La obra del artista e intelectual ecuatoriano Oswaldo Guayasamín es la luz hacia el futuro, afirmó en la capital española Federico Mayor Zaragoza, presidente de la Fundación Cultura de Paz y ex director general de la Unesco.
Mayor Zaragoza participó en un foro sobre Guayasamín junto con la premio Nobel Rigoberta Menchú, de Guatemala, el científico colombiano Manuel Elkin Patarroyo, el ex presidente ecuatoriano Rodrigo Borja, el periodista y académico de la lengua Luis María Ansón y el presidente de la Fundación Guayasamín, Alfredo Vera.
Todos los asistentes a la mesa redonda desarrollada el miércoles tuvieron una relación personal con el pintor ecuatoriano, fallecido el 10 de marzo de 1999.
Menchú, vestida con ropas tradicionales indígenas, dijo que el desaparecido artista reflejaba la cosmovisión de la vida.
Recordó que en una oportunidad le preguntó porqué en sus cuadros las personas aparecían con huesos largos, a lo que respondió: «porque se trata de los huesos de los ancestros indígenas, enterrados hasta la mitad».
Por su parte, Patarroyo, para transmitir su percepción de Guayasamín, rememoró que en una oportunidad le dijo que venía pintando desde hacía 3.000 años.
«Fue una referencia a las culturas precolombinas de América, en las que se inspiró toda su obra», señaló el científico descubridor de una vacuna contra la malaria.
Además de recuperar esos ancestros, Guayasamín entró con paso firme en la historia, porque dominó el arte de ser como los demás y al mismo tiempo no parecerse a nadie, añadió.
Para Borja, el artista desbordó todas las definiciones y con su expresionismo abstracto condensó y proyectó la cultura andina.
Agregó que, como (Francisco de) Goya y El Greco, sus figuras se expresan con las manos, capaces de mostrar miedo, tortura, acierto o error, más allá de lo que las personas quieran aparentar. Porque «las manos no engañan» subrayó el político ecuatoriano.
Ansón, en tanto, definió a Guayasamín como «el de las manos heridas por la nieve, el de las altivas manos del mendigo, el de las manos azules de la meditación, el de las manos insaciables del mundo, el de las desoladas manos del miedo, del silencio, de la amargura y de las lágrimas».
También «el de las manos rojas de la cólera y del espanto, el de las manos del grito y del terror, el de las tibias manos de la oración y la distancia, el de las manos que piensan, sufren, lloran y aman, y se esperanzan, el de las manos pardas de la protesta, de la arena y del viento, y las uñas cuadradas».
Guayasamín es «la voz plástica de la América azul y vegetal, el enamorado de la cultura del oro codiciado y del grano de maíz que germina la tierra, el que llora lágrimas de sangre por su pueblo escarnecido, por su imperio precolombino y desdichado».
Es, además, «el que rompió todas las cadenas y custodia ahora a la virgen india violada por el conquistador europeo de las espuelas de hierro y el airado rebenque», añadió.
Ansón habló de Guayasamín y su relación con el lago Titicaca, las alturas de Macchu Pichu, la zona del río Orinoco, de «sus relaciones con el poeta chileno Pablo Neruda, de la historia de las flechas indias de la ira y del cóndor de las alturas andinas».
Porque, a pesar de no compartir las ideas políticas de Guayasamín, reivindico toda su trayectoria, añadió el periodista y académico.
«Reivindico al hombre que escucha, el autorretrato del alma india, la radiografía del Evangelio, la lejana llamada al fin, y tal vez sin saberlo, en esos ojos y esa mirada, del Cristo, del Hijo de Dios vivo, de la Palabra, del Verbo, que se hizo carne y habitó entre nosotros», dijo.
Con esa perspectiva, ubicó a Guayasamín como «el vengador, el tejedor de mortajas, el sepulturero de vanidosos, el azote de carniceros y dictadores, el depredador de tiranos y cenizas».
El pintor ecuatoriano conquistó «a los conquistadores, el que se ha adueñado de España y de Europa y ha devuelto las naves quemadas de Hernán Cortés a sus nidos hispanos, el de la pintura de la sal y el azufre, el cuarzo y la amatista, y la sangre que mana a borbotones y no puede sangrar más», apuntó.
Mayor Zaragoza, ex director de la Unesco (Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura) reclamó que se tenga en cuenta la desmesura histórica de Guayasamín, quien proyectó su Capilla del Hombre como un símbolo que demuestre que hay 6.070 millones de personas, los habitantes actuales de la Tierra, capaces de crear.
Guayasamín, prosiguió, es la luz que se proyecta hacia el futuro, capaz de impulsar a la humanidad para construir ese futuro, sobre el cual se puede escribir, pero es imposible describirlo.
Eso es así porque «el futuro todavía está intacto y es la mayor riqueza que podemos ofrecer a nuestros hijos, combatiendo contra las injusticias y desigualdades actuales», afirmó Mayor Zaragoza. (FIN/IPS/td/dm/cr/01