(Arte y Cultura) MEXICO: Salones de baile sobreviven a ritmo de danzón

Lejos de la moda, con orquesta en vivo y cero oferta de alcohol, los salones de baile sobreviven en México gracias a un público fiel, pero cada vez más anciano.

Estos locales de entretenimiento, pese a que antropólogos locales dicen que son una especie en extinción, siguen ahí desde hace más de 50 años.

Un promedio de más de 100 parejas por día de martes a domingo llenan sus pistas de baile para moverse al ritmo del danzón, cha- cha-cha, rumba, mambo, cumbia y algo de salsa.

Los salones como Califas, Los Angeles, El Colonia y El California, ubicados en populosos barrios de la capital mexicana, desafiaron el tiempo, aunque ahora tienen un futuro incierto, señaló la antropóloga Amparo Sevilla.

Grupos de mujeres y hombres, en su mayoría maduros, muchos vestidos con trajes antiguos y cuidados en extremo, zapatos blancos o con brillos y algún sombrero, se dan cita en esos lugares para cumplir con sus ritos.

Las parejas, alumbradas por intensas luces de neón en un espacio abierto, música en vivo y animados por refrescos o agua, marcan pasos aprendidos durante años de práctica o en escuelas especiales.

Para los jóvenes son lugares extraños, ya que allí no se toca música moderna, no existen decoraciones especiales ni luces tenues. Además, no se puede beber alcohol.

La gente joven y de mayor poder de compra no va a los salones, pues los considera sitios sólo para «rucos» ( ancianos).

«La modernización está a punto de parar el ritmo» de los salones, opinó Sevilla, quien realizó un estudio sobre el tema.

Frente a decenas de discotecas y otros lugares de baile, los salones son una especie rara, muchos de los cuales sobreviven porque sus dueños son unos necios que ponen de su dinero para mantener el negocio, expresó.

Por menos de cinco dólares se puede ingresar a los salones, donde nadie trasnocha, y se puede bailar durante horas, siempre antes de la media noche.

«Me encanta venir, pues aquí nadie me molesta por estar sola, ser mujer o soltera, pero además es seguro y disfruto del baile y la buena música», señaló Matilde, cliente del Salón California.

Por su parte, Joel, un hombre de unos 70 años y dueño de una gran vitalidad y ritmo, acotó que «esto del baile es toda una ciencia, pues hay que aprender para llevar a la dama, para demostrar que se puede con cualquier ritmo».

Es común ver en el California a varias parejas amigas bailando juntas a paso sincronizado, siguiendo el ritmo de una banda de más de 12 músicos.

Joel explica que en el California conoció a su esposa hace 30 años y que allí dos de sus hijos de 24 y 28 años aprendieron a bailar danzón, un ritmo de origen cubano.

Hoy, viudo, Joel regresa dos veces a la semana para conversar con amigos y «mover un poco el bote (cuerpo)». En cambio, sus hijos prefieren ir a una discoteca.

Los salones, famosos en los años 40 y 60, son sitios de convivencia para personas mayores, pero también se dan cita algunos jóvenes que están aprendiendo a bailar y que les gusta hacerlo sin alcohol ni música estridente, explicó Sevilla.

Sin embargo, las nuevas generaciones están cada vez menos interesadas.

Para un gran porcentaje de los clientes, acudir a los salones es una terapia que sirve para olvidar muchas de las frustraciones económicas y amorosas que provoca la ciudad y el paso del tiempo, añadió.

Autoridades municipales informaron que algunos dueños de los salones se acercaron en los últimos años para pedir apoyo económico, pues no pueden mantener el negocio.

Basados en que son sitios tradicionales, con una rica historia, las autoridades ofrecieron estudiar alguna posibilidad de respaldo, pero nada se ha concretado.

Periódicamente los salones son contratados para presentar actos culturales o convocar a bailes con el antiguo sistema de «fichas» y así recaudar fondos.

Las fichas se compran y con ellas se adquiere el derecho de bailar una pieza musical con algún personaje de la política, la cultura o el arte. En el pasado, el sistema se usaba en algunos prostíbulos, pero también en los salones de baile.

«Si el California o los otros salones desaparecen nos quitarían a muchas personas el único disfrute que nos queda, sería una gran pérdida para la ciudad y para nuestra historia», comentó Joel. (FIN/IPS/dc/dm/cr/00

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