Vacunas orales y espermicidas hechos a partir de vegetales modificadas con genes humanos podrían salvar vidas y evitar la superpoblación, pero si ese material genético ingresa por accidente en la cadena alimenticia, las consecuencias quizás sean funestas.
Algunos científicos avizoran una gran promesa en los vegetales, que no son afectados por enfermedades humanas como los ratones de laboratorio y murciélagos suceptibles a la contaminación viral y bacteriana.
Además, los vegetales pueden producir anticuerpos a costos 100 veces menores que la fermentación celular tradicional, la técnica tradicional.
Algunas compañías cultivan variedades vegetales manipuladas para producir anticuerpos contra enfermedades humanas como la hepatitis B y la malaria, e incluso para producir esperma.
La empresa Epicyte, radicada en San Diego, en el sudoccidental estado de California, Estados Unidos, se propone iniciar las pruebas clínicas de un espermicida tópico (de uso local) logrado este año a partir de maíz genéticamente modificado.
La prensa ha dado al invento el nombre de «maíz anticonceptivo».
Cultivos de este tipo de maíz crecen en un invernadero en el central estado de Indiana, Estados Unidos, y se planifica la instalación de un segundo sembradío en el estado insular estadounidense de Hawaii, en el océano Pacífico, dijo Sandy Strauss, portavoz de Epicyte.
«Estamos siguiendo todas las pautas federales. Hay una posibilidad casi nula de que se produzca un polinización inadvertida (de vegetales de la especie originaria sin manipulación ubicadas fuera del área experimental), pero no puedo afirmarlo con 100 por ciento de certeza», dijo Strauss.
Pero esto es exactamente lo que preocupa a organizaciones ambientalistas como Greenpeace.
«Hubo informes sobre una contaminación extendida alrededor de cultivos genéticamente modificados en México. Eso ocurrió aunque se había asegurado que nunca ocurriría, y a un grado más bien extremo», dijo Craig Culp, encargado de prensa de Greenpeace.
El maíz anticonceptivo aún no llegó a la etapa de pruebas en campos abiertos, a la cual Greenpeace se opone.
En septiembre de 2001 la organización realizó una manifestación de protesta en California, donde una compañía cultivaba al aire libre arroz modificado con genes humanos.
Greenpeace sostuvo que 20 empresas de todo el mundo están involucradas en este tipo de experimentos.
«Es terrible pensar que el maíz anticonceptivo se mezcle con el maíz común y termine en los copos del desayuno de las personas», destacó Culp.
«Los experimentos en campos abiertos son un peligro para el ambiente natural. Las zonas intermedias de amortiguación son absolutamente insuficientes. Aunque estén a kilómetros de distancia, simplemente no hay forma de contener los procesos naturales», alertó el portavoz de Greenpeace.
El material genético puede ser llevado por el viento, insectos y pájaros y en semillas y heces de animales. «Hay muchas formas en que puede escapar de las zonas contenidas», dijo Culp.
Epicyte denomina «planticuerpos» a la tecnología que ha desarrollado y que aún tiene un largo camino por recorrer antes de que su producción llegar al mercado. Algunos expertos advierten que es demasiado pronto para juzgar su utilidad o los peligros que pueda presentar.
«La biotecnología ha cambiado nuestra forma de pensar sobre los vegetales», dijo Michael Rodemeyer, director ejecutivo de la Iniciativa Pew para la Alimentación y la Biotecnología, organización independiente de investigación que procura asumir una posición neutral sobre biotecnología.
Según Rodemeyer, el maíz es un gran fabricante de proteína que podría tener gran valor para la industria farmacéutica, el diagnóstico y las aplicaciones industriales. Los vegetales son un recurso renovable, con ventajas ambientales y energéticas.
«Esta tecnología podría ofrecer una forma de hacer cosas que de otro modo no se podrían hacer», aseguró el investigador.
Sin embargo, «como vimos en el caso Starlink, existe preocupación de que las características genéticas pasen a otros organismos», admitió Rodemeyer.
En 2000, una variedad de maíz genéticamente modificado comercializado con el nombre Starlink, que sólo había sido autorizado como alimento para animales, llegó, de alguna manera, a numerosos productos alimenticios en Estados Unidos.
Acusaciones de que el maíz causó reacciones alérgicas en algunas personas obligaron al retiro del mercado de 300 productos y plantearon cuestionamientos sobre la eficacia del control gubernamental de los productos genéticamente modificados.
«La cuestión es cómo asegurar que las versiones genéticamente modificadas, en especial para usos no alimentarios, no llegarán a los cultivos alimenticios, y eso es algo que las agencias reguladoras están investigando» en Estados Unidos, señaló el representante de la Iniciativa Pew.
Gene Laos, jefe ejecutivo de Prodigene, compañía con sede en el sudoriental estado de Texas, argumentó que, en términos de costos, la manipulación genética constituye una ventaja para los países más pobres.
Aunque las vacunas orales deben ser administradas por un médico, otros factores, como el transporte y la refrigeración, así como el costo de agujas hipodérmicas y otros elementos, quedarían eliminados para los países pobres, puesto que el antígeno estaría en una semilla, agregó Laos.
«Durante cinco años tuvimos una vacuna almacenada en semillas de maíz, sin que presentara degradación», destacó.
Prodigene tiene dos productos sobre los que se iniciarán pruebas clínicas: una vacuna para la hepatitis B y otro contra la bacteria escherichia coli.
«Es difícil hacer predicciones sobre los beneficios de esta tecnología para los países en desarrollo», sostuvo Rodemeyer. (FIN/IPS/tra-en/ks/aa/lp/mj/sc he en/02