La etapa de crisis económica que el gobierno de Cuba denomina "período especial en tiempo de paz" llegó al décimo año entre pronósticos cautelosos y la esperanza de la población de tiempos mejores.
Esa expresión fue usada por primera vez de manera oficial y pública el 29 de agosto de 1990 para referirse a las dificultades que sobrevendrían, debido al descenso en la entrega de petróleo y otros suministros provenientes del bloque socialista.
Un extenso informe del diario oficial Granma advirtió en esa ocasión de probables limitaciones en el consumo de combustibles que, al concretarse, marcaron el impacto más sensible, junto al déficit alimenticio, de la recesión económica que trajo a la isla la pérdida de sus relaciones con los países de Europa del este.
"Los apagones fueron lo peor de esos primeros años del período especial", dijo sin vacilar Nilda Díaz, de 54 años y empleada de una agencia de publicidad, en una valoración coincidente con la mayoría de los más de 11 millones de habitantes de este país.
El último año normal de suministros de petróleo, proveniente en su totalidad de la hoy desaparecida Unión Soviética, fue 1989, con 13.1 millones de toneladas.
Las importaciones petroleras descendieron a 9,9 millones de toneladas en 1990 y continuaron bajando en años siguientes, hasta 5,4 y 5,3 millones de toneladas en 1992 y 1993, déficit que en los hogares se tradujo en prolongadas interrupciones del suministro de energía eléctrica.
Al cabo de 10 años, el incremento de la producción de crudo nacional permitió reducir el impacto, aunque el alza actual de los precios en el mercado internacional elevó el gasto diario a 1,3 millones de dólares por la compra de la vital materia prima.
Sin embargo, el mayor gasto de la familia cubana no se dedica a los servicios de electricidad y gas, sino a la alimentación, cuyo déficit resultó particularmente agudo durante los primeros años de la crisis, con efectos dañinos para la salud en algunos casos.
Estadísticas de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe indican que la producción local e importaciones de alimentos decrecieron casi un tercio en 1994, por lo cual la disponibilidad de alimentos por habitantes se redujo a casi 2.000 calorías diarias, 1.000 menos que en 1989.
"Mi jubilación no llega a 200 pesos y con eso nadie vive hoy día. No hay salario que aguante los precios del agromercado", se quejó Manuel Miranda, quien, pese a sus 70 años, trabaja como vigilante nocturno en un centro superior de enseñanza para mejorar sus ingresos.
Se estima que de 1989 a 1994, el ingreso real por habitante, en términos de poder adquisitivo, descendió entre un tercio y 50 por ciento, en tanto los consumidores gastan 30 por ciento más que antes en los mercados, cuyos precios se rigen por la ley de oferta y demanda.
Si Miranda o Díaz quieren comprar en dólares aceite en el mercado más cercano a su casa, primero deben adquirir la divisa (22 pesos por un dólar) y completar 2,40 para una botella de menos de un litro.
Ese producto figura entre los que el Estado distribuye a precios subsidiados mediante cartilla de abastecimiento, pero su disponibilidad no es estable como los es el arroz y el azúcar, que se ofrece mensualmente al núcleo familiar.
"Los apagones son esporádicos, pero la comida y el transporte siguen siendo un dolor de cabeza", comentó Miranda, quien se trasladó en bicicleta por las calles habaneras hasta que una caída le aconsejó caminar o esperar el ómnibus, aunque demorase en pasar por su barrio.
Tanto este hombre como Díaz figuran en el sector de la población cubana que carece de familiares en el exterior, cuyas remesas, estimadas por algunos economistas en hasta 1.000 millones de dólares anuales, contribuyeron a minimizar el impacto de la crisis económica.
Entre el paquete de reformas diseñadas de 1992 a 1993 para enfrentar la recesión, la despenalización del mercado de dólares se incluye entre los principales factores de desigualdad social en los últimos 10 años.
"Me cambiaron el casete. Antes, los que se iban eran gusanos, ahora, si mandan dólares, son bienvenidos", se lamentó María Caridad Bolaños, quien dice haber roto con los familiares que se marcharon en 1960 y "nunca más" se interesó por saber de ellos.
Bolaños, madre de una chica de 20 años que estudia en la universidad, se preocupa más por la pérdida de valores que por las dificultades económicas, que "algún día tendrán que acabar".
En tiempos de crisis "aflora lo mejor del ser humano, pero también lo peor, y nosotros no hemos escapado a esa realidad", comentó.
Los cubanos más optimistas entienden que el período especial está prácticamente terminado, dada las cifras oficiales que muestran una recuperación de la economía.
El producto interno bruto (PIB), luego de una caída de 35 por ciento en 1993, creció 28,4 por ciento desde 1994 hasta el primer semestre de este año, en tanto las inversiones extranjeras directas superan los 4.500 millones de dólares.
El vicepresidente Carlos Lage informó a principios de este mes que el PIB aumentó 7,7 por ciento en el primer semestre del presente año, gracias a una mayor producción azucarera y petrolera, entre otros factores.
Sin embargo, el propio Lage y otras fuentes oficiales alertaron que el PIB es un indicador macroeconómico que no refleja fiel y objetivamente los avances de un país, aunque puede tomarse como una referencia.
"Lo que está claro es que los momentos más difíciles han quedado atrás y el país posee una estrategia de desarrollo", observó un comentarista oficial de temas económicos.
Sin embargo, el experto explicó que el "período especial, como concepto referido a las fuertes y especiales tensiones" que sufre la economía cubana", no debiera considerarse concluido. (FIN/IPS/pg/dm/if/00