Las dificultades económicas fomentan la expansión del budismo en Camboya, más de 20 años después de que el régimen extremista del Jemer Rojo prácticamente lo eliminara.
Casi no quedaban monjes budistas cuando fuerzas vietnamitas expulsaron al Jemer Rojo en 1979, y más de dos tercios de los 3.369 templos que existían en Camboya en 1970 habían sido destruidos.
Ahora hay más de 50.000 monjes en este país de 11 millones de habitantes y los templos son más de 3.000.
El budismo theravada ha sido la religión oficial del estado desde el siglo XIV, y la Constitución de 1993 también le otorgó esa distinción.
Los monjes budistas desempeñan un papel importante en la vida cotidiana camboyana, donde actúan como sacerdotes en ceremonias importantes, como sanadores tradicionales y también como educadores.
En la década de 1990 miles de jóvenes de las aldeas ingresaron al noviciado. Pero parte del entusiasmo de la población rural se debe a que las instituciones budistas son una fuente importante de apoyo para los jóvenes desempleados.
Muchos de los miles de novicios finalmente se dedicaron a la informática, la contabilidad u otros empleos.
«Fui monje durante cinco años y residí en Phnom Penh, aprendí algo de inglés y viajé por toda Camboya y por Tailandia. Todas cosas que jamás podría haber hecho por mi cuenta», dijo Sameth, un ex monje de 30 años que ahora trabaja como conductor en la capital camboyana.
Uno de los problemas asociados al renacimiento del budismo es la calidad de la educación que reciben los nuevos monjes.
La organización no gubernamental Proyecto de Asistencia Educativa Jemer-Budista (PAEJB), dirigida por Samdech Maha Ghosananda, un conocido monje en este país, asegura que sólo 20 por ciento de los monjes reciben educación formal, principalmente de maestros cuyas calificaciones tienden a ser básicas.
«La baja calidad de la educación de los monjes y, en consecuencia, la mala disciplina de los monjes en la Camboya de hoy, siguen siendo uno de los grandes problemas sociales del país», según un análisis sobre el estado del budismo realizado por PAEJB.
El diario de Phnom Penh Business News, en inglés, destacó un ejemplo de esa falta de disciplina. «Tres docenas de monjes borrachos, fumadores y jugadores de cartas fueron expulsados con el fin de cambiar la pésima situación de algunas pagodas de la ciudad», informó.
Otro problema con la calidad del budismo actual es que los monjes recurren a la superstición y a la magia negra, también partes tradicionales de la sociedad camboyana.
En el templo de Chompuh Khaek, 10 kilómetros al sudeste de Phnom Penh, hombres y mujeres pagan para recibir «baños sagrados». El procedimiento consiste en que un monje les arroja baldes de agua desde cierta distancia, con el objetivo de resolver problemas sentimentales o financieros, entre otros.
Templos como el de Chompuh Khaek atraen a gran cantidad de fieles y donaciones debido a los presuntos poderes mágicos de sus monjes.
Un factor detrás de la expansión de este tipo de creencias es la incertidumbre económica que impera en Camboya, uno de los países más pobres del mundo y dependiente de la ayuda exterior para satisfacer sus necesidades básicas.
Camboyanos residentes en el exterior envían dinero para reconstruir los templos budistas, como forma de congraciarse con la religión y mantener la cultura tradicional.
Más de 100.000 camboyanos viven en Estados Unidos y Francia, la mayoría de ellos refugiados de la guerra civil que azotó al país en los años 70 y 80.
Pero muchos observadores opinan que el budismo necesita, en lugar de dinero para construir templos, profesores que eduquen a una nueva generación de monjes.
«Sin el liderazgo moral y cultural de la Sangha (congregación fiel a las enseñanzas de Buda), es difícil imaginar que el pueblo… supere sus conflictos internos y externos», según el análisis de PAEJB. (FIN/IPS/tra-en/ss/js/aq/cr/01