Una revista publicada por niños y niñas que viven en las calles de la capital de Argentina acerca cada dos meses experiencias y temores del desamparo a un público desconfiado y ajeno a esta cada vez más extendida realidad cotidiana.
La publicación surgió en 1998 del taller de periodismo de un hogar para menores abandonados, con el fin de sensibilizar a los lectores sobre los sentimientos, problemas y estremecedoras historias de un mundo desconocido para buena parte de los habitantes de Buenos Aires.
Esos niños forman parte del paisaje urbano que frecuentan diariamente los habitantes de la capital, acostumbrados a su presencia y pedidos, a veces planteados con agresividad, en estaciones de ómnibus y trenes, paradas de taxis, plazas y hasta en las puertas de sus viviendas.
La revista Chicos de la Calle muestra testimonios de niños y niñas sensibles, con aspiraciones de educarse y trabajar, con sueños de comprar una casa a una familia que los dejó ir, y con pena por su destino de enfermedad, maltrato, drogadicción o abusos varios.
"Abandoné la escuela a los 13 porque trabajaba todo el día en la calle y a la noche estaba muy cansado para ir", comenta Leonardo, de 13 años, en un diálogo publicado en la revista.
Por su parte, Jorge, de 15 años, supone porqué algunos niños en las calles se drogan: "…deben sentir que es mejor que pensar en su futuro", dice.
Los testimonios se mezclan con dibujos, historietas o narraciones de vida como la de Norma, que cuenta que a los 12 años comenzó a vivir en la calle, a los 15 tuvo a su hijo, un compañero y una casa.
"Pero ahora, a los 18, porque el destino lo quiso, estoy en la calle de nuevo y perdí todo, hasta a mi hijo", relata Norma.
En la publicación también se intercalan columnas de invitados – en general expertos en temas de infancia y marginalidad- y hasta una fotonovela que se elabora junto con el taller de fotografía.
Tanto la fotonovela como las historietas son reveladoras de las experiencias cotidianas que los tienen como protagonistas.
Una de ella cuenta la historia del niño que robó flores para regalarle a su madre y fue detenido por la policía. La madre lo reprendió: "para eso no hay que robar…". Y el niño le responde: "y entonces…¿cómo te hago el regalo?".
Otra muestra a un niño que consume drogas y aconseja, a su manera, a su hermanito para que no haga lo mismo.
Entre las secciones fijas aparece un "pequeño diccionario ilustrado de la calle", en el que los niños revelan a la comunidad algunos de sus códigos.
Por ejemplo, "buitrear" significa apropiarse de algo que a uno no le pertenece y "cortabeneficio" identifica a alguien que no los deja hacer lo que quieren.
El taller es uno de los servicios del Centro de Atención Integral a la Niñez y la Adolescencia (Caina), un hogar sostenido por el gobierno de la Ciudad de Buenos Aires que recibe al año a unos 2.000 menores y les ofrece hacer deportes, teatro, circo, computación y periodismo, además de asearse y por supuesto comer.
Emilio Saad, director del taller de periodismo explicó a IPS que el objetivo de la revista es que niños y adolescentes que viven en las calles expresen sus quejas, sus reclamos y expongan ellos mismos sus problemas.
Al mismo tiempo, se busca "comunicar" esas experiencias al lector y, a través de él, a la comunidad.
El resultado es revelador y, por momentos, conmovedor. Se trata de niños y niñas que, a pesar de mostrarse duros y fuertes, tienen profundos sentimientos hacia su familia, sueñan con un hogar y con tener cosas materiales.
"Ellos tienen en claro que las cosas materiales son muy valoradas por los adultos y están, por lo general, más cuidadas y protegidas que los propios niños", comentó a IPS la socióloga Julieta Pojomovsky, directora de Caina y editora de la revista de los niños.
Adaptado al ritmo de unos menores que no tienen la constancia de los que viven con su familia, Saad explica que el taller funciona con cuatro a 12 menores, según los días, y la revista se publica cada dos meses.
Este mes se venderá también en la Feria del Libro de Buenos Aires, un evento cultural anual multitudinario, señaló Pojomovsky.
Saad comentó que "ellos dibujan y trabajan sobre un tema que les proponemos y, si lo aceptan, grabamos lo que dicen para después publicarlo junto a las ilustraciones que ellos hacen de esos temas".
Aclaró que nunca la tarea con estos niños puede ser coercitiva, sino que "depende de su voluntad".
Así, cuando se plantea el tema de la escolaridad, muchos dejan saber cuáles son las limitaciones de estos niños a la hora de ingresar al sistema formal.
"Te piden documentos, domicilio permanente, y que te acompañe tu madre o tu padre, y yo no tengo nada de eso", comentó Jorge, de 12 años.
Walter, de 15, dice que abandonó cuando su hermano salió del "instituto", en alusión a un asilo para menores delincuentes. "Yo no podía seguir yendo a la escuela y viviendo en mi casa, si él, que era más chico, se había ido a la calle, así que me fui con él para cuidarlo".
Laura, de 12 años, explica que el problema con la escuela es que los maestros "se asustan".
"Los chicos de las casas tienen una madre que les enseña lo que no se puede hacer, pero los de la calle no, y entonces se ponen a fumar o a hacer cualquier cosa, y los maestros se asustan", reveló la niña.
Los mismos adolescentes que parecen duros e insensibles, confiesan un amor incondicional por su madre, casi la idolatran y se culpan a sí mismos por no merecer su atención. Sueñan con hacerles regalos, como una casa, un automóvil, un boleto para viajar a Miami, pero siempre la sitúan lejos.
"Salí a la calle a los 7 años, y no iba a la escuela. A los 9 años caí robando un kiosco y me llevaron al San Martín (un instituto para menores)".
"Estuve ahí encerrado por cinco años y nadie me vino a ver. Estaba solo, bah, con otros chicos. Hace un año salí, pero no volví a mi casa. Me enteré que mi mamá murió hace cuatro años". Esta larga historia es la de Carlos, de tan sólo 14 años. (FIN/IPS/mv/dm/hd/00