(Arte y Cultura) DANZA-PERU: Los bailes prohibidos por la Iglesia

La Iglesia Católica prohibió tres danzas populares de Perú en la era colonial. El totarque desapareció, tragado por el olvido. La pava se baila a escondidas en la costa norte. La danza de tijeras, en cambio, es hoy plato fuerte de festivales folklóricos.

La Concha Acústica del Instituto Nacional de Cultura en Lima fue escenario de un Festival de Danzarines de Tijera, torneo para seleccionar al elenco de una futura gira folklórica internacional.

Por otra parte, musicólogos y coreógrafos realizan estudios en algunas zonas de Piura y Chiclayo donde todavía se baila la pava, danza así denominada porque reproduce el apareamiento de la "pava aliblanca", ave casi extinta que poblaba algunos valles costeros peruanos.

El totarque y la pava eran bailados por los esclavos negros y fueron prohibidos por la Iglesia por su contenido erótico.

Mientras, la danza de tijeras, de origen indígena y creada también durante la dominación española, fue, tal vez, evolución de algún ritual prehispánico de adoración a "los señores de las profundidades de la tierra", entes que para la Iglesia Católica no podían ser otra cosa que demonios.

Los "danzaq" bailan golpeando entre sí las hojas de una tijera de acero, se contorsionan como acróbatas convulsos y en las ferias de las aldeas andinas a veces compiten entre sí para determinar quién es capaz de exhibir más frenesí.

Estos bailarines debe iniciarse bajo la tutoría de un "danzaq" mas viejo, quien, luego de controlar el cumplimiento de tres días de ayuno purificador, les permiten ingresar a la cueva donde contraerán enlace con sus tijeras y las velarán toda la noche hasta que se les aparezca el diablo.

Las autoridades coloniales y las excomuniones no consiguieron desterrar la danza de tijeras, como tampoco el uso del quechua, idioma prohibido después de la rebelión de Tupác Amaru con el fin de eliminar la identidad cultural de los indígenas.

"Aunque aceptaron el catolicismo, los indígenas andinos no se olvidaron de sus dioses. Los mantenían como un culto discreto y simultáneo, porque su religión original era panteísta y adoraban a las fuerzas de la naturaleza, entre ellas a los cerros", señaló la historiadora Esther Salazar.

"La descripción que hacían de los demonios y del infierno debajo de la tierra les parecía una alusión a los 'apus', dioses tutelares de las montañas, y no veían razón para poner fin a una forma de veneración ritual. Los danzaq, incluso, venían a exhibir sus proezas en las fiestas católicas" concluye Salazar.

Algo parecido ocurrió con la pava. Los esclavos negros no entendían por qué el requiebro amoroso de un ave era cosa del diablo, y siguieron cultivando la danza en sus reuniones íntimas. La costumbre permaneció en algunas zonas muy populares con mayoría de origen africano.

"Hasta hace algunos años, la pava era bailada en las zonas populares de Morrope, con un poco de moderación, claro, en las fiestas navideñas. Bailarla se consideraba mas divertido que escuchar villancicos", informó el investigador Martín Tuñoque en un seminario académico en 1999.

Cuentan los que han visto alguna vez bailar la pava que en ella participan una o dos parejas de diferente sexo. Las mujeres, ligeramente encorvadas hacia adelante, fingen picotear granos en el campo o mirar despreocupadamente el horizonte.

Los hombres caminan con las piernas dobladas, contoneándose y tratando de atraer la atención de las mujeres con roces del cuerpo, citándolas y sitiándolas hasta rendirlas, mientras el coplero imita los gritos del pavo y canta: "Suaz que te pica, suaz que te mete el pico, suaz por el espinazo…"

El historiador Juan José Vega dice que la prohibición eclesiástica es la probable razón por la cual la pava no figura en el "Diccionario Folklórico Piurano" del sacerdote Esteban Puig. Pero el cronista librepensador Ricardo Palma la mencionó en una de sus recopilaciones de "Tradiciones" peruanas.

Palma comentó que la Inquisición consideró excesiva una de las coplas, que aludía al cortejo y seducción de una señora española por un fraile, sumada a la versión mímica del apareamiento del ave.

Sobre el totarque, la danza erradicada y quizá de directo origen africano, solo queda un testimonio escrito por el poeta andaluz Manuel Rosas de Oquendo, que la vio bailar en Lima.

"Parece que las caderas/ tienen un molino de aire/ sones que el demonio ha puesto/ para que el hombre se enlace./ Pues pensar que no se alteran/ los hombres con estos bailes/ es pensar que son de piedra". (FIN/IPS/al/mj/cr/00

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