La democracia de Argentina, la gran conquista política de los años 80 después de la más cruenta dictadura militar que vivió el país, está manifestando síntomas de un deterioro que prestigiosos cientistas políticos consideran como una «muerte lenta».
Este concepto pertenece al politólogo argentino Guillermo O'Donnell, ex presidente de la Asociación Internacional de Ciencias Políticas y autor de categorías de análisis muy divulgadas, como la de «democracia delegativa».
No se trata sólo de un debate acerca de si la democracia es o no el mejor sistema político para la consecución del bienestar general de los ciudadanos, sino de una lenta deformación del sistema en sí mismo, que llevaría finalmente a que lo que se sigue llamando democracia, sea en verdad otra cosa.
Para O'Donnell, cuando las libertades políticas se restringen, el sistema legal funciona sesgadamente, se tolera la violencia de las fuerzas de seguridad y los políticos miran hacia otro lado, las consecuencias no son menos perversas que cuando se produce un ruidoso alzamiento militar.
Este sería el caso de Perú, Bolivia, Paraguay o Venezuela, adonde ese deterioro se habría hecho muy manifiesto, pero en Argentina, las condiciones también están madurando en ese sentido, comentó el politólogo en una larga entrevista publicada por el diario Página 12.
Los cientistas están apuntando así a un tema que podía haber sido prematuro en medio de la euforia que siguió a la dictadura militar argentina (1976-83), pero que ahora cristaliza en un total alejamiento de los políticos respecto de la gente.
Según las encuestas, los partidos políticos, los parlamentarios y los jueces representan a los factores de poder más desprestigiados en la sociedad.
Las reflexiones surgen en un contexto de fuerte desilusión de la ciudadanía con el nuevo gobierno de la Alianza, que asumió en diciembre con la promesa de cambiar la forma tradicional de hacer política y sintonizar con los problemas de la gente.
A menos de un año, el objetivo parece lejos de haberse alcanzado.
El crecimiento económico no llega, el desempleo sigue en alza y un grave escándalo por presuntos sobornos en el Senado provocó la renuncia del vicepresidente Carlos Alvarez, quien consideró que su luchar contra la corrupción no tuvo el apoyo esperado.
La investigación por los sobornos -pagados supuestamente para aprobar una ley- confirmó públicamente un hecho que la opinión pública daba como un hecho: que en el Senado se «arreglaban» las leyes. Pero aún peor, el juez a cargo del caso está siendo investigado a su vez por enriquecimiento ilícito.
El sociólogo José Nun, quien presentó este mes su libro «Democracia: ¿gobierno del pueblo o gobierno de los políticos?», afirmó que el problema político no puede separarse del fracaso del modelo económico neoliberal, que deja insatisfechos a miles de votantes, y cada vez más alejados de los políticos.
¿Cuántos excluidos puede soportar una democracia para seguir considerándose como tal?, se pregunta Nun en su libro, y compara el proceso de deterioro lento e imperceptible del sistema con el de la calvicie: ¿cuándo una persona se torna calva, el día que pierde el último cabello o antes?
Nun considera que en América latina muchos pensadores prefieren soslayar estas reflexiones, pero sostuvo que es muy probable que, dada la gravedad de los problemas, esa pasividad comience a cambiar en los próximos años.
O'Donnell -quien actualmente es catedrático en la Universidad de Notre Dame, en Estados Unidos- el proceso de corrosión que sufre la democracia argentina con la labor silenciosa de las termitas que van acabando con los cimientos de una casa aparentemente sólida.
«Un día la casa está perfecta y al día siguiente un viento la derrumba», ilustró.
«Las democracias no sólo sufren muertes rápidas como un terremoto, también pueden sufrir -y más insidiosamente- una muerte lenta, como una casa carcomida por las termitas», dijo el experto, y añadió: «nuestra clase política se está comportando como un caso de manual para la muerte lenta».
Este proceso no sería irreversible, según O'Donnell, aunque observó síntomas preocupantes, como la distancia creciente entre los políticos y la ciudadanía, la discusión de los políticos entre sí, mostrando impotencia para resolver los problemas, y la pérdida de una visión de largo plazo ante las crisis.
En este sentido, Nun parte en su libro de la hipótesis de que para muchos votantes, la democracia cada vez equivale más al «gobierno de los políticos», que serían los encargados de administrar un sistema que excluye a muchos ciudadanos restándole participación política, económica y social.
Cuando se afianzan los regímenes sociales de acumulación concentrada y excluyentes, como está sucediendo en América latina, la democracia representativa, entendida sólo como un mecanismo, tiende naturalmente a reproducir ese sistema más allá de la voluntad de los dirigentes políticos, señaló.
El sociólogo se pregunta incluso si la culpa la tiene «la idea» de la democracia o si la falla está en sus manifestaciones históricas limitadas, y coincide con los autores que proponen corregir sus desviaciones prácticas para evitar que el concepto se aleje de aquella visión del «autogobierno colectivo».
O'Donnell señaló que en Argentina, «la clase política está cada vez más ocupada en sí misma y no en las cuestiones públicas. El desprestigio del Congreso y del Poder Judicial es colosal».
En esto coincide también el sociólogo Ernesto López, director del Departamento de Ciencias Sociales de la Universidad de Quilmes.
Los riesgos de una democracia «devaluada» se ponen en evidencia en un vínculo cada vez más estrecho entre los políticos y la ciudadanía, que pareciera estar limitado a un intercambio de «favores por votos», sobre todo entre la población más carente de recursos económicos, indicó.
El clientelismo resulta así una de las manifestaciones de la impotencia de los políticos para dar respuestas genuinas a los problemas de la gente, subrayó López, para quien en la pulseada entre el mercado y el Estado el segundo va perdiendo, y esa subordinación apenas comienza a dejar ver sus costos. (FIN/IPS/mv/ag/ip/00