Diez años después del fin de la guerra fría, el mundo se encamina a una nueva era en que la competencia por los recursos naturales vitales dominará los conflictos, predijo un académico estadounidense.
Gran parte de esa competencia será por el agua y el petróleo y tendrá lugar en Asia central y el mar Caspio, donde esos recursos siguen siendo abundantes y los gobiernos son demasiado débiles para protegerlos, afirmó Michael Klare, un analista de la doctrina estratégica de Estados Unidos por más de 30 años.
Klare, profesor de la Facultad de Hampshire, Massachusetts, señaló que no sólo Estados Unidos se prepara para esos conflictos, sino que todas las potencias regionales se esfuerzan por proteger o aumentar su acceso a recursos vitales para la próxima generación.
Así lo explica en «Resource Wars: The New Landscape of Global Conflict» (Guerras por los recursos: El nuevo paisaje de conflictos mundiales), un libro que será lanzado la semana próxima.
«Por más de cuatro décadas, desde fines de la década de 1940 hasta 1990, la meta general de la estrategia estadounidense consistía en crear y mantener un sistema mundial de alianzas capaz de contener y, si era necesario, derrotar a la Unión Soviética», dice el libro.
«Todas las otras consideraciones, incluso la defensa de los propios intereses nacionales, estaban subordinadas a la misión más amplia de la 'contención',», explica.
Pero ese fue un período excepcional en 200 años de política exterior de Washington, según Klare. «Con el fin de la guerra fría, la cuestión de los recursos recuperó su papel central en la planificación militar», afirmó.
Una señal importante de ese cambio -con la que Klare empieza su nuevo libro- es el aumento de ejercicios militares conjuntos de Estados Unidos con ejércitos de países centroasiáticos ricos en petróleo o gas natural, entre ellos Kazajistán, Kirgizstán y Uzbekistán.
El fin de esos ejercicios no es sólo fortalecer a las fuerzas armadas de esos países y estimular su independencia de vecinos más poderosos, en especial Rusia, China e Irán, sino también plantar la bandera -y el poderío militar- de Estados Unidos en una región que alberga 270 millones de barriles de petróleo o un quinto de las reservas mundiales probadas, según estimaciones.
Así mismo, Washington ha reforzado sus vínculos militares con otras regiones ricas en recursos energéticos, en particular el golfo de Guinea, donde la nueva tecnología de perforación offshore permite a las compañías petroleras explotar reservas de gas y petróleo con las que sólo se podía soñar hace una década.
Por ejemplo, la Corporación de Inversiones Privadas en el Exterior (OPIC) de Washington realizó su mayor inversión de la historia en Africa al respaldar la construcción y operación de una planta de metano en Guinea Ecuatorial, un punto focal del «boom» petrolero en Africa occidental.
Al mismo tiempo, Washington contrató a una firma privada de oficiales militares retirados para que elaborara un plan de reestructuración de las fuerzas armadas de ese pequeño país.
Ahora, el Pentágono (Departamento de Defensa) está preparando su propio programa de ayuda bilateral para Guinea Ecuatorial, una vez que pueda convencer a miembros clave del Congreso de que la deplorable situación de los derechos humanos en ese país ha mejorado.
Klare considera el despliegue casi permanente de una formidable fuerza naval estadounidense en el Golfo tras la guerra de 1991 como un nuevo ejemplo de las prioridades políticas de Washington, pero, advierte, no sólo Estados Unidos trata de asegurarse sus futuros recursos energéticos.
El gran aumento de la demanda de energía en Asia, frenado apenas temporalmente con la crisis financiera estallada en 1997, se reactivó ahora entre crecientes temores de escasez.
El mar de China Meridional -que según estimaciones alberga reservas sustanciales de petróleo- se ha transformado en el objetivo de una nueva «carrera armamentista naval» de media docena de países que reclaman derechos sobre él.
De hecho, fue mientras un avión estadounidense vigilaba la actividad naval de Beijing en esa área que chocó contra un caza chino el mes pasado, generando un grave incidente internacional.
Pero el petróleo y el gas extranjeros no son los únicos recursos que pueden ser causa de conflictos, observó Klare, también autor de «Guerra de baja intensidad: Contrainsurgencia, proinsurgencia y antiterrorismo en los años 80» y «Estados renegados y descastados nucleares: La búsqueda de una nueva política exterior para Estados Unidos».
La lucha por el agua dulce también puede volverse más desesperada en los próximos años, simplemente porque «la demanda está superando rápidamente a la oferta» en vastas áreas que se extienden desde el norte de Africa hasta Asia meridional.
Las cuencas fluviales donde la situación es más grave se encuentran en regiones donde el rápido crecimiento de la población presiona los recursos existentes y el recalentamiento del planeta puede agravar las condiciones de sequía.
Ejemplos claros de esto son el río Nilo, que fluye desde Etiopía hasta Egipto, pasando por Sudán; el Jordán, compartido por Israel, Jordania, Líbano y la Autoridad Nacional Palestina; el Tigris-Eufrates, que fluye desde Turquía hasta Siria, Iraq e Irán, y el Indus, cuyos afluentes atraviesan partes de India y Pakistán.
«Con el crecimiento de la población y el consiguiente aumento de la demanda de agua y alimentos, cada uno de los estados ribereños intentará utilizar al máximo los recursos disponibles», dice Klare en su libro.
«Y cuando las acciones de uno de esos estados provoque una disminución en el suministro de alguno de los otros, las condiciones estarán dadas para un conflicto por la distribución del agua», añade.
Los conflictos no ocurrirán sólo entre estados sino también dentro de ellos, en particular por el control de minerales y recursos forestales, asegura «Resource Wars».
Así mismo, cita las últimas guerras civiles en Sierra Leona, Angola y la República Democrática de Congo (ex Zaire), así como recientes conflictos internos en Papúa-Nueva Guinea e Indonesia, como posibles presagios de conflictos futuros en países en desarrollo con gobiernos débiles.
Como resultado, los conflictos se trasladarán cada vez más a regiones con recursos naturales relativamente abundantes, que en general habían sido olvidadas durante la guerra fría.
«El resultado es una nueva geografía estratégica, definida por la concentración de recursos y no por las fronteras políticas», concluye Klare. (FIN/IPS/tra-en/jl/aa/mlm/ip-en/01