La notoriedad alcanzada en los Juegos Olímpicos de Sydney por la atleta aborigen australiana Cathy Freeman subrayó las dificultades de Australia para asumir injusticias históricas cometidas con su población autóctona.
Freeman, de 27 años de edad, encendió la llama olímpica en la ceremonia inaugural de los Juegos el viernes 22, ganó la medalla de oro en carrera de 400 metros llanos de mujeres, y recibió amplia cobertura de los medios de comunicación locales durante las competencias, que terminaron el sábado.
La presencia de la atleta, llamada «nuestra Cathy» por los periodistas y el público, fue abrumadora en los periódicos, la televisión y la publicidad de implementos para deporte de la firma Nike, que la patrocina.
Todo eso reavivó un debate acerca de cuestiones étnicas de gran importancia en los últimos cuatro años, desde que llegó al gobierno el primer ministro John Howard y la política independiente Pauline Hanson recibió luz verde para promover sus posiciones ideológicas acerca de la supremacía de los blancos.
Hanson, cuya campaña emplea la consigna «Una nación», propone reducir los fondos presupuestarios para la seguridad social de los aborígenes, cuyo nivel de vida es inferior al de los pobres de muchos otros países industrializados.
La hostilidad del gobierno de Howard hacia las demandas de la población autóctona fue la causa de que dirigentes de la comunidad indígena amenazaran con realizar protestas durante los Juegos Olímpicos.
El primer ministro se niega a pedir perdón en forma oficial por las violaciones históricas de los derechos humanos de los aborígenes, que incluyeron quitarles a sus hijos para entregarlos a padres adoptivos blancos.
Esa práctica se realizó hasta 1971 y una de las niñas integrantes de la llamada «generación robada» fue la abuela materna de Freeman.
La elección de Freeman para encender la llama olímpica por parte del gobierno y de la Comisión Organizadora de los Juegos se mantuvo en secreto hasta el último momento, para evitar que se organizara la oposición de australianos blancos.
Los observadores consideraron que esa decision y el destaque de la cultura autóctona en la representación realizada durante la ceremonia inaugural buscaron neutralizar las anunciadas protestas de activistas aborígenes.
El esfuerzo para apaciguar los conflictos étnicos se vio fortalecido cuando Freeman ganó su medalla de oro y se convirtió en la primera aborigen australiana en obtener esa distinción olímpica en forma individual.
La participación de la atleta en publicidad de Nike con el tradicional eslógan de esa firma, «Just do it» («sólo hazlo»), también fue un regalo para el gobierno, muchos de cuyos integrantes emplearon esa consigna para destacar que Freeman superó desventajas asociadas con su origen étnico.
También algunos dirigentes de la comunidad aborigen adhirieron a ese enfoque.
«La mayoría de los aborígenes no llegarán a las alturas alcanzadas por Cathy, pero ella nos inspira a desafiar y vencer a nuestros propios demonios», apuntó el dirigente de la comunidad autóctona Peter Yu, director ejecutivo del Consejo de la Tierra de Kimberley.
Emular a Freeman significa «buscar una existencia más digna y satisfactoria, pese a los obstáculos que enfrentamos todos los días en nuestras vidas», añadió.
Sim embargo, otro dirigente aborigen, el ascendente político Noel Pearson, del Partido Laborista, pidió que las «apelaciones emotivas y el simbolismo» del apoyo a Freeman fueran acompañados por la resolución de «asuntos pendientes» en el terreno de las relaciones interétnicas.
Pearson indicó que muchos australianos desean que los pueblos indígenas ocupen el lugar que les corresponde en el país, desde que un referendo realizado en 1967 reconoció la ciudadanía y el derecho al voto de los aborígenes.
«Existen el deseo y la voluntad de alcanzar esa meta, pero es necesario acompañarlos de acciones efectivas. El próximo paso debe ser un compromiso político», subrayó.
«Es preciso discutir en forma extensa el contenido de tal compromiso, y no preveo que lleguemos a un acuerdo con rapidez, pero sería bueno que lo hiciéramos», agregó.
Mandawuy Yunupingu, aborigen y líder del destacado grupo musical Yothu Yindi, que mezcla música de su etnia con rock y actuó en la ceremonia de cierre de los Juegos, dijo que nunca vio aprecio masivo por el logro de una persona indígena como el que se expresó cuando Freeman ganó su medalla de oro.
El reconocimiento a la victoria de la corredora «salió de los corazones. Eso me conmovió y me dio ánimo para seguir adelante» afirmó.
Yunupingu opinó que la única forma de destrabar el conflicto es que Howard acepte pedir disculpas a los aborígenes y trabajar para aprobar un tratado que contemple sus demandas.
Durante la dominación colonial británica, se ignoraron los derechos y hasta la existencia de los aborígenes al declarar a Australia «terra nelius» (territorio no ocupado) en la Constitución nacional.
En mayo, más de 200.000 australianos marcharon por el puente del puerto de Sydney para demandar un tratado que reconozca los derechos de la población autóctona.
Sin embargo, Howard no varió su posición, y declaró que no se debían emplear criterios actuales para juzgar lo que hicieron personas de otras generaciones.
En 1997, el primer ministro fue abucheado por activistas aborigenes cuando afirmó en una conferencia que la población autóctona no estaba en una situación de «desventaja profunda».
En la actualidad, Howard muestra una posición un poco más receptiva. En abril declaró que «en el pasado hubo prácticas que serían por completo inaceptables con los criterios de hoy, y nos sentimos avergonzados ante personas que sufren por aquelas lamentables injusticias».
El profesor sudafricano Colin Tatz, de la Universidad Macquarie de Sydney y autor de varios libros acerca del racismo en el deporte, advirtió que el significado político de la actual euforia por el triunfo olímpico de Freeman no debe causar esperanzas excesivas.
«Quienes sugieren que podemos cambiar el país en forma sustancial mediante vistorias olímpicas quieren vendernos gato por liebre. Si les creemos, compraremos un espejismo con arenas movedizas», afirmó.
Sin embargo, Tatz piensa que la victoria de Freeman dio a la atleta «características de icono que superan brechas históricas, étnicas y de género».
El triunfo de la atleta «fue interpretado como un tremendo avance hacia la reconcialiación con los aborígenes, pero es un poco difícil entender de qué modo contribuirá a ese objetivo», escribió el periodista y analista político Brian Toohey en la revista Australian Financial Review.
«Parece pensarse que todo anda bien si aborígenes con buenos modales pueden llegar a la cumbre en un deporte», observó con ironía.
La propia Freeman no ha realizado declaraciones políticas tras su triunfo, pero cuando celebró con una vuelta a la pista llevó la bandera de su país y la de la comunidad aborigen, y en otras ocasiones no mostro ingenuidad en relación con el significado de sus logros deportivos.
En mayo, durante una entrevista concedida en Londres, la atleta criticó a Howard por su actitud ante las iniciativas para formalizar una reconciliación con la población autóctona.
Freeman se casó hace poco con un alto ejecutivo estadounidense de la firma Nike, y ha dado indicios de que piensa desempeñar un papel político en el futuro.
Ella ayudó a que se nfocara en forma más positica la cuestión de las relaciones interétnicas, «pero eso no significa abolir los prejuicios», señaló Mike Steketee, editor político del diario The Australian. (FIN/IPS/tra-eng/ks/js/mp/ap cr hd/00