COLOMBIA: Los cultivos de la paz

Decenas de mujeres abandonaron en 1997 su pueblo natal de Villahermosa, para huir de la violencia, como lo han hecho en la última década al menos dos millones de colombianos. Cuando un año después retornaron a sus tierras, apenas tenían unas pocas semillas y alguna que otra gallina.

Lo habían perdido casi todo y decidieron empezar por el principio: recuperar sus cultivos y, a través de ellos, dar a su vida un nuevo sentido.

Unas 50.000 personas desplazadas por el conflicto en Colombia han logrado retornar a su lugar de origen o trasladarse a otras regiones para iniciar la reconstrucción de sus comunidades, según información oficial. Y, al igual que en Villahermosa, muchas lo hacen a través de proyectos de seguridad alimentaria.

Las mujeres de Villahermosa, localizada en el curso bajo del río Atrato, en el departamento del Chocó -limítrofe con Panamá-son supervivientes del terror impuesto por los grupos paramilitares de derecha, que se disputan con las izquierdistas Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia esa zona estratégica.

Dejaron su tierra hace cuatro años y se dirigieron al poblado de Pavarandó, donde se constituyeron en «comunidad de paz», un concepto propuesto por la Iglesia Católica por el cual un grupo de personas se compromete a ser neutral en el conflicto, no usar armas, actuar colectivamente y adoptar planes internos de seguridad.

Las mujeres tomaron con tal seriedad el compromiso que entre los pactos sellados para un año de exilio forzoso en Pavarandó aceptaron no alternar con maridos o hijos que estuvieran en alguno de los bandos armados.

Tal vez por eso les hacía tanta falta el mejoral o el limoncillo de Castilla, para preparar infusiones que calman los dolores del cuerpo y un poco los del alma. Villahermosa es una zona de transición ambiental entre la provincia húmeda del sur y la provincia seca del Caribe.

«Durante el año que estuvieron en Pavarandó se percataron de que habían perdido sus cultivos y su cultura. No es lo mismo lavar en un baño flotante que en un río desconocido. Y las que no eran de río, extrañaban la parcela», dijo a IPS la agrónoma Marta Lucía Gómez.

Al regresar, vieron que ya no tenían, por ejemplo, muchas variedades de arroz, del que conocían hasta 48 en la zona.

No todas las semillas han sido recuperadas, señaló Gómez, quien ha acompañado a las comunidades de paz de la zona del Bajo Atrato como consultora de la Fundación Suiza para el Desarrollo (Suissaid Colombia), que financia proyectos de seguridad alimentaria para los desplazados que retornan a sus tierras.

Lo mismo pasó con el maíz amarillo, con el que desde que tienen memoria alimentan a las gallinas, y otros 16 tipos del grano con nombres como enano morado, cariaco, tacaloa, porro, cuba y record venezolano.

Todos estos productos, junto con el plátano – que por ser perenne sobrevive a la ausencia de sus cultivadores – conforman la alimentación básica de los habitantes de la región, sobre todo afrocolombianos, aunque también hay resguardos indígenas y comunidades mestizas.

Hoy, más de tres años después del retorno, las familias de Villahermosa ya tienen cebolla, tomate, pimentón, berenjenas, espinacas, calabazas, orégano y pepino.

También hay plantas medicinales, como llantén para aliviar el dolor de muelas, paico, un purgante de lombrices, poleo, contra el dolor de huesos y, por supuesto, plantas ornamentales, porque las flores alegran la vida.

«Ahora vamos a recuperar el dulce: hace año y medio se sembró caña de azúcar y ya se construyó el trapiche para tener, por lo menos, miel y panela para endulzar. En la medida en que se cubra la demanda local, se podrán vender los excedentes a otros poblados», dicen las retornadas.

El proceso de reconstrucción de la vida en las comunidades de retorno del Bajo Atrato tiene a su favor la ancestral solidaridad de los afrocolombianos. El sistema de trabajo «a mano cambiada», realizado en las parcelas de unos y otros por turnos y en grupos de ocho o 10 personas, propicia el mutuo apoyo.

«Mientras los hombres dominan el espacio de las negociaciones con la municipalidad, las mujeres recogen semillas y las intercambian con familiares y vecinas, rescatando la biodiversidad», comentó Hans Peter Wiederkehr, director ejecutivo de Suissaid Colombia.

Con énfasis en la recuperación de la biodiversidad a largo plazo y un rescate cultural integral, los proyectos de Suissaid benefician a 2.300 familias de retornados en los departamentos del Chocó, Urabá y Bolívar.

Pero hay retornados y reubicados en al menos 17 de los 32 departamentos de Colombia, para cuya atención el Estado destina un presupuesto de 290 millones de dólares, según el estatal Departamento Nacional de Planeación.

Hay muchas mujeres en los equipos de agrónomos, antropólogos, expertos forestales y sociólogos que acompañan los proyectos de Suissaid Colombia.

«La experiencia en el Bajo Atrato nos enseña que cualquier estrategia de recuperación de la seguridad alimentaria tiene que basarse en el análisis previo de los patrones culturales de las comunidades», comentó Wiederkehr.

Esos grupos humanos «tienen un conocimiento de la importancia de la variedad de especies en la resistencia a las plagas o a factores como el clima, aunque no hagan una argumentación racional», señaló.

Es que tal vez no sea necesario explicar por qué los silbidos y cantos aprendidos de los abuelos son mejores que los productos químicos para ahuyentar las bandadas de pájaros que llegan a los maizales por el choclo (maíz) fresco.

O que es más provechoso espantarlos con hondas que disparan limones maduros, porque éstos, al estrellarse en la tierra, esparcen semillas de las que brotará un limonero. (FIN/IPS/mig/ff/pr/01

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