IRAQ-EEUU: Bagdad se perfila como siguiente blanco militar

La segunda fase de la guerra de Estados Unidos contra el terrorismo, y en especial una posible acción militar para derrocar al presidente de Iraq, Saddam Hussein, resurgieron en Washington como tema favorito de especulación ante la inminente derrota del grupo Talibán en Afganistán.

Aunque la idea de un ataque a Bagdad parecía rebuscada cuando Washington y la rebelde Alianza del Norte apenas avanzaban en Afganistán, el repentino colapso del régimen Talibán en noviembre puso el tema de nuevo sobre la mesa, para disgusto de los aliados árabes y europeos de Estados Unidos.

Esos aliados creen, con razón, que los enemigos de Saddam Hussein -concentrados en el Pentágono y en el círculo del vicepresidente Dick Cheney- resultaron fortalecidos en las últimas tres semanas con respecto al moderado más influyente del gobierno, el secretario de Estado Colin Powell, por varios motivos.

En primer lugar, los éxitos de la campaña militar en Afganistán aumentaron la estatura e influencia del secretario de Defensa, Donald Rumsfeld, cuyo segundo, Paul Wolfowitz, es considerado el líder de las fuerzas contrarias a Saddam Hussein dentro de la administración desde los atentados del 11 de septiembre en Nueva York y Washington.

«La gran esperanza de los partidarios de la guerra es que la influencia aumentada de Rumsfeld decida la cuestión», escribió Edward Luttwak, miembro del Centro de Estudios Estratégicos e Internacionales, en el diario Los Angeles Times.

«Si todo va bien en Afganistán, Rumsfeld será el gran triunfador, desplazando a Powell como el asesor presidencial más importante», agregó Luttwak, un antiguo socio de Wolfowitz y de Richard Perle, presidente de la Junta sobre Políticas de Defensa, otro radical sobre la cuestión de Iraq.

Aparte de los éxitos militares en Afganistán, la forma en que fueron alcanzados -mediante bombardeos aéreos combinados con ofensivas terrestres de grupos afganos rebeldes asesorados por las Fuerzas Especiales de Estados Unidos- también contribuyó al resurgimiento de las fuerzas contrarias a Saddam Hussein en Washington.

El general Powell, respaldado por la mayor parte del ejército, advirtió reiteradamente que la expulsión del presidente iraquí exigiría una fuerza de invasión masiva.

Sin embargo, arguyen los radicales, las victorias logradas en Afganistán, al igual que en la provincia serbia de Kosovo en 1999, demuestran que la fuerza aérea combinada con una presencia terrestre muy limitada y un grupo insurgente colaborador podría ser suficiente.

El apoyo militar a los rebeldes kurdos en el norte de Iraq y eventualmente a los chiítas en el sur -áreas en que Estados Unidos impuso una zona de exclusión de vuelos contra aviones de Bagdad- podría, con el asesoramiento táctico y bombardeos de fuerzas estadounidenses, alcanzar los mismos resultados que en Afganistán, en opinión de los radicales.

«No lo recomendaría (invadir Iraq) de una forma convencional», aclaró Perle en declaraciones a The Wall Street Journal, la semana pasada. «El modelo sería similar al aplicado en Afganistán».

Un tercer factor que alentó a los radicales fue una declaración del propio presidente de Estados Unidos, George W. Bush, pronunciada el 26 de noviembre en una conferencia de prensa.

Por primera vez, el mandatario sugirió que el desarrollo de armas de destrucción masiva podría convertir a Iraq en un objetivo de la guerra contra el terrorismo.

«Saddam Hussein había aceptado permitir inspecciones en su país, y para probar al mundo que no está desarrollando armas de destrucción masiva, debe dejar que vuelvan los inspectores», dijo Bush.

Interrogado sobre qué haría si Saddam Hussein se rehusara a cooperar, respondió que «él mismo se dará cuenta», porque «Afganistán es sólo el comienzo».

Las declaraciones de Bush pasaron por alto la principal objeción presentada por Powell y los aliados árabes y europeos de Washington a un ataque contra Bagdad: la falta de pruebas que vinculen al presidente iraquí con la red terrorista Al Qaeda del saudí Osama bin Laden, mucho menos con los atentados del 11 de septiembre.

Pero Bush dejó claro que una eventual decisión de atacar a Iraq no dependería de esas pruebas.

«Básicamente dijo que no eran relevantes y que no le importaba particularmente», comentó un asesor del Congreso.

Powell, como buen soldado, saludó a su comandante en jefe y dijo que las palabras de Bush constituyen «un mensaje muy serio» hacia Iraq, pero no hay duda de que sus esfuerzos por evitar una guerra con Bagdad sufrieron un revés.

Por supuesto, todavía cuenta con aliados formidables, algunos de los cuales ya replicaron al discurso de Bush.

«Todas las naciones europeas verían con gran escepticismo una ampliación del conflicto a Iraq», dijo el ministro de Relaciones Exteriores de Alemania, Joschka Fischer, mientras que el canciller (jefe de gobierno) Gerhard Schroeder advirtió que se debe tener «especial cuidado» al discutir nuevos objetivos en Medio Oriente.

El presidente de Egipto, Hosni Mubarak, se apresuró a respaldar las advertencias del gobierno alemán.

Y Turquía, que jugaría un papel clave en una campaña militar contra Bagdad, como lo hizo en la guerra del Golfo hace 10 años, siente muy poco entusiasmo por cualquier acción que pueda resultar en la creación de un Kurdistán en el norte de Iraq, ya que sería un revés para su lucha contra los rebeldes kurdos.

Así mismo, Powell cuenta con gran apoyo entre los militares y figuras destacadas de política exterior, quienes han advertido que comparar a Talibán con la Guardia Republicana de 100.000 hombres de Saddam Hussein sería como comparar a la Alianza del Norte de Afganistán con el inexperiente Congreso Nacional Iraquí, la fuerza que los radicales estadounidenses proponen como «apoderada» en Iraq. (FIN/IPS/tra-en/jl/mlm/ip/01

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