JAPON: Por un plato de ballena

El negocio es animado en Kujiraya, el único restaurante de Tokio especializado en carne de ballena. Entre 200 y 300 comensales lo visitan diariamente. Se trata de un número sustantivo, dada la enconada crítica internacional contra Japón, que insiste en la liberalización de la caza de ballenas, prohibida desde hace 15 años.

Tanto jóvenes como maduros, los clientes regresan a Kujiraya una y otra vez. «Aquí consiguen la carne de ballena que no pueden encontrar en otras partes del Japón debido a la prohibición», informó a Tierramérica su gerente, quien prefirió el anonimato.

Kujiraya, que significa «tienda de la ballena», ostenta un menú que incluye un caro «sashimi» (cortes de carne de ballena que se sirven crudos) y una variedad de otros platos que incluyen ballena dorada, frita o al vapor con vegetales. El precio promedio de cada plato es de 1.300 yenes (10,30 dólares).

La carne de ballena fue una fuente barata de proteínas para los japoneses durante e inmediatamente después de la Segunda Guerra Mundial cuando la población era tan pobre que no podía comer carne roja o pescado. La carne de los cetáceos formó parte, por ejemplo, del almuerzo de los escolares en los años 60, cuando el comercio ballenero estaba en su apogeo.

Sin embargo, la prohibición acordada en 1986 ha transformado todo y ahora la carne de ballena es un lujo: 100 gramos se venden a 1.000 yenes (7,98 dólares), un precio similar al de los mejores cortes de un selecto bistec.

Según informes de la Asociación Ballenera Japonesa, los japoneses consumieron 2.500 toneladas de carne de ballena entre diciembre de 1999 y noviembre de 2000.

La mayor parte provino de las especies Minke y Brydeos, que Japón sigue cazando con «fines científicos», amparado en una autorización de 1987 de la Comisión Ballenera Internacional, (CBI). Los grupos ecologistas aducen que el argumento japonés es sólo una fachada que esconde lo que no es otra cosa que caza clandestina.

En la reunión que la CBI realizó en julio en Londres, los países que se oponen a la caza, entre ellos Estados Unidos, volvieron a condenar a Japón.

Pero aunque el país asiático y Noruega no alcanzaron su objetivo de levantar la prohibición, se anotaron un triunfo: lograron echar abajo la creación de dos santuarios balleneros, uno en el Atlántico Sur y otro en el Pacífico Sur, propuesta apoyada por varios países latinoamericanos, entre ellos México, Brasil y Argentina.

Diversos sectores de la sociedad japonesa consideran que las condenas globales son una intromisión extranjera. «Nosotros no le pedimos a los estadounidenses que dejen de comer pavo en Navidad. Entonces, ¿por qué ellos nos dicen lo que tenemos que hacer?», señaló un empresario japonés entrevistado por la televisión.

El gobierno japonés alega una larga historia nacional en la pesca de ballenas, remontándose al siglo XVI. Las excavaciones indican que la práctica puede ser muy antigua: se descubrieron pinturas de caza primitiva, donde se observa a pescadores japoneses atrapar a los gigantes mamíferos con arpones de mano.

«Mi abuelo y mi padre fueron cazadores de ballenas y, cuando yo era niño, la carne de ballena era el eje de nuestra dieta en toda la aldea», dijo a Tierramérica (www.tierramerica.net) Yoshika Shimoishi, un cazador de ballenas de 49 años y padre de tres niños quien vive en la aldea de Abashiri, en Hokkaido, al norte de Japón.

«La prohibición niega el derecho a mantener esta tradición japonesa», dijo Shimoishi, quien participa en los programas científicos de la caza de ballenas cada año y se preocupa por las continuas prohibiciones que amenazan su único medio de ganarse la vida.

«Estoy preocupado por las consecuencias para la gente como yo, como resultado de la determinación de países de Occidente de castigar a Japón por su posición a favor de la caza de ballenas», confesó.

El temor de Shimoishi está bien fundado. Una encuesta, realizada por grupos ecologistas en septiembre de 2000, reveló que sólo uno de cada diez japoneses favorecen la caza de ballenas, ante 11 por ciento que se opone y cerca de 40 por ciento que se declara neutral. Además, 60 por ciento de los entrevistados nunca habían probado la carne de ballena desde su niñez.

Taiji, un pueblo en la Prefectura de Wakayama, en la zona sur- central de Honshu, que una vez prosperó como la cuna de la pesca de las ballenas, está encarando los cambios a causa de la prohibición. Ahora, sólo 10 personas en el pueblo continúan con la tradición, apoderándose de las ballenas pequeñas que están excluidas de la prohibición. La población de Taiji se ha reducido 20 por ciento desde 1960.

Taiji se volcó ahora a la observación de ballenas para sobrevivir. Masashi Urayama, un antiguo pescador de delfines, dice que ahí está el futuro. El pueblo tiene también un Museo de la Ballena, donde los visitantes pueden ver a los delfines dos veces al día y comer carne de cetáceo.

A pesar de los esfuerzos, la gente de la localidad cree que el rumbo es incierto. Taiji no está conectado todavía a la vía principal y los visitantes del museo se han reducido a la mitad.

«La comercialización de la ballena es la única forma de sobrevivir,» dice Iwao Isone, de 74, quien tiene un pequeño barco ballenero.

En 2000, Masateru Seko, de 24, volvió a su hogar a Taiji después de perder el trabajo que tenía en una fábrica de papel en otro pueblo.

Pronto entró a la flota de barcos para la pesca científica de ballenas y se fue a la Antártida en noviembre pasado. Fue el primer hombre joven de Taiji que se unió, en 20 años, a la industria de la caza de ballenas. (FIN/Tierramérica/tra- en/sk/en/01

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