Los indígenas de Brasil triplicaron su representación en las cámaras municipales tras las elecciones locales del 1 de este mes, mientras las mujeres avanzaron poco aunque estuvieron favorecidas por una cuota de 30 por ciento de las candidaturas.
Fueron elegidas 314 alcaldesas en la primera vuelta, solo 3,29 por ciento más que las 304 elegidas en 1996, según el balance del Centro Feminista de Estudios y Asesoría, una organización no gubernamental de Brasilia.
Hay aún seis candidatas disputando la segunda vuelta que tendrá lugar el 29 de octubre en 31 municipios que tienen más de 200.000 electores y donde ningún candidato obtuvo mayoría absoluta. Una de ellas es Marta Suplicy, favorita en Sao Paulo, la mayor ciudad del país.
Las concejales elegidas suman ahora 7.001, solo 7,11 por ciento más que las 6.536 en actividad con mandato hasta el fin de este año. Las mujeres representan apenas 11,6 por ciento del total de parlamentarios municipales en Brasil, 60.281 en total.
La política de cuotas «no resultó esta vez el aumento esperado de elegidas», lamentó Sonia Malheiros, asesora técnica de Centro Feminista y autora de un estudio sobre la aplicación de esa medida de «acción afirmativa» en favor de la equidad de género.
En las elecciones municipales de 1996, cuando se aplicó por primera vez el sistema de cuotas en Brasil, entonces de 20 por ciento, las mujeres lograron aumentar en 37 por ciento la cantidad de alcaldesas y en 111 por ciento la de concejales.
El esfuerzo por ampliar la participación femenina en las instancias de poder es coordinado en todo el país por el movimiento de Articulación de Mujeres Brasileñas, que reúne numerosas organizaciones no gubernamentales y bancadas informales de parlamentarias municipales, estaduales y nacionales.
Los indígenas obtuvieron mejores resultados proporcionales. Triplicaron, por lo menos, su presencia en las cámaras municipales, estima el Consejo Indigenista Misionero (Cimi), órgano de la Conferencia Episcopal católica.
Eso es producto de un movimiento espontáneo ocurrido este año, en que cerca de 350 indígenas, de 71 pueblos distintos y dispersos por el país, se presentaron como candidatos, más de cuatro veces la cifra registrada en 1996.
Los datos en este caso son imprecisos, porque no se trata de una acción organizada a nivel nacional. Hasta ahora, el Cimi tiene información de 58 concejales, seis vicealcaldes y un alcalde elegidos el 1 de octubre. Pero se prevé que al menos el número de concejales se eleve.
Los registros de la Justicia Electoral precisan ahora el sexo de los candidatos, pero no la etnia. La identificación de los candidatos indígenas es difícil, pero se sabe que la mayoría compitió por cargos en municipios alejados y de comunicación precaria, explicó Katia Vasco, asesora de prensa del Cimi.
Esa dificultad se agrava porque esa participación no obedece a una coordinación central ni a orientaciones de organizaciones indígenas nacionales. Ahora, tras las elecciones, llegan informes sobre indígenas elegidos que no figuraban en la lista de los 315 candidatos que logró identificar el Cimi, según Vasco.
De todas formas fue «sorprendente» tanto el aumento de candidaturas como el de la representación indígena obtenida en las cámaras municipales, evaluó Roberto Liebgott, secretario adjunto del Cimi. La organización no gubernamental estima que en 1996 solo se habían elegido unos 20.
El temor es que muchos de los nuevos concejales indígenas mantengan la actuación individual «sin asumir la causa indígena» y ni siquiera los intereses de sus comunidades locales, actitud común entre los elegidos antes, según Liebgott.
Gran parte de las postulaciones fueron iniciativas aisladas y personales, no una decisión colectiva. De todas formas, ese movimiento refleja el crecimiento de la organización indígena y del deseo de combatir la discriminación étnica.
El intento de aprovechar la vía política del parlamento municipal indica también la insatisfacción por los resultados obtenidos a través de reclamos al poder ejecutivo y la presión de los líderes indígenas, observó el dirigente del Cimi.
Para las mujeres quedó claro que la cuota no asegura un avance «automático», sino que la mayor participación femenina en el poder político será un proceso lento, «tal como la inserción en el mercado de trabajo y las conquistas educacionales exigieron décadas de esfuerzo», concluyó Malheiros.
La cuota es un mecanismo importante para impulsar la movilización de las mujeres, ampliar su participación y capacitación en las campañas electorales, difundir los reclamos femeninos y fortalecer la lucha por equidad, reconoció.
Pero faltan «cambios culturales» entre las mujeres, para que voten a su vez por mujeres, y en los partidos, que, además de no cumplir la cuota (se registró menos de 20 por ciento de candidatas), también les retacearon su apoyo, añadió.
En Brasil van al parlamento los candidatos más votados del partido, cuyo total de representantes es determinado por la suma de sufragios atribuidos a sus candidatos o directamente a la lista.
Poco conocidas y sin recursos para financiar sus campañas, son pocas las mujeres que superan sus colegas varones para colocarse entre los primeros del partido y lograr un escaño.
El aumento rápido de la representación femenina solo se obtuvo en países que adoptaron las listas en que los propios partidos definen la orden de sus candidatos y fueron obligados a poner mujeres entre los postulados en los primeros lugares. (FIN/IPS/mo/mj/ip hd/00