/BOLETIN-AMBIENTE/ AMERICA LATINA: La nube urbana

Gracias a la aplicación de diversas medidas, la nube contaminante que cubre hoy a Bogotá, México, Lima o Santiago es menos peligrosa que hace una década, pero aún mueren y enferman millones de personas por su causa y el futuro no pinta mucho mejor.

En la capital de México, cuyas autoridades emprendieron acciones formales contra la contaminación en 1984, fallecen cada año 35.000 personas de forma prematura debido a enfermedades relacionadas con la polución, aseguran documentos del gobierno de la ciudad.

En Santiago, donde los programas sobre la materia se iniciaron en 1988, la mortalidad sube 10 por ciento tras los episodios de contaminación, apunta un estudio patrocinado por el Banco Mundial.

Y la situación en Lima o Bogotá no es muy diferente. Cuando en el centro histórico de la capital peruana hay altas concentraciones de partículas contaminantes, el índice de mortalidad sube 18 por ciento, según autoridades municipales.

Informaciones del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) y de la Organización Mundial de la Salud (OMS) señalan que en el mundo mueren cada año entre 2,7 y tres millones de personas por causas vinculadas a la contaminación del aire.

Además, alrededor de 1.100 millones se enferman por ese motivo, lo que impacta en la productividad y genera altos gastos en los sistemas de salud.

Setenta mil muertes podrían prevenirse cada año en los países en desarrollo si se lograran bajar a niveles inocuos tres contaminantes atmosféricos importantes: monóxido de carbono, partículas en suspensión y plomo, apunta la OMS.

A ese objetivo apuntan los gobiernos municipales de las principales urbes de América Latina. Casi todos iniciaron en los años 80 acciones contra el problema, primero de forma aislada, pero ahora con un carácter integral y de largo plazo.

En Bogotá, por ejemplo, las autoridades pusieron en marcha un programa de transporte público limpio denominado «Transmilenio», y certifican a las empresas «verdes» y alientan el uso de la bicicleta.

En Santiago, se construyeron estacionamientos subterráneos de alto costo y en México se plantea construir un segundo piso a una de las vías más importantes de la ciudad para agilizar el caótico tránsito.

En ambos casos, las medidas presentadas como parte de programas anticontaminantes, fueron criticadas por ambientalistas, quienes consideran que incentivan el uso del automóvil.

Los vehículos movidos por derivados del petróleo, que suman alrededor de 5,7 millones en Santiago, Bogotá, México y Lima y que en la mayoría de los casos circulan en promedio a menos de 30 kilómetros por hora, son señalados como la principal fuente de contaminación.

Por ello, todas las municipalidades aplican revisiones obligatorias a los automotores para atenuar la emisión de contaminantes y en casi todos los casos restringen su circulación bajo esquemas de horas y días.

Gracias a esas medidas, en México los llamados días de «contingencia ambiental» por ozono no se repiten desde 1999, y las concentraciones de plomo en el aire cayeron 99 por ciento de 1988 a la fecha. Respecto al monóxido de carbono, en 2000 solo hubo concentraciones peligrosas de este contaminante 0,5 por ciento de los días, cuando en 1991 se presentaron 70 por ciento de los días.

Pero los niveles que aún persisten «son inaceptables para la salud» y están asociados a miles de muertes en la ciudad, reconocen autoridades municipales en el Programa para Mejorar la Calidad del Aire (2002-2010), el PROAIRE.

En el centro de Lima las concentraciones por dióxido de azufre bajaron de 190 a 73 unidades por metro cúbico en entre 1999 y 2001. Entretanto, las de dióxido de nitrógeno disminuyeron de 190 a 68,5 unidades y las partículas en suspensión de 300 a 201 unidades en el mismo período.

No obstante la mejora, todos los niveles superan aún hasta en 80 unidades los rangos que la OMS considera aceptables para la salud.

En el caso de Santiago también hay mejoras importantes. El año pasado se observó en esa ciudad una reducción general de 16 por ciento en la contaminación respecto a 2000, según datos oficiales.

La capital de México y su zona conurbada, cuya población de 20 millones es la más grande de la región, lleva el liderazgo en varios de los problemas, pero también en la búsqueda de soluciones.

En enero, el gobierno de la ciudad presentó el PROAIRE, programa redactado con la participación de autoridades federales, ambientalistas, empresarios y otros sectores y con estrategias y acciones para 10 años.

El ambicioso plan, cuyo financiamiento de más de 900 millones de dólares aún es incierto, incluye compromisos para múltiples sectores.

Aunque mucho del plan aún pisa terrenos poco concretos por la falta de dinero, los ambientalistas consideran que es un excelente ejemplo de lo que debería hacerse en la mayoría de ciudades de América Latina: proyectos a largo plazo y con participación general.

Santiago parece buscar ese camino. El año pasado las autoridades municipales abrieron a discusión ciudadana un proceso para reformular el Plan de Prevención y descontaminación Atmosférica de la Región Metropolitana, que data de 1988.

En torno del proyecto circulan ideas como incluir incentivos económicos a industrias y dueños de vehículos con «bonos de descontaminación» y revisar algunas normas para la medición de contaminantes.

En Bogotá, el Departamento Administrativo del Medio Ambiente no se queda atrás. Hace dos años adoptó el «día del no carro», que fue ratificado en una consulta ciudadana, y que se ha realizado ya en tres ocasiones, la última el 1 de febrero de este año.

Además, ha estimulado de forma decisiva el uso de la bicicleta. Para el efecto, la alcaldía bogotana construyó una red ciclística- peatonal de casi 20 kilómetros.

En Lima el asunto, sin embargo, no marcha como esperaran los ambientalistas. Allí las autoridades no han pasado de las etapas de diagnóstico y de las acciones aisladas.

En un reciente estudio de la Dirección de Salud Ambiental del Ministerio de Salud de Perú realizado a niños en la zona del Callao, en Lima, se descubrió que el índice promedio de plomo en la sangre en los menores era de 26,7 microgramos por decilitro, nivel que casi triplica los límites señalados por al OMS.

Las autoridades municipales de Lima, Santiago, México y Bogotá coinciden en reconocer que tienen una tarea titánica y ninguna se atreve a afirmar que está próxima una solución a la nube gris que aún enferma y mata a miles personas. (FIN/Tierramérica/dc/en/02

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