AMERICA CENTRAL: Pandillas de la globalización

La violencia desatada por cientos de miles de niños y jóvenes pandilleros de América Central preocupa a políticos, expertos y organizaciones de la sociedad civil, que no encuentran una fórmula eficaz para luchar contra este fenómeno.

Científicos sociales sostienen que las pandillas centroamericanas son filiales de grupos delictivos similares de Estados Unidos, creados a su imagen y semejanza, un efecto combinado de la globalización y de la pobreza y exclusión social que impera en la región.

«Las pandillas del istmo son parte de organizaciones transnacionales» y agrupan a cientos de miles de jóvenes, cuyas edades van desde los 12 a los 35 años, aseguró a IPS el filósofo nicaragüense José Luis Rocha.

Rocha es profesor de la privada Universidad Centroamericana (UCA), una institución que ha estudiado la conformación y actividades de estos grupos en los países donde más se han desarrollado.

Las pandillas más grandes y activas son las de El Salvador y de Guatemala, seguidas en menor orden de importancia en Honduras y Nicaragua.

Los investigadores señalan que las pandillas, conocidas en la zona como «maras», tienen un alto nivel de organización, manejan armas de fuego y son, en una doble vía, causantes de violencia y víctimas de ella.

El fenómeno es importado de la sudoccidental ciudad estadounidense de Los Angeles, en especial de dos grandes pandillas que han trasladado a América Central sus métodos de violencia, ritos de iniciación y patrones de conducta.

Las llamadas Mara 18 y Mara 13 toman sus nombres de los números de dos calles de Los Angeles, donde nacieron esos movimientos juveniles.

«La edad más común de los 'mareros', como son llamados los pandilleros, va de los 18 a los 25 años, pero también los hay casi niños y hasta más adultos», explicó Rocha, quien junto a científicos sociales de la UCA elaboró un estudio titulado «Maras y pandillas en Centroamérica».

La investigación, contenida en un libro de 444 páginas, es la primera divulgada en América Central sobre este fenómeno, que alarma a la población y tiene a mal traer a los gobiernos.

El trabajo, que incluye entrevistas a pandilleros, familiares y vecinos, además de encuestas y observaciones de la vida dentro de esos grupos, comienza con el relato en torno del asesinato de un líder de la Mara 18, ocurrido días antes de las fiestas de Navidad de 2000 en la septentrional ciudad hondureña de La Lima.

Al día siguiente de la muerte del joven a manos de un grupo rival, la madre y los amigos del pandillero velaron y enterraron su cuerpo.

Sin embargo, dos días después del funeral sus enemigos de la Mara 13, conocida también como la Mara Salvatrucha, desenterraron el cadáver, lo rociaron con gasolina y le prendieron fuego.

La idea de la Mara Salvatrucha era acabar con el pandillero rival, tanto física como simbólicamente.

Rocha explicó que la Mara 13 y la Mara 18 se han arraigado en América Central como un fenómeno emparentado con las migraciones, nutriéndose en especial de jóvenes pobres que han regresado voluntariamente o han sido deportados de Estados Unidos.

Muchos de ellos han traído a América Central las costumbres de las maras de Los Angeles, entre las cuales se cuentan los tatuajes, la música rap, la ropa holgada y palabras específicas de un lenguaje propio.

«Esto no es más que un claro ejemplo de la globalización», apuntó Rocha, quien sostiene que esos jóvenes no son delincuentes comunes sino que roban o asaltan por un hambre de imagen, para ser tomados en cuenta por una sociedad que los ha excluido.

El comentario del experto está basado en estudios patrocinados por el Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), los cuales han comprobado que América Central es una de las regiones con mayor disparidad socio-económica del mundo.

La pobreza abarca a más de 50 por ciento de los 36 millones de centroamericanos.

Sin embargo, lejos de crearse un ambiente para solucionar el problema de los pandilleros, tomando en cuenta las causas del fenómeno, se ha desatado una fuerte animadversión contra ellos.

Varias organizaciones no gubernamentales han denunciado que esa postura ha provocado un aumento de la violencia, alejando posibles soluciones.

Casa Alianza, organización humanitaria internacional que lucha por los derechos de los niños del istmo y México, denunció que en las calles de las principales ciudades de la región se está realizando una verdadera limpieza étnica por parte de los cuerpos policiales.

Las principales víctimas de esa práctica ilegal son los niños de la calle y los mareros, aseguró esa institución, ganadora en 2000 del premio Conrad N. Hilton, considerado el Nobel de los derechos humanos.

Entre 1998 y diciembre de 2000 se ha registrado la muerte de 1.000 menores de edad sólo en Honduras, presuntamente ejecutados de manera extrajudicial.

«Si la sociedad los ficha y los mata claro que ellos responden con violencia», comentó a IPS Bruce Harris, director de Casa Alianza.

Harris detalló que muchos de los mareros centroamericanos son jóvenes que han quedado excluidos de la educación y que no encuentran espacio ni en el deporte ni el mercado de trabajo.

«Es más fácil para muchos de ellos aprender a matar que a escribir», señaló el activista.

En cuanto al nombre de los pandilleros de la región, los investigadores han identificado el origen de la palabra «mara» en una película de los años 70, llamada «Marabunta», la cual trata de un grupo de hormigas que provocó una destrucción masiva en Brasil.

Esa denominación que los asocia con un grupo destructivo ha calado hondo, no sólo dentro de las maras, sino que ha sido parte de la imagen que han proyectado hacia la sociedad.

Los especialistas que trabajan con esos jóvenes sostienen que los mareros son marginados que merecen una oportunidad.

«En América Central, a los mareros se les ha satanizado y la verdad es que cuando uno se acerca a ellos descubre que son jóvenes como cualquiera, con sueños, tristezas y ambiciones», dijo el sociólogo Juan José Soza.

Soza, quien trabaja para la UCA de Nicaragua, contó a IPS que sólo en Managua se calcula que existen cerca de 400 maras organizadas.

Muchas de ellas, que se autodenominan «clicas», son pequeños nodos o asociados de la Mara 13 y la Mara 18 y se pelean entre sí por ganar mayor territorio de acción.

Algunos expertos indican que las maras han heredado la cultura de violencia que dejaron en América Central los conflictos armados internos de los años 80, y su accionar se facilita por la gran cantidad de armas pequeñas disponibles en el mercado negro.

«Las maras usan la violencia como una forma de vida y como una manera de ganar visibilidad social», interpretó para IPS la psicóloga salvadoreña María Salvador.

Mientras, los especialistas consultados por IPS coinciden en la necesidad urgente de que los gobiernos de la región establezcan políticas sociales de ayuda a la juventud.

Es hora de que se fijen medidas para rehabilitar a esos jóvenes, pues, si sólo se les reprime, el efecto que provocará será será de una mayor violencia. (FIN/IPS/nms/dm/pr/02

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