MAURICE STRONG: El siglo XXI será el último

La pobreza del hogar protestante en que nació hace 71 años en Oak Lake, Canadá, inspiró a Strong a apreciar el valor de los recursos naturales como factor de desarrollo.

Este empresario fue el secretario general de la Conferencia de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) sobre Ambiente Humano, de 1972, y de la Cumbre de la Tierra de Río de Janeiro, en 1992, y primer director ejecutivo del Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (1972-1975).

A fines de los años 90, participó activamente en el proceso de reforma de la ONU. Hoy preside el no gubernamental Consejo de la Tierra con sede en Costa Rica y la Universidad para la Paz.

Tierramérica: ¿Cuáles son los principales problemas ambientales de América Latina?

Strong: La biodiversidad es un gran problema. El mundo debería ayudar a los países con gran biodiversidad a preservarla. Otra prioridad es la contaminación del aire y del agua en las ciudades. Es paradójico que la civilización naciera en las ciudades y – espero equivocarme- vaya a morir en ellas.

¿Los países pobres pueden desarrollarse si protegen el ambiente?

-Respetar el ambiente es un imperativo mayor para los pobres que para los ricos, porque es su principal recurso. Los productos básicos y el agua dependen del ambiente. Los países pobres se están dando cuenta de que protegerlo no es una mera idea que viene del Norte, sino algo que los puede enriquecer.

Hace poco hablé al respecto durante una hora con el primer ministro de China (Zhu Rongji). "Hemos estado muy equivocados y debemos cambiar", me dijo. China percibe ahora el daño económico y humano -las inundaciones, por ejemplo- que sufre por sus descuidos.

La contaminación del aire y del agua es más perjudicial en el mundo pobre, porque eleva el costo de su desarrollo futuro. Ignorar el ambiente para "limpiar" después no funciona. Si los países en desarrollo continúan haciéndolo, la pobreza se perpetuará.

¿Los militares deben colaborar con la protección del ambiente?

-A falta de enemigos externos, los militares buscan nuevas funciones. Desean sobrevivir, como cualquier institución. Por eso asumen nuevos retos; en lugar de oprimir a la gente, quizá se dediquen a tareas constructivas como proteger el ambiente. Una de las organizaciones más activas en la conservación del agua en Estados Unidos es el Cuerpo de Ingenieros del Ejército.

Pero ese es apenas un aspecto de la relación entre ambiente y paz, que se manifiesta, por ejemplo, en el manejo de las cuencas fluviales limítrofes, entre otros recursos que cruzan las fronteras. Se trata de anticipar los conflictos antes de que estallen.

Por eso creamos la Universidad para la Paz (Upaz) y ahora tratamos de instituir un ombudsman (Defensor del Pueblo) que ayude a prever y solucionar conflictos originados en el manejo de recursos naturales. Los militares podrían colaborar.

¿Cuál es la finalidad de Upaz?

-Educar, entrenar e investigar. No se trata sólo de formar fuerzas para mantener la paz en zonas de conflicto, sino de educar para que no sean necesarias. Yo trabajé en la reforma de la ONU, determinando qué organismos debían suprimirse, fusionarse o fortalecerse.

Upaz era débil y pequeña, pero tenía buenas ideas y decidimos ampliarla. Tenemos un centro de investigaciones en Montevideo. La transición de Uruguay de una dictadura a la democracia fue pródiga en la formación de expertos, necesarios en países que ahora afrontan el mismo proceso.

Upaz trabaja ahora con la Unión Mundial para la Naturaleza y con el Consejo de la Tierra en la elaboración de criterios internacionales para instalar parques de paz. Muchos países enfrentados por guerras, como las dos Coreas o Ecuador y Perú, quieren crear parques de paz fronterizos.

Existe uno, incluso, entre Canadá y Estados Unidos. Más de 100 países quieren los suyos con el fin de educar para la paz y el ambiente.

¿Cree necesario imponer normas fundamentales de alcance planetario en materia ambiental?

-En la cumbre de Río exhorté a los gobiernos a adoptar una Carta de la Tierra. Pero no estaban preparados. Entonces pensé que si los gobiernos no lo hacían debía hacerlo la gente. Comenzamos con un puñado de personas y ahora participan decenas de miles. Ahora esperamos presentar el último borrador, aprobado en marzo, a los líderes mundiales.

La Carta no es un tratado. Los tratados son importantes, pero, por lo general, se ignoran. Queremos que la Carta sea un documento activo. Existen en el mundo diversas creencias espirituales y morales, diversas culturas, pero hay principios básicos en los que debemos ponernos de acuerdo si pretendemos sobrevivir como especie.

La Carta de la Tierra es un intento por encontrar coincidencias. Espero equivocarme, pero creo que el siglo XXI será el último de nuestra civilización. Somos autodestructivos. No desaparecerán todas las formas de vida, pues los insectos y muchos animales sobrevivirán. Pero una civilización como la actual es insostenible.

Si notamos que la temperatura aumenta y sabemos que se puede hacer algo al respecto, debemos hacerlo ahora y no esperar hasta que sea demasiado tarde. La naturaleza cambia a un ritmo sin precedentes debido a las dimensiones de la población y a la escala e intensidad de la actividad humana. El cambio natural ocurre en períodos mucho más prolongados.

Tenemos la opción de destruirnos o de cambiar la civilización, reducir la pobreza y garantizar una buena vida para todos. Con educación sobre los valores de la Carta de la Tierra, la gente sabría influir sobre la situación. Pero no sé si seremos tan listos.

Creo que hay solución, pero muchas veces pienso que nuestras posibilidades de supervivencia no son buenas. Soy un hombre viejo. Tengo nietos, y quiero dejarles un mundo donde se pueda vivir en paz con la naturaleza y con el prójimo. Naturaleza y paz están muy vinculadas.

¿La salud del planeta mejora o se agrava?

-Ahora estamos peor que antes de las conferencias mundiales en Estocolmo y Río de Janeiro. En Estocolmo perdimos la inocencia. Antes, dañábamos el ambiente sin advertirlo.

En Río lo comprendimos mucho mejor. Firmamos convenciones sobre cambio climático, sobre biodiversidad. ¿Qué pasó desde entonces? La población se duplicó, la economía mundial se quintuplicó. Por lo tanto, el impacto ambiental aumentó. Por otra parte, los acuerdos de Kyoto para limitar la emisión de gases invernadero son insuficientes.

Aun así, la mayoría de los países no cumplirán las metas, ni siquiera el mío. Es como el cáncer: a veces parece un simple resfrío. Si no interpretamos bien los síntomas ni lo tratamos a tiempo, invade todo el organismo.

Desde Estocolmo y Río hemos desarrollado la tecnología para mitigar el daño. Ahora tenemos los medios, pero nos falta motivación. Nos falta un sistema de valores morales y éticos. Los gobiernos deberían ser el instrumento más importante para expresar esos valores.

Pero la base es la gente. No confío en los gobiernos. Sé que no me corresponde decirlo, pero los gobernantes no están actuando como líderes. (FIN) —— (*) Los autores son corresponsales de IPS

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