio del sucio pasaje. El hombre trabaja en Ramalá pero vive en Jerusalén. «Antes, al menos podíamos hablar con los soldados, ahora sólo disparan», afirmó.

Un ruido de disparos llegó desde el puesto de control y, poco después, una nube de gas lacrimógeno llegó hasta la cantera. Docenas de personas se cubreieron el rostro y salieron corriendo.

Un testigo explicó luego que los soldados ordenaron a un grupo de personas retrocecer cuando se acercaban al control vial. «Como no se movieron con rapidez, los soldados lanzaron gas lacrimógeno y dispararon al aire», relató.

Barghouti consideró que los puestos de control «son un castigo colectivo» impuesto por los israelíes. La prueba de ello, según el activista, es que muchas personas de Ramalá que necesitan entrar o salir de la ciudad y desean evitar los puestos optan por atravesar las colinas.

«Esto no tiene nada que ver con la seguridad. Si quisieran seguridad, los israelíes se retirarían a las viejas fronteras (anteriores a 1967) y sólo tendrían un par de cientos de kilómetros que defender», dijo Barghouti.

«Al rodear cada ciudad y poblado palestino, crearon más de 3.000 kilómetros de frontera y están descubriendo que no pueden defenderla», concluyó.

Desde el comienzo de la intifada (levantamiento palestino contra la ocupación israelí), hace 17 meses, murieron 1.009 palestinos y 228 israelíes. (FIN/IPS/tra-en/fb/sm/lp/mj/ip hd/02

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