EEUU: Bush busca seducir al centro, sin traicionar a la derecha

Todo Estados Unidos se pregunta si el candidato presidencial republicano, George W. Bush, logrará seducir al centro del electorado sin traicionar las bases derechistas de su partido.

Esa es la fórmula que garantiza el éxito electoral en este país, aseguraba el ex presidente Richard Nixon.

Así fue como Bill Clinton acabó con 12 años de gobierno republicano en 1992 al declararse un "nuevo demócrata", totalmente comprometido con los problemas de la clase media blanca, o sea la mayoría de los más de 270 millones de habitantes.

Dispuestos a aceptarlo todo para por volver al poder, sindicalistas, negros, ecologistas y otros grupos progresistas que formaban la base del Partido Demócrata se conformaron con las guiñadas que Clinton les hacía, sugiriendo que seguía siendo uno de ellos.

En la convención del Partido Republicano celebrada esta semana en Filadelfia quedó claro que Bush, actual gobernador de Texas, persigue la misma hazaña: ganarse al centro sin caer en desgracia con la base derechista del partido.

El éxito que alcanzó en la convención le otorga buenas posibilidades a Bush, que lidera por pequeño margen a su rival del gobernante Partido Demócrata, Al Gore, de salirse con la suya como lo hizo Clinton.

En los cuatro días que duró la convención republicana, Bush y sus asesores trabajaron sin descanso para enviar a Estados Unidos una imagen totalmente renovada del partido.

Según sus palabras, esa imagen es una de "idealismo e inclusión" social que abarca el "conservadurismo compasivo" y se preocupa profundamente por el destino de todos los ciudadanos, sin importar su color u origen étnico, y "sin dejar a niño alguno afuera".

En esos cuatro días, la base derechista del partido guardó silencio.

Casi no se habló del control de las armas, los derechos de los homosexuales, las leyes de inclusión social de negros y mujeres o el derecho al aborto, temas que enfurecieron y motivaron a los seguidores más derechistas del partido en los últimos 25 años.

Los convencionales escucharon discursos vacíos, casi todos vinculados a la inclusión y la compasión, dirigidos a asegurarle a la mayoría del electorado que los republicanos ya no son moralistas e intolerantes, ni odian a Clinton, ni todos portan armas.

Destacados derechistas, como el ex presidente de la Cámara de Representantes Newt Gingrich y la mayoría de los dirigentes actuales del Congreso, prácticamente no hablaron en la convención.

Tampoco pudieron acceder al micrófono dirigentes de la derecha cristiana, como el reverendo Jerry Falwell y Pat Robertson.

Esas ausencias contrastaron con la superabundancia de oradores negros e hispanos, sólo superada por la cantidad de artistas negros, entre ellos raperos.

El ex comandante de las Fuerzas Armadas Colin Powell incluso pudo criticar la oposición republicana a las leyes de inclusión social sin ser abucheado, como ocurrió en la convención previa, hace cuatro años.

La gran presencia de las minorías ocultó que los delegados negros e hispanos en conjunto sólo representan siete por ciento del total de convencionales republicanos, mucho menos que su proporción en la población general, que supera 20 por ciento.

Las declaraciones sobre conservadurismo compasivo y tolerancia fueron desmentidas por el programa político adoptado calladamente por los delegados derechistas, que comprenden la abrumadora mayoría.

El programa fue prácticamente una réplica de los que llevaron al partido a la derrota en 1992 y 1996: contra el control de armas, los homosexuales, el aborto y las leyes de inclusión social.

Como señalara un crítico, en realidad hubo dos convenciones republicanas en Filadelfia, una para el público general y otra para los delegados.

Pero hay que reconocerle a Bush que a ninguno de los delegados pareció importarle que sus opiniones no fueran consideradas aptas para el consumo público.

Al igual que ocurrió con los demócratas de izquierda en 1992, los republicanos de derecha demostraron en Filadelfia que tienen tantas ganas de volver a la Casa Blanca que seguirán sonriendo y aplaudiendo cuando su líder les diga que el partido se alejó de sus convicciones, aunque las sigan defendiendo en privado.

"Si George W. quiere que practiquemos la necrofilia como única manera de vencer a Al Gore, me limitaré a preguntarle cuál cementerio me corresponde", habría comentado un delegado republicano a un periodista del diario Washington Times.

Que Bush inspire ese espíritu de sacrificio entre sus bases derechistas sugiere que, al igual que Clinton, le hizo suficientes guiñadas a sus seguidores para conformarlos y motivarlos hasta las elecciones del 7 de noviembre.

Bush rechazó como su candidato a vicepresidente al gobernador de Pennsylvania, Tom Ridge, a solicitud de la derecha cristiana.

Ridge, que apoya el aborto, hubiera sido el candidato mejor ubicado para atraer los votos independientes y centristas en importantes estados del nordeste industrial, como Illinois y Nueva Jersey.

Pero Bush eligió al ex jefe del Pentágono Dick Cheney, cuyos antecedentes en el Congreso lo ubican en la extrema derecha del espectro político estadounidense.

Cheney votó en los años 70 y 80 contra el control de armas, las sanciones contra el régimen racista del apartheid en Sudáfrica e incluso contra un programa dirigido a niños pobres que fuera alabado por Bush al aceptar la candidatura presidencial republicana este jueves.

Muchos electores se preguntan si el Partido Republicano cambió efectivamente o si la convención intenta pasar gato por liebre. (FIN/IPS/tra-en/jl/aq/ip/00

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