/BOLETIN-DD HH/ AFRICA: Mujeres mutiladas, mujeres coraje

La mutilación genital femenina es una costumbre bárbara, afirman los occidentales, pero los africanos musulmanes acusan de traicionar su cultura a mujeres que hace 15 años trabajan para erradicarla de los 28 países del continente en que está presente.

«Yo no puedo culpar a mi madre ni a mi abuela por haberme mutilado. Ellas pensaban que me hacían un bien», señaló esta semana Fatou Waggeh, de Gambia, al participar en Roma de una conferencia internacional contra la mutilación genital femenina.

Esa suerte de circuncisión practicada por culturas islámicas consiste en cercenar sin anestesia el clítoris y los labios de la vulva de cada mujer, dejando un orificio para el flujo menstrual y de la orina y, supuestamente, «aumentar el placer masculino».

La conferencia realizada en Roma a iniciativa de la Asociación Italiana Mujeres para el Desarrollo y presidida por la parlamentaria europea Emma Bonino fue el punto de partida de una campaña para que la Asamblea General de la Organización de las Naciones Unidas aborde la mutilación femenina en sus sesiones de 2002.

Setenta por ciento de las mujeres musulmanas de Gambia han sido mutiladas. La Organización Mundial de la Salud calcula que son entre 100 y 130 millones en toda Africa y que dos millones de niñas y adolescentes son mutiladas por año.

«Que han sido miles de millones de mujeres si se tiene en cuenta que esta es un práctica antiquísima, ya mencionada por Herodoto en el siglo V antes de Cristo», indicó Nerina Boschiero, profesora de Derecho Internacional de la Universidad de Verona, en Italia.

«Yo fui víctima a los 15 años», dijo Waggeh. «Ese mismo día empecé a ayudar a otras y me olvidé de mis propios sentimientos». Ahora es la directora de la Fundación Banjul para la Investigación de la Salud Femenina.

Otro es el camino de Kady Koita, de Senegal, la más joven de las activistas africanas que concurrieron a la conferencia de Roma.

«Me circuncidaron a los siete años, junto a otras niñas. Estábamos en fila y cada una iba pasando. No me habían dicho que ocurriría ese día, pero sabía que ocurriría, antes o después, y no resultó traumático», aseguró Koita a IPS.

«Después, cuando a los 20 años empecé a reflexionar, sentí un odio inmenso. Me habían arrancado una parte de mi cuerpo, y yo ya había hecho lo mismo a dos de mis tres hijas. Tuve que sacarme el odio. El odio te envenena e impide hacer algo positivo, para uno y los demás. Y nada ni nadie puede devolverme mi sexo mutilado», declaró.

Koita, que vive en Francia, preside la Red Europea para Prevenir la Mutilación de los Genitales Femeninos.

«Una sociedad no existe en el vacío, se apoya en una cultura que define modos de vivir y da un sentido de identidad. No se espera que una mujer africana discuta, ni siquiera con su marido», advirtió Waggeh.

«Una familia dedica el dinero de todo un año a la ceremonia de la circuncisión, que es la que convierte a una niña en mujer. Todos creen eso, los mayores te preparan para ese día. Otros piensan en razones religiosas, aunque el Corán nada diga al respecto. Una mujer no circuncidada resulta marginada y nunca se casará. ¿Por qué habría de negarse, entonces?», agregó.

Las curanderas que realizan la operación son poderosas y temidas («No podíamos verles la cara y nos decían que era un cocodrilo», ríe Waggeh). Los hombres, que aunque no lo saben están en el origen de una práctica que les da poder, inicialmente se oponen a considerar el caso, y la población tiene miedo de perder su cultura.

«La cultura es dinámica y hay que saber encontrar el espacio. No podemos mover una montaña, pero debemos saber encontrar el camino para rodearlas, hallar el modo de decir a los mayores que están equivocados», afirmó Waggeh.

«Nosotras no debemos soportar la violencia conyugal ni la discriminación que nos hacen sufrir los hombres, pero para eso debemos ver el modo de hacernos entender», observó Koita, quien utiliza vídeos de operaciones de mutilación como arma en su batalla.

Los hombres, a la vista del vídeo, «se tapan la cara, se horrorizan, no pueden creerlo, invevitablemente piensan en sus hijas. Algunos se avergüenzan. No tienen idea de esto, porque en la ceremonia participan sólo mujeres», señaló.

«Ellos ni siquiera saben cómo es el sexo femenino, nunca lo han visto, ni entero ni mutilado, porque las parejas musulmanas nunca se desnudan», dijo.

«La mayoría de las mujeres tampoco se conocen -explicó Waggeh- no se miran, no saben cómo están hechas, el por qué de la menstruación, para qué sirve el clítoris, cómo interactúan los sexos. Entonces, organizamos cursos de salud, y es emocionante ver cómo las mujeres descubren qué pasa con su cuerpo».

En relación a las circuncidantes, entendieron que debían otorgarles un poder y formación alternativas.

«Recorrimos todo el continente, entrevistamos a 200 circuncidantes. Cuando están de acuerdo les damos el papel de promotoras de la salud, dejan sus cuchillos y hojas de afeitar y les enseñamos un oficio para que respondan a sus necesidades económicas o les conseguimos un pequeño fondo para iniciar alguna actividad. Así llegamos a crear la Asociación de Ex Circuncidantes», informó Waggeh.

También han discutido el Corán, el libro sagrado del Islam, con jefes religiosos y líderes de pueblos y villorios, a quienes en muchos casos han ganado para su causa y que se suman a la tarea de explicar al público la perversión de esta costumbre.

«Hay una enorme ignorancia. De eso se trata nuestra acción, es esa nuestra batalla», destacó Waggeh.

Lo hacen cuidadosamente, para no provocar vacíos, porque la circunsición es una ceremonia de iniciación. «Mantuvimos la ceremonia, la fiesta, pero sin mutilaciones y vemos, con alegría, que así ocurre, cada vez más», aseguró.

Todas las participantes en la conferencia se volvieron hacia Leila Sheik, directora ejecutiva de la Asociación de Mujeres Periodistas de Tanzania, cuando dijo: «Yo no he sido mutilada. Soy de un lugar cerca de Zanzibar donde hasta se han escrito poemas dedicados a la belleza del clítoris». (FIN/IPS/rg/ff/hd/01

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