EEUU: Un nuevo paisaje geopolítico mundial

El alineamiento de fuerzas en el mundo se modificó radicalmente después de los ataques terroristas del 11 de septiembre contra las torres gemelas de Nueva York y el Pentágono, en Washington.

Los atentados desataron una tormenta en la diplomacia internacional, en la medida en que muchos gobiernos maniobraron para respaldar a Estados Unidos en su lucha contra el terrorismo de manera de favorecer sus propios intereses.

Las Fuerzas Armadas estadounidenses fueron invitadas a establecerse en Asia central, el patio trasero de Rusia, con la aprobación de Moscú. Algunos analistas hablan incluso de un intento de Rusia de incorporarse a la Organización del Tratado del Atlántico Norte.

En la mayor expansión del papel militar de Japón desde la segunda guerra mundial, Tokio acordó enviar buques de guerra al océano Indico para dar respaldo logístico a los portaaviones estadounidenses, pese a la controversia nacional que la medida generó.

Gran Bretaña, el más estrecho aliado de Estados Unidos, envió a su canciller a Teherán para recabar apoyo a los planes bélicos de Estados Unidos. Esta fue la visita británica de más alto nivel a Irán desde la Revolución Islámica de 1979.

El gobierno de George W. Bush, tras buscar una alianza estratégica con India en Asia meridional durante sus primeros ocho meses de mandato, se aproximó ahora al gran rival de Nueva Delhi, Pakistán, que pronto podría reanudar las relaciones militares con Washington luego de 11 años de alejamiento.

Aunque durante meses se resistió a negociar un cese del fuego con los palestinos, el primer ministro israelí Ariel Sharon finalmente autorizó a su canciller a dialogar con el presidente palestino Yasser Arafat.

El diálogo Arafat-Peres es al parecer el comienzo de un gran esfuerzo de Estados Unidos para forzar a ambas partes a reanudar las negociaciones de paz.

Así mismo, por primera vez en más de una década, Estados Unidos y China identificaron un enemigo común e intercambian información de inteligencia.

Desde Francia hasta Filipinas, desde Malasia hasta México y desde Israel hasta Indonesia, todos buscan su ventaja mientras Washington prepara una respuesta.

Filipinas estaría considerando conceder acceso a los militares estadounidenses a su antigua base naval en Subic Bay y el ejército de Indonesia se beneficiaría de una renovada atención de Washington, tras una interrupción de dos años.

Por su parte, México ha visto postergado de momento su propósito de lograr una frontera más libre con Estados Unidos.

Algunos países han sido más afectados que otros. Los más presionados son los vecinos de Afganistán, cuyo gobierno Talibán alberga al principal sospechoso de los atentados, el saudita Osama bin Laden y su organización Al Qaeda (La Base).

Es por eso que India, tan cortejada por la administración de Bush como aliada estratégica contra China antes del 11 de septiembre, pasó de pronto a un segundo plano.

El apoyo de Pakistán, que tiene una frontera de 2.300 kilómetros con Afganistán, conoce como nadie al movimiento fundamentalista islámico Talibán y puede descubrir los escondites de Al Qaeda, es considerado mucho más importante que el respaldo que India pueda ofrecer a la ofensiva anunciada.

Esta situación exaspera a India, enemiga histórica de Pakistán, que expresó su deseo de unirse a la «guerra contra el terrorismo» de Washington el 12 de septiembre, aún antes de que los bomberos extinguieran el fuego estallado en el Pentágono.

Estados Unidos también se aseguró el acceso a bases en Tajikistán y Uzbekistán, cuyo presidente Islam Karimov deseaba al menos desde 1998 el establecimiento de una presencia militar de Washington en su país como contrapeso de Moscú, según un alto general estadounidense.

El apoyo del presidente ruso Vladimir Putin a la oferta todavía no oficial de Karimov cambia radicalmente la ecuación estratégica en Asia central y tiene enormes implicaciones geopolíticas, aunque pueda deberse a la necesidad.

China, la mayor preocupación de Bush antes de los atentados, no se opuso al cortejo de Uzbekistán a Washington pese a sus temores de envolvimiento militar.

Además, Beijing apenas se refirió al despliegue sin precedentes de Japón en apoyo de buques de guerra estadounidenses, aunque antes había criticado duramente los esfuerzos de Estados Unidos por fortalecer y ampliar su alianza militar con Tokio.

Aparentemente, Beijing trata de cooperar con Washington como parte de una estrategia de largo plazo para evitar un choque en Asia oriental, en particular por Taiwan, la «provincia renegada» de China.

Si ambos países pueden elaborar una estrategia contra el terrorismo como enemigo común, las fuerzas de Washington que intentaban presentar a China como un rival estratégico se volverán menos creíbles.

Medio Oriente y el mundo árabe en general también son protagonistas desde el 11 de septiembre, y por eso Israel se encuentra bajo creciente presión para alcanzar un cese del fuego e iniciar negociaciones con los palestinos.

Así como su padre consideró esencial para la guerra del Golfo (1991) recabar el apoyo de los países árabes, Bush hijo debe ahora reducir al máximo la frustración árabe por el respaldo de Washington a Israel, y no pierde ocasión de señalar que la guerra contra el terrorismo no está dirigida contra el Islam.

Este ha sido el mensaje de casi todos los aliados árabes de Washington, desde el presidente egipcio Hosni Mubarak hasta el príncipe heredero Abdullah, de Arabia Saudita.

El propio Israel ha comprendido bien el mensaje, pese a los esfuerzos de Sharon por presentar a Arafat como un terrorista semejante a Bin Laden.

«Este es un mundo diferente. El valor relativo de los países árabes para Estados Unidos ha aumentado desde el 11 de septiembre», señaló el ministro de Defensa israelí, Binyamin Ben- Eliezer.

Aunque estos cambios en el paisaje geopolítico tienen enormes implicaciones, ninguno es necesariamente permanente o irreversible, por tres razones.

La primera es que las prioridades de Washington pueden cambiar. La segunda es que ninguno de los acuerdos se realiza a cambio de nada, y queda por ver si Estados Unidos está dispuesto o es capaz de pagar el precio exigido.

Por último, los gobiernos autoritarios con los que Washington negocia ahora podrían ser incapaces de cumplir sus promesas debido a la oposición doméstica. (FIN/IPS/tra-en/jl/aa/mlm/ip/01

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