Los 25 años de reinado de Juan Carlos de Borbón cambiaron España, contra todo pronóstico. El monarca hizo posible la convivencia en democracia y libertad tras dejar atrás una dictadura de cuatro decenios.
La corona es la institución más apreciada por los españoles, según una encuesta dirigida por el sociólogo Juan Díez Nicolás y publicada en la última edición del semanario Cambio 16. Ochenta y ocho por ciento creen que la sucesión se hará sin problemas, cuando el príncipe Felipe deba reemplazar a su padre.
No obstante, destacadas personalidades creen que la república todavía es posible. Mientras, la escritora y periodista Margarita Riviere considera que este país tiene un rey republicano, por su manera de conducirse en los asuntos públicos y privados.
Cuando Juan Carlos fue coronado, tras la muerte del dictador Francisco Franco el 20 de noviembre de 1975, los partidos de izquierda manifestaron una profunda desconfianza hacia su capacidad y deseo de conducir el país hacia la democracia.
El partido izquierdista más fuerte era entonces el Comunista, dirigido por Santiago Carrillo desde la clandestinidad y el exilio. También tenía fuerza, aunque menor, el Partido Socialista Obrero Español (PSOE). Ambos reivindicaban la república como forma de gobierno y el marxismo como ideología política.
Los socialistas renunciaron públicamente al marxismo en 1980, dos años antes de ganar las elecciones que llevaron a la presidencia del gobierno a su secretario general, Felipe González.
Pocos días después de ser coronado el rey, Carrillo lo definió como «Juan Carlos El Breve». Veinticinco años después, apartado del Partido Comunista, el veterano político reconoció que no se imaginaba lo que podría hacer ese rey pues, como muchos, pensaba que al ser designado heredero por Franco mantendría la dictadura.
Al mismo tiempo, desde el PSOE, su entonces poderoso número dos, Alfonso Guerra, advertía: «A nosotros no nos van a venir a borbonear». Lo que quería decir es que el partido no se dejaría gobernar por Juan Carlos I.
Tras la coronación, González sostuvo, en un artículo publicado por Cambio 16, que «el primer paso apreciable de la nueva situación ha sido manifiestamente desgraciado», a la vez que planteaba un escenario con dos clases enfrentadas: la trabajadora y la poseedora. Una terminología que ya no se usa en el PSOE.
Ni la izquierda ni la derecha esperaba los cambios que se produjeron. En los primeros momentos, el rey no dejó traslucir hacia dónde movería el timón de ese barco llamado España. Alguna vez, en tono de broma, reconoció: «A veces es difícil hacerse el tonto».
En julio de 1969, cuando al ser designado sucesor de Franco debió jurar fidelidad a las Leyes del Movimiento, una especie de constitución franquista, fue asesorado por el jurista Torcuato Fernández-Miranda, su preceptor cuando estudiante.
Fernández-Miranda le demostró que las leyes que juraría tenían en sí mismas los recursos para ser modificadas, como ocurrió luego.
Así lo narró Miguel Herrero y Rodríguez de Miñón, joven democristiano opositor a Franco, quien después fue uno de los siete redactores de la Constitución hoy vigente.
Desde su designación, el futuro rey fue tomando contacto con la oposición al franquismo, indirectas al principio y más directas poco antes y después de su coronación. Personas de toda su confianza se entrevistaron con dirigentes antifranquistas, incluyendo a Carrillo.
Para tantear al líder comunista, envió a José Mario Armero, un reputado liberal próximo al Opus Dei, José Mario Armero.
La transición tomó velocidad el 16 de julio de 1976, cuando el rey designó como presidente del gobierno al joven y casi desconocido Adolfo Suárez.
En pocos meses, Suárez desmontó el andamiaje legal del franquismo y condujo la democratización, que tuvo su punto culminante en la aprobación de la Constitución, primero acordada en el Congreso de los Diputados y después aprobada en referéndum, el 6 de diciembre de 1978.
Por esa época, entre 1975 y 1976, la mayoría de la población apoyaba una opción democrática plena y sin límites, si bien 61 por ciento prefería que el proceso se produjera poco a poco, según el sociólogo socialista José María Maravall.
Después, dos momentos serían claves. Uno, marzo de 1976, cuando Suárez legalizó al Partido Comunista y frenó a los comandantes militares que se oponían a ello.
Otra, el 23 de febrero de 1981, al producirse un intento de golpe de Estado, con la ocupación del Parlamento por fuerzas militares al mando del teniente coronel Antonio Tejero.
Ese día se evidenció la fuerza y el poder de Juan Carlos I quien, mientras Tejero mantenía secuestrados a todos los miembros del gobierno y a los parlamentarios, impuso su autoridad al resto de las Fuerzas Armadas y logró que el golpista se rindiera.
Ahora, solo ínfimas minorías cuestionan al rey y la mayoría acepta la monarquía. Hay quienes se plantean la república para más adelante, como Gaspar Llamazares, secretario general de Izquierda Unida, la coalición basada en el PC.
Pero salvo Ezquerra Republicana, un partido regional que tiene un solo diputado, ningún grupo político parlamentario propone la república como opción inmediata. (FIN/IPS/td/mj/ip/00