El gobierno de Estados Unidos se embarca a ritmo vertiginoso, pero con escaso conocimiento del terreno, en operaciones militares para resolver complicados conflictos internacionales.
Algunos legisladores del opositor Partido Demócrata, por lo general respetuosos de la política del gobierno, comenzaron a hacerse preguntas. «Creo que hay una expansión sin una dirección clara», dijo con delicadeza el líder de la mayoría del Senado, el demócrata Tom Daschle.
«Si queremos matar a cada uno de los terroristas del mundo, estaremos ocupados hasta el día del juicio final», advirtió el miércoles con más crudeza el senador demócrata Robert Byrd, durante una presentación del subsecretario de Defensa, Paul Wolfowitz, ante el Congreso.
«¿Hasta cuándo podremos soportar semejante presión en nuestro Tesoro?», se preguntó Byrd, en referencia al incremento de 48.000 millones de dólares al presupuesto militar del año próximo, impulsado por el presidente George W. Bush.
El Departamento (ministerio) de Defensa confirmó el jueves que enviará entre 100 y 200 asesores militares a la república ex soviética de Georgia, y varios cientos más a Yemen, para entrenar a los ejércitos de esos países en el combate a movimientos considerados «terroristas».
Una semana antes, 10 soldados estadounidenses murieron en un accidente de helicóptero en el sur de Filipinas después de haber transportado el primer contingente de 150 efectivos de las Fuerzas de Operaciones Especiales para asesorar al ejército filipino en la represión del movimiento insurgente musulmán Abú Sayyaf.
Poco antes, el principal enviado de Washington a Afganistán anunció que una parte de los 4.000 soldados y asesores desplegados en ese país serán enviados a las zonas donde son más graves los combates entre señores de la guerra.
Hasta ahora, los soldados estadounidenses en Afganistán buscaban capturar a los militantes de la red Al Qaeda, de Osama bin Laden, acusado por Estados Unidos de los atentados del 11 de septiembre en Nueva York y Washington, y del derrocado movimiento Talibán.
El miércoles, un importante contingente de asesores llegó a Kabul para iniciar un programa de entrenamiento de dos años destinado a conformar, capacitar y equipar un ejército afgano multiétnico de 30.000 efectivos.
La Casa Blanca también reiteró su pedido al Congreso de 98 millones de dólares para entrenar y abastecer tropas colombianas para proteger un oleoducto de 800 kilómetros propiedad de la compañía estadounidense Occidental Petroleum, ante al fin del proceso de paz entre la guerrilla y el gobierno de Colombia.
Washington, que ya envió 250 efectivos a Colombia, prometió al presidente Andrés Pastrana redoblar y acelerar la asistencia militar y de inteligencia, anticipando el recrudecimiento de la guerra civil.
Simultáneamente, el gobierno de Bush anunció que estudiará acciones directas para liberar a cualquier rehén estadounidense capturado en el exterior, ampliando el alcance de la decisión que sólo permitía acciones directas ante el secuestro de funcionarios.
Mientras, crecen las especulaciones sobre una posible campaña militar de Estados Unidos contra Iraq, en medio de los preparativos de la gira del vicepresidente Dick Cheney por países aliados de Medio Oriente y el Golfo.
Los rumores aseguran que Cheney procurará persuadir a los nerviosos gobiernos de la región sobre el compromiso de largo alcance de Washington, prometiendo 250.000 soldados en el terreno y un formidable poder de fuego para derrocar al presidente de Iraq, Saddam Hussein, e impedir una guerra civil.
«Me enteré hace cinco meses que en Afganistán hay uzbekos, tayikos y pashtunes (patanes). No pensé ni por un momento en Georgia en todo el año pasado, y ahora descubro que estamos enviando 200 asesores militares a un lugar llamado Pankisi Gorge, justo en la frontera con Chechenia», dijo a IPS un asesor de política exterior del Congreso.
Tales decisiones fueron adoptadas en diez extenuantes jornadas en las cuales el gobierno parecía redoblar sus propósitos militares con el paso de las horas.
Durante los meses de intensa campaña bélica en Afganistán, Washington logró acceder a bases militares de Asia central e incluso comenzó a construir lo que parece ser una instalación militar propia y permanente cerca de Bishkek, capital de Kirguizstán.
«Necesitamos un debate en este país, pues existe una real posibilidad (de que) estemos exagerando», opinó el ex miembro del Consejo de Seguridad Nacional Ivo Daalder, en declaraciones formuladas esta semana al diario Los Angeles Times.
Lo más notable de estos nuevos compromisos militares es la prrecipitación con que fueron adoptados, violando todos los dogmas del credo que el Partido Republicano proclamó a partir de las desventuras militares de Vietnam (1961-1975) y Somalia (1992-93).
Una ley aprobada por el Congreso a mediados de los años 90, cuando los republicanos eran mayoría, exige que todo despliegue de tropas se adopte sólo cuando peligren intereses vitales, los objetivos sean claros y alcanzables y exista una «estrategia de salida» identificable.
Pero en la guerra contra el terrorismo emprendida por Bush, toda esa sabiduría acumulada parece haber sido echada a un lado.
«Parece que somos buenos para desarrollar estrategias de entrada, pero no para las estrategias de salida», subrayó el miércoles Byrd.
Hasta el secretario de Estado (canciller) Colin Powell, que como cualquier militar considera que los objetivos claros y alcanzables y las estrategias de escape son condiciones indispensables para desplegar fuerzas en el exterior, ha claudicado en sus propuestas de largo alcance.
Powell definió la victoria en la guerra como «un estado donde la gente no tema actos terroristas, y pueda seguir con su vida sin preocuparse por el tipo de hechos que ocurrieron el 11 de septiembre, o los coches bomba de Jerusalén o el terrorismo alimentado (por la guerrilla) en Colombia».
Al concluir su explicación ante el Congreso, el secretario que fue jefe del estado mayor conjunto, estimó que «nos llevará mucho tiempo alcanzar ese estado». (FIN/IPS/tra-eng/jl/lp/dc/ip/02