RUSIA: Putin lejos del liderazgo internacional

El presidente Vladimir Putin está muy lejos de convertir a Rusia en una nación poderosa con claro liderazgo internacional, una promesa incumplida desde la disolución de la Unión Soviética, en 1991.

En algo menos de dos años en el Kremlin tras ganar las elecciones de marzo de 2000, Putin consolidó su poder y creó condiciones para efectuar grandes cambios en la conducción del país, señalan observadores políticos.

Sin embargo, el mandatario no supo aprovechar el amplio respaldo que tiene en el parlamento para impulsar reformas reales al sistema jurídico y combatir la corrupción.

Su proyecto de restaurar el predominio de Moscú, la capital, sobre las 89 unidades administrativas del país —21 repúblicas autónomas, 49 regiones, 11 comarcas autónomas, seis territorios y dos ciudades federales— fue minado por las concesiones a varios gobiernos locales.

Una de las leyes aprobadas en 2001 permite al gobierno central remover a los gobernadores locales que ignoren las leyes federales. Pero hasta ahora Putin no ha hecho uso de esa facultad.

El presidente ha reiterado que busca un estado fuerte, pero preocupa a los sectores liberales el ascenso a cargos clave de jerarcas militares y de ex integrantes de la KGB, la policía secreta de la era soviética.

Así mismo, aunque se insistió en la inminente ruptura de Putin con la Familia, el grupo de informantes del Kremlin durante el gobierno de su predecesor, Boris Yeltsin (1991-1999), el presidente no pudo o no quiso poner fin a la influencia de este sector dentro del gobierno.

Aunque la popularidad de Putin antes de las elecciones se apoyó en buena medida en una dura retórica sobre el conflicto en la separatista república de Chechenia, las negociaciones de paz se encaminan a su tercer año.

Dos tercios de los consultados en encuestas de opinión aprueban la gestión presidencial.

Quizás el mayor logro del mandatario haya sido la neutralización de sus enemigos políticos, a los que dejó fuera de la contienda o los sumó a sus huestes.

Sin embargo, varios universitarios y analistas critican su gestión económica y política.

El problema no es que Rusia sea gobernada por un «Stalin», sino que se trata de un muy pequeño «Stalin», incapaz de diseñar una estrategia para el desarrollo, opinó el economista Mikhail Delyagin, director del Instituto sobre Problemas de la Globalización, en referencia al líder histórico de la era soviética.

Inclusive el jefe de consejeros económicos del presidente, Andrei Illarionov, reconoció que subsisten las mismas políticas del gobierno de Yeltsin, y que es aun mayor la profundidad de la corrupción gubernamental.

Simultáneamente, Putin afronta enormes desafíos en el ámbito internacional. Rusia intenta ingresar al sistema multilateral de la Organización Mundial del Comercio y ha permanecido independiente de la Organización de Países Exportadores de Petróleo.

A pesar de las reiteradas advertencias del Kremlin sobre el peligro de una nueva carrera armamentística, Estados Unidos anunció su retiro del Tratado de Misiles Antibalísticos (ABM), de 1972, al que consideró obsoleto.

Putin dijo en un discurso a la nación que la medida de Washington, que entrará en vigor en junio, fue un «error», que sin embargo no amenaza la seguridad nacional.

Moscú se opuso al abandono del ABM, a su juicio el pilar del sistema de disuasión nuclear, que permite a ambos países proteger sólo un sitio con armamento atómico de alcance continental.

Putin obtuvo cierto respaldo de las repúblicas ex soviéticas. El presidente de Ucrania, Leonid Kuchma, consideró que su par ruso adoptó una «postura equilibrada» ante la medida de Washington.

Si bien el tratado ABM fue un factor estabilizador, los atentados terroristas del 11 de septiembre en Nueva York y Washington y los posteriores desafíos internacionales dieron a Estados Unidos el «derecho moral» a abandonarlo, estimó Kuchma.

El aliado más cercano de Rusia, Belarus, advirtió que el fin del ABM «minará la estabilidad estratégica y la seguridad internacional».

Por otra parte, muchos políticos rusos defienden la aproximación a Occidente. Luego de los atentados de septiembre, Putin adoptó la única opción posible, sostuvo el líder opositor Grigory Yavlinsky, líder del liberal Partido Yabloko.

El extremista y nacionalista Partido Liberal Democrático, encabezado por Vladimir Zhirinovsky, abandonó sus definiciones antioccidentales y antiestadounidenses, así como su rechazo a la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN).

Durante el último congreso partidario, Zhirinovsky sostuvo que luego del 11 de septiembre, Rusia debe aliarse con «la civilización del Norte», en particular Estados Unidos y Europa occidental.

Mientras el fin del tratado ABM se produce en un escenario de notable acercamiento entre Occidente y Rusia, algunos señalan que el papel de Moscú como socio de Washington deberá probarse nuevamente en el futuro inmediato.

La coyuntura internacional da a Putin la oportunidad única de convertirse en mediador entre Washington y Beijing, arguyó Lilya Shevtsova, analista del Carnegie Endowment.

Pero incluso los escenarios más optimistas otorgan a Rusia el papel de mediador y no el de poderoso actor global, una señal más de su marcada pérdida de protagonismo, estimaron otros analistas. (FIN/IPS/tra-eng/sb/dc/ip/02

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