Mujeres violadas por los milicianos proindonesios que intentaron impedir la independencia de Timor Oriental son rechazadas por sus comunidades, además de cargar con el peso de su tragedia personal.
María, de 22 años, no se considera una combatiente, sino una víctima de la campaña de terror de las milicias proindonesias, que asolaron Timor Oriental luego del referéndum de 1999 en que una gran mayoría de votantes se manifestó por la independencia.
María se había refugiado con cientos de personas más en la catedral católica en construcción del distrito de Suai.
Pero los milicianos, tras matar a más de 100 mujeres y niños y al sacerdote dellugar, subieron a María y a los otros refugiados a camiones y los llevaron cruzando la frontera hasta Atambua, en Timor Occidental, controlado por Indonesia.
María y otras 30 jóvenes fueron violadas por soldados indonesios en el cuartel de Atambua, donde se las sometió como esclavas sexuales, según la organización de derechos humanos Fokupers.
Una semana después fue llevada a la estación de policía, de donde logró escapar aprovechando un descuido de los guardias. María tomó un autobús hasta Kupang, la capital de Timor Occidental.
Allí contó lo sucedido a un sacerdote, quien comprendió que, como testigo de la masacre en la catedral de Suai, ella corría peligro.
El sacerdote se aseguró de que María estuviera en el avión con el primer grupo de refugiados que el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR) condujo de regreso a Timor Oriental.
Sin embargo, hasta este día sólo su madre, su hermana y un consejero de Fokupers saben lo que realmente sucedió mientras estuvo detenida. Sus amigos y el resto de su aldea nunca lo sabrán, porque de saberlo, María correría el riesgo de ser aislada.
Le llevó meses a María contarle a una integrante del independentista Consejo Nacional de Resistencia Timorense (CNRT) que había sobrevivido a la masacre de Suai y había sido violada por milicias proindonesias.
Como María, muchas mujeres se resisten a contar la humillación que sufrieron en 1999.
Pero en los últimos meses, cada vez más mujeres acuden a los servicios de consejeros y grupos de ayuda, aportando un panorama más claro de la magnitud de la violencia sexual de las milicias.
«Es sólo la punta del iceberg», dijo Bjorg Frederiksen, de ACNUR, sobre las 30 violaciones documentadas en la zona de Suai.
«Las mujeres temen que la policía no guarde su secreto, y en la comunidad hay falta de sensibilidad sobre el tema», dijo Frederiksen.
La voluntaria asegura que muchas jóvenes que estuvieron en campamentos para refugiados en Timor Occidental denunciaron haber sido violadas en septiembre de 1999 y luego en los campamentos.
Estas víctimas están destinadas a vivir una vida de vergüenza por lo ocurrido, a menudo excluidas por sus comunidades, sus esposos y familias, informaron voluntarios.
«Muchos hombres piensan que fue culpa de las mujeres», dijo Olandina Alves, de Etwave, otra organización no gubernamental dedicada a ayudar a las víctimas a recuperarse de la violencia de 1999.
«La gente aún piensa que una mujer es poca cosa si fue violada. La violación es un tema prohibido en Timor y no se discute abiertamente», sostuvo Alves. La sociedad timorense espera que las mujeres mantengan su virginidad hasta el matrimonio, indicó.
Los prejuicios convirtieron a muchas de estas jóvenes, muchas de las cuales tuvieron hijos como producto de las violaciones, en parias sociales, agregó Alves.
En el distrito de Ermera, incluso el CNRT, el grupo que lideró la lucha por la independencia, le volvió la espalda a las víctimas.
Los combatientes de Falintil, la fuerza independentista guerrillera, se reinsertaron en sus comunidades como héroes, pero no existe un reconocimiento similar para el precio que las mujeres tuvieron que pagar por la guerra, dijo Alves.
A menudo, las mujeres fueron violadas precisamente por que sus esposos o familiares estaban vinculados con el movimiento independentista, explicaron investigadores de la Organización de las Naciones Unidas (ONU).
Muchas de las mujeres fueron violadas después de que sus esposos huyeron a las montañas y las dejaron solas al cuidado de sus hijos o sus casas.
Kirsty Sword Gusmao, esposa del líder independentista Xanana Gusmao, es una de las pocas figuras públicas en Timor en hablar sobre el tema.
Gusmao ha hecho campaña en nombre de Juliana dos Santos, una joven secuestrada por un dirigente de las milicias y mantenida en Timor Occidental, y destacó el problema de las jóvenes convertidas en esclavas sexuales, o «amantes de las milicias», como se las conoce popularmente.
Sin embargo, ningún otro dirigente independentista reconoció el aislamiento social que sufren estas mujeres, según activistas femeninas.
No obstante, algunos mujeres procuran normalizar sus vidas, con la ayuda de Etwave y Fokupers, que les han facilitado préstamos para iniciar pequeñas empresas.
Con el apoyo de sus esposos, algunas mujeres fueron aceptadas por la comunidad, y hasta reconocieron que tuvieron hijos como consecuencia de la violación, dijo Alves.
No obstante, las mujeres siguen sintiéndose humilladas, agregó. Todas las mujeres que acuden a su ayuda perdieron la esperanza de contraer matrimonio, contó.
Muchas tienen dificultad para concentrarse en el trabajo o hallar un medio de sustento, agregó. Tampoco tienen esperanza de que sus violadores sean procesados ante un tribunal timorense o internacional.
La mayoría, incluso María, ya no creen en la Autoridad Transitiva de las Naciones Unidas en Timor Oriental (UNTAET) ni en la policía.
"Nadie, ni UNTAET, hizo nada para ayudarme. ¿Cómo voy a mantenerme?», se preguntó, desilusionada porque la policía de la ONU no detuvo a nadie ante su denuncia de violación. (FIN/IPS/tra-en/mk/js/aq/hd/01