CUBA: Valle de Viñales en la encrucijada del turismo

Pocos viajeros resisten la tentación de entrar al jardín de Bárbara Caridad Miranda cuando van a Viñales, un singular pueblo de Cuba enfrentado hoy al reto de aprovechar su riqueza turística manteniendo el entorno y su identidad.

A Miranda la llaman «la botánica» por sus conocimientos sobre la rica flora del Valle, heredados de sus abuelos y su padre, quien hacia 1918 comenzó el jardín que rodea la vieja casona familiar en el pueblo, situado en la occidental provincia de Pinar del Río, a unos 180 kilómetros de La Habana.

En la mayoría de las edificaciones, de fines del siglo XIX y principios del XX, resalta el rojo de sus techos, los portales con altas columnas y los coloridos vitrales de la arquitectura colonial cubana.

El pueblo se encuentra en el corazón del valle de Viñales, inscrito en diciembre de 1999 como Paisaje Cultural en la lista del Patrimonio Mundial de la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco).

«Se alquilan habitaciones», puede leerse en varias casas desde fines de los años 90 en carteles escritos en español, inglés y francés.

De los 1,6 millones de turistas que visitaron Cuba en 1999 237.656 viajaron a Pinar del Río para conocer sus bellezas naturales y sobre todo los mogotes del valle de Viñales, elevaciones de paredes verticales y cimas llanas o parcialmente redondeadas, que alcanzan alturas superiores a los 400 metros.

Unas 120.000 personas pasan diariamente por la provincia, muchas en viajes de un día por su propia cuenta u organizados por agencias de viaje gubernamentales.

La mayoría de los que pernoctan llegan de Europa, sobre todo de Francia, Gran Bretaña, Alemania e Italia, y 6.560 estadounidenses fueron registrados el pasado año, pese a las trabas legales existentes en ese país para el turismo hacia Cuba.

Las personas que se quedan más tiempo suelen recorrer las plantaciones de tabaco, principal rubro exportable de la región, o subir hasta la cima de un mogote, donde los miembros de una comunidad conocida como los «Acuáticos» dicen curarse sólo con agua.

De manera pausada, Miranda explica a los turistas el nombre y las propiedades de cada planta que atesora en su predio, oficio que ahora ocupa todo su tiempo. «Antes me gustaba recomendar hierbas medicinales a los enfermos. Ahora ya no tanto», comenta.

La antigua vivienda de madera se pierde entre la vegetación. La entrada, guardada por una pequeña reja que cualquiera visitante puede abrir, está adornada por coloridos frutos que, según confiesa, «son sólo para atraer al que pasa».

En las paredes cuelgan tarjetas, cartas y regalos que le llegan de cualquier parte del mundo. Un holandés le cuenta sus amores y una joven colombiana le dice cómo ha crecido la planta cuyo retoño ella le regaló.

Al fondo, dos mujeres jóvenes se encargan de mantener la oferta de exóticas frutas tropicales, enteras o peladas, una verdadera atracción para los turistas cuando terminan la visita al jardín, que puede durar una hora o más.

Miranda no oculta que el turismo le cambió la vida y le trajo beneficios. «Ellos suelen hacer alguna contribución para los gastos del jardín o dejan un obsequio», cuenta esta mujer que es buscada por los visitantes pese a no figurar en la publicidad oficial del lugar.

Promocionado como la catedral natural de la isla durante décadas, el valle de Viñales ha empezado a conocerse como el «Varadero verde», en una comparación con el balneario cubano más conocido internacionalmente, a 140 kilómetros de La Habana.

«Será 'Varadero verde' en el sentido de la calidad del producto. Intentamos desarrollar Viñales con perfecto equilibrio de conservación del medio ambiente. No queremos moles de concreto», puntualiza Miguel Chang Peraza, directivo de turismo en la provincia de Pinar del Río.

El reto de la explotación turística sin comprometer el entorno parece claro para las autoridades, que intentan que las nuevas construcciones estén en armonía con el paisaje y agredan lo menos posible la flora y la fauna de la región.

El valle es sólo una de las joyas de Pinar del Río, el territorio más occidental y más antiguo del país, surgido en el período Juráriso Medio Inferior, hace unos 180 millones de años, según estimaciones científicas.

En la provincia existen 36 áreas protegidas y dos de las seis reservas de la biosfera declaradas por la Unesco en este país.

En Viñales se han encontrado restos fósiles de varios tipos de dinosaurios, monos y tortugas marinas, y existe el mayor sistema cavernario de la isla, dentro del cual destaca la gran caverna de Santo Tomás, con unos 45 kilómetros de extensión registrados hasta el momento.

Propio de su paisaje son los mogotes. La vegetación de estos singulares montículos y bosques adyacentes incluye el ceibón, el roble caimán, la palmita de La Sierra y la palma corcho o mycrocycas calocoma, que figura entre las 17 especies botánicas endémicas de la región.

La palma corcho tiene la particularidad botánica de fijar el nitrógeno en la atmósfera debido a una bacteria llamada Beijerinckia que vive dentro de esa planta, considerada un «verdadero fósil vegetal» por los especialistas.

Entre las muchas aves de especial colorido que se encuentran en Viñales se destacan el tocororo, la cartacuba, el ruiseñor, el tomeguín del pinar y el aparecido de San Diego.

«Es un paisaje cultural en evolución, porque junto a sus bellezas naturales está la acción del hombre, que se manifiesta en el trabajo de la tierra, especialmente en el cultivo del tabaco con métodos tradicionales», dice Margarita Elorza, especialista de Patrimonio Nacional.

El compromiso de mantener y preservar el valle de Viñales existe desde 1979, cuando se lo declaró Monumento Nacional, puntualiza la experta.

Pero además está protegido por la Ley de Protección al Patrimonio Cultural y la Ley de Monumentos Nacionales y Locales de 1977, y la Ley de Protección del Medio Ambiente, y en enero entró en vigor el Decreto-Ley número 200 de las Contravenciones del Medio Ambiente, añade.

Marta Rosa Acosta, funcionaria del Ministerio de Ciencia, Tecnología y Medio Ambiente en Pinar del Río, expresa que ese cuerpo legal constituye un instrumento de trabajo de especial utilidad.

«Todo lo que se haga en Viñales requiere previamente un estudio del impacto ambiental, de manera que se puedan mitigar los efectos sobre el entorno», señala Acosta. «Hay que tener en cuenta inclusive lo que se planta, porque la vegetación debe ser autóctona».

Las habitaciones disponibles suman unas 280, entre hoteles y arrendatarios privados, una cifra que puede aumentar sin mayores riesgos ambientales, según funcionarios de turismo.

«Viñales tiene que crecer como polo turístico, sólo hay que ver dónde y cómo. Hay que saber integrar el problema socioeconómico con el medio ambiente, disminuyendo el impacto», dice el experto Gabriel Pérez. (FIN/IPS/pg-da/ag/if en/00

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