Hortalizas, pescado y teléfonos celulares se venden por igual en un colorido mercado informal en la frontera de Lomahasha, entre Mozambique y Swazilandia, una muestra de la inventiva popular para sobrevivir.
Una próspera comunidad de cien comerciantes y sus familias y empleados convierten el cálido y montañoso cruce fronterizo de Lomahasha, el único oficialmente abierto entre ambos países, en un bazar que combina las tradiciones de dos pueblos y culturas.
«Somos luchadores, no somos gente que vivió siempre en guerra, sino que estamos saliendo de las condiciones creadas por la guerra», explicó Humberto Sabacor, vendedor de castañas, en referencia al conflicto civil que padeció Mozambique entre 1976 y 1992.
Sabacor compra sus productos a los agricultores de la región meridional cercana a la capital, Maputo, y los traslada en su camioneta a Lomahasha.
Todos compran y venden. El principal cliente de Sabacor es un intermediario que coloca los frutos en hoteles de Swazilandia. El regateo es indispensable, sobre todo por la última depreciación de la moneda swazi, pero los negocios se llevan a cabo con cordialidad.
«Le compro a Humberto desde 1998, y como soy un cliente seguro, él ha conseguido que muchos plantadores se dediquen exclusivamente a las castañas. Yo les proporciono un medio de vida», sostuvo el intermediario, que no quiso dar su nombre, pues elude el pago de derechos de aduana.
Durante la guerra civil, «los agricultores no podían llegar a los mercados, y los caminos estaban minados, así que comenzaron a vender y comprar con los swazis a través de la frontera. Fue entonces cuando comenzó a perforarse la frontera cercada», recordó Alberto Sarmento, un conductor de autobús.
Esos huecos se usaban para el contrabando de diversos productos, desde ganado hasta automóviles. «Los ladrones de ganado introducían animales swazis en Mozambique y viceversa y los autos robados venían desde Sudáfrica, a través de Swazilandia, e ingresaban a Mozambique rumbo a Zambia», explicó Sarmento.
El fin de la guerra no redujo el intercambio, basado en productos agrícolas de ambos países y usualmente practicado en la modalidad del trueque.
La reconstrucción fue muy difícil. Al finalizar la guerra, en 1992, Mozambique era el país más pobre del mundo.
«Los pobres saben cómo arreglarse. Por eso usted puede hallar de todo en este lugar», dijo Sarmento.
En efecto, abundan productos para el cabello, computadoras, repuestos de automóviles, teléfonos celulares, bebidas alcohólicas y cigarrillos, golosinas, productos para el hogar, y especialmente ropa usada.
Las mujeres despliegan su mercancía sobre pequeñas mesas de madera o en manteles sobre el piso. No existen licencias ni permisos, y las operaciones pueden suspenderse en cualquier momento, en caso de problemas con las autoridades.
Sin embargo, los funcionarios aduaneros de ambos países están saturados de trabajo, y su control no alcanza al aislado puesto fronterizo, que se encuentra a gran distancia de las ciudades más próximas.
El mercado se despliega en torno al desorden de automóviles, camiones y autobuses que llegan al lugar. Los montos de las transacciones son tan bajos que no vale la pena procurar el cobro de impuestos, de acuerdo a un funcionario del Departamento del Tesoro de Swazilandia.
«Los oficiales de aduanas de Mozambiqueno se molestan con nosotros, pues están dedicados a su tarea primordial, que es aterrorizar y sobornar a los viajeros que cruzan el puesto fronterizo», dijo Florence Simelane, una swazi de paso por el mercado, de camino a Maputo, para visitar a sus familiares.
La etnia swazi procede de la región donde se encuentra la capital mozambiqueña. En el siglo XVI, durante el reinado de Dlamini I, el primer rey swazi, el grupo migró hacia el sudoeste, ocupando el actual territorio de Swazilandia.
Pese a que Mozambique fue más tarde colonia de Portugal, y Swazilandia un protectorado británico, los vínculos culturales entre ambos pueblos siguen siendo fuertes.
El presidente de Mozambique, Joaquin Chissano, prometió mejorar los controles aduaneros en Lomahasha y abrir otros cruces fronterizos clausurados desde la guerra, durante una visita al reino en noviembre.
«Tampoco los policías (apenas un puñado) son muy codiciosos, les damos un pequeño obsequio y se marchan. Si alguno se pone duro, tenemos nuestra propia forma de justicia», dijo Stella de Sousa, vendedora de sábanas compradas en Maputo.
Una organización de matones (tsosti) cobra a los comerciantes a cambio de protección y se encarga de mantener el orden y reprimir a ladrones y otros personajes que perturben la actividad comercial.
El mercado carece de instalaciones sanitarias y agua potable. El agua se extrae de una pequeña fuente natural, donde también bebe el ganado y se lava la ropa de los pobladores locales.
La mayoría de los comerciantes llegan con sus propios contenedores de agua y han instalado letrinas, la única estructura permanente del lugar.
Al anochecer los pocos que permanecen encienden fogones, donde cocinan pescado, maíz y carne.
Una de las mercancías más buscadas son los camarones, cuyo precio subió a 20 dólares el kilo, un costo razonable en los mercados del mundo, pero mucho dinero en Lomahasha. (FIN/IPS/tra- eng/jh/mn/dc/if dv/01