Sao Paulo vivió el jueves 27 su mayor atasco de vehículos, que alcanzó a 151 kilómetros, un efecto retardado de las inundaciones que impidieron el paso por muchas de sus principales vías en la víspera.
Las lluvias del miércoles 26 convirtieron en lagunas varias avenidas, especialmente la llamada Marginal del Tieté, principal carretera de acceso a la ciudad y donde los vehículos estuvieron aislados por las aguas hasta nueve horas. El congestionamiento se expandió por 129 kilómetros de calles de la ciudad.
El récord anterior había ocurrido el 9 de septiembre de 1999, cuando lluvias de intensidad similar generaron 122 kilómetros de colas de vehículos.
El 12 de este mes llovió más fuerte. Torrentes y derrumbes provocaron 11 muertes en la región metropolitana. En los primeros dias del año las inundaciones habían azotado ciudades del interior.
Hasta ahora suman 25 los muertos a causa de las intensas e irregulares lluvias de este mes en el estado de Sao Paulo. Se trata de tragedias anunciadas, que se repiten anualmente, al menos en la capital y ciudades vecinas.
Los ríos que cruzan la región metropolitana, excesivamente sedimentados, se desbordan siempre. El agua acumulada en la inmensa área pavimentada no tiene por donde salir con la rapidez necesaria.
La vulnerabilidad a cualquier lluvia intensa se agravó en la década del 80 y se hizo catastrófica en los primeros años de la del 90.
Se tomó entonces una medida paliativa, los "piscinazos", embalses destinados a retener parte de los torrentes donde son más peligrosas de los que se construyeron varios, aparentemente con escaso resultado.
A lo largo del río Tamanduateí ya se construyeron seis "piscinazos", pero no evitaron el desbordamiento el día 12, que provocó varias de las muertes.
El gobernador del estado de Sao Paulo, Mario Covas, anunció después del desastre que este año se construirán seis retenedores hídricos más para controlar la furia del Tamanduate, que cruza ciudades industriales de la región metropolitana.
Pero ellos no evitarán inundaciones en caso de lluvias torrenciales, de intensidad concentrada en poco tiempo, admitió Covas.
Una medida más eficaz, la limpieza y ampliación del lecho de los ríos, es un antiguo proyecto que avanza muy lentamente.
El río Tieté, donde desembocan el Tamanduate y numerosos riachuelos, ya consumió centenares de millones de dólares, gran parte en créditos japoneses, pero sigue obstruido por la sedimentación y la basura que arroja la población.
El gran desbordamiento del Tamanduateí y otros riachuelos este més se atribuyó al reflujo de las aguas que encontraron el Tieté desbordado.
La profundización del lecho del Tieté, previsto para fines de 1999, estará concluida en septiembre, prometió el organismo estadual de recursos hídricos, alentando esperanzas de que la situación el próximo verano no será tan grave.
El gran problema fue la expansión de la ciudad en las últimas décadas, sin atención al desagüe de las lluvias. Las areas ribereñas fueron ocupadas por barrios o avenidas, como la Marginal del Tieté, ahora sometidas a las frecuentes inundaciones.
Las grandes ciudades brasileñas en general aún no aprendieron a convivir con una pluviometría irregular. Además de las personas ahogadas, siempre se producen muertes en los derrumbes causados por las aguas previsibles, pero sin prevención.
En Río de Janeiro, donde los pobres ocupan las pendientes de las montañas que embellecen la ciudad, hay 3.407 familias (13.000 personas) que viven en casas precarias en áreas de gran riesgo, según la Secretaría Municipal de la Vivienda.
La única solución consiste en sacarlos de allí, porque las obras de seguridad son poco efectivas y demasiado caras, evaluó Moysés Vibranovski, presidente de Geo-Rio, órgano encargado del tema.
Los derrumbes dejan víctimas periódicamente, pero los habitantes rechazan la mudanza y hay un millón de personas más que ocupan las pendientes, aunque en viviendas menos inseguras.
Ese tipo de tragedia migró este año para Campos do Jordao, una ciudad turística de montaña a 180 kilómetros de Sao Paulo, donde al menos 10 personas murieron en la primera semana de enero, bajo los escombros de las colinas o de sus casas. (FIN/IPS/mo/ag/en/00