Los clientes del café Abu Jamayil, en el centro de esta ciudad palestina, solían hablar de problemas personales, protestar por sus salarios o hacer bromas sobre el gobierno de la Autoridad Nacional Palestina, pero todo eso cambió a fines de septiembre con la última «intifada».
La intifada, o el levantamiento popular de palestinos contra israelíes ya cumplió su novena semana. Ahora, los temas más comentados en el café Abu Jamayil son la muerte, el tipo de balas que usan los soldados israelíes y la crisis económica causada por la violencia.
Los carteles del cine Walid, junto al café, parecen solidarizarse con la situación reinante ya que anuncian la exhibición de la película india «Vida sin esperanza».
Sentados sobre taburetes, bebiendo espeso café árabe, la mayoría de los 12 clientes parecían enojados con el mundo porque, en su opinión, éste los abandonó frente a la brutalidad de Israel.
Entre ellos estaba Abdallah Hamed, de 49 años y padre de 11 hijos oriundo de la aldea de Bitin, tres kilómetros al norte de Ramallah. «Necesitamos ayuda de todas partes del mundo porque es muy difícil vivir así», dijo.
Como muchos padres palestinos, uno de los mayores temores de Hamed es que sus hijos se están convirtiendo en objetivos para las balas israelíes al arrojarle piedras a los soldados.
«No puedo detenerlos. Quieren hacer lo mismo que hacen los demás. Cuando intento hacer algo, siguen enfrentándose a los soldados sin contarme. Todos los jóvenes lo hacen sin contarles a sus padres», comentó.
Gracias a la política israelí de acordonar las ciudades palestinas con puestos de control militares, Hamed debe hacer un rodeo de 14 kilómetros para trasladarse desde Ramallah hasta su aldea, a tres kilómetros por vía directa. Pero ese es el menor de sus problemas.
Su empleo, como supervisor de la construcción, corre peligro, ya que los puestos militares dificultan el traslado de cemento y piedra desde Beit Fajjar, en el sur de Cisjordania, y Naplusa, en el norte, hasta Bitin.
Esto lo obliga a él y sus cuatro trabajadores a permanecer ociosos gran parte del tiempo, pero su situación es afortunada comparada con la de otros.
Más de 100.000 palestinos que trabajaban en Israel antes del levantamiento están sin trabajo porque las autoridades israelíes prohibieron su ingreso al estado judío, por razones de seguridad.
Hamed tiene miedo de conducir su vehículo por Cisjordania para buscar materiales de construcción. «Si deseo ir a Naplusa, los colonos pueden matarme o a mi conductor. Es muy difícil trasladarse por ahí ahora», sostuvo.
La semana pasada, colonos judíos mataron a un vendedor de verduras palestino, Mustafá Aliyan, mientras conducía su camioneta hacia Naplusa.
Hamed está convencido de que lo mismo le podría ocurrir a él. Por otra parte, palestinos armados protagonizan emboscadas fatales contra israelíes en los caminos de Cisjordania y la Franja de Gaza, lo que lleva al ejército israelí a redoblar las medidas de seguridad contra el tránsito palestino.
Hamed sobrelleva su existencia con la ayuda de dos de sus hermanos que trabajan en un supermercado en Estados Unidos.
«Estamos sufriendo y tenemos hambre, pero no queremos que cese la intifada. Tenemos buenas posibilidades de acabar con la ocupación israelí y con los asentamientos de colonos, aunque lleve meses o años», señaló.
Aunque soldados israelíes abrieron fuego contra Bitin, Hamed no siente simpatía por los colonos judíos que padecen la misma suerte del lado palestino.
Hamed opina que los colonos viven en tierra usurpada y que deben abandonar Cisjordania.
También manifestó su apoyo a un autobomba, detonado por palestinos en la zona judía de Jerusalén occidental, que mató a dos israelíes.
«Estoy de acuerdo con esa medida porque ellos matan a nuestros hijos y también deberían perder a los suyos», dijo.
Youssef, un policía fuera de servicio sentado junto a Hamed, ostenta un tatuaje en la mano con la forma del mapa de Palestina, que en su piel también incluye a Israel.
«Al principio, hace 50 años, no había un lugar llamado Israel. Se nos impuso por la fuerza. Al final aceptamos las fronteras de 1967, pero aún no las hemos recuperado», dijo Youssef, expresando el lamento de una generación de palestinos que aceptaron el proceso de paz con Israel con la esperanza de que éste se retirara de Cisjordania y la Franja de Gaza.
Hadi Mohammed, un novelista que frecuenta el café y que escribe historias de amor, dijo que no es momento para ese tema.
«La gente está deprimida, muchos son asesinados, sus casas destruidas, han perdido sus empleos, no tienen comunicación con otros pueblos. Cada vez más los vence la tristeza y la desesperación», manifestó.
«Pero a nadie se le ocurre pedir que cese la intifada porque eso significaría que todo el derramamiento de sangre ha sido en vano», dijo. (FIN/IPS/tra-en/bl/sm/aq/ip/00