Científicos y activistas advierten sobre el peligro de los alimentos genéticamente modificados o transgénicos, pero la producción de esos alimentos también es defendida como una vía para erradicar el hambre y la pobreza.
El Grupo Consultivo sobre Investigación Agrícola Internacional (CGIAR), patrocinado por el Banco Mundial, la Organización para la Agricultura y la Alimentación, el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo y el Programa Ambiental de la ONU, defiende el uso de la tecnología genética para enfrentar una inminente crisis alimentaria mundial.
En el libro "Alimentación y ciencia en el siglo XX: Ciencia para la agricultura sustentable", editado por el CGIAR, se prevé la necesidad de una nueva revolución agrícola, más potente que la llamada "Revolución Verde" de los años 60, que debería aprovechar los progresos científicos y tecnológicos.
El empleo de modificaciones genéticas en la producción de alimentos fue objeto de protestas durante la fracasada Conferencia Ministerial de la Organización Mundial de Comercio que se realizó la semana pasada en la ciudad noroccidental estadounidense de Seattle, y es muy discutido en el mundo.
El debate en torno a los organismos genéticamente modificados, que se ha desarrollado con especial intensidad en Europa, se ha dedicado más a sus posibles riesgos que a sus eventuales ventajas.
Los críticos advierten sobre inminentes epidemias de cáncer, malformaciones en recién nacidos, esterilidad e incontrolables plantas similares al monstruo de Frankenstein, mientras defienden la llamada "agricultura orgánica", en la cual no se emplean productos químicos como fertilizantes y pesticidas.
Las primeras plantas transgénicas fueron desarrolladas en forma experimental en 1982. Desde entonces se han examinado diferentes combinaciones y variedades, y las primeras cosechas con fines comerciales estuvieron disponibles en 1996.
El CGIAR señaló que "ningún incidente en ingeniería genética o biotecnología sugiere que los riesgos sean diferentes, mayores o estructuralmente distintos de los asociados con la clásica investigación mendeliana" (desarrollada por el austríaco Johann Mendel, padre de la genética, en la segunda mitad del siglo XIX).
"Los instrumentos biotecnológicos pueden introducir genes que contrarresten la toxicidad del suelo, resistir plagas de insectos e incrementar el contenido nutritivo de las cosechas", apuntó.
"En algunas regiones, el rendimiento puede haber alcanzado el tope, muchas de las tierras más prometedoras ya se cultivan en forma intensiva, la erosión aumenta, la escasez de agua afecta a muchas áreas y la mayoría de las pesquerías en el mundo son superexplotadas", añadió.
El CGIAR desarrolla una campaña por "el uso seguro y responsable" de las modificaciones genéticas, alegando que el mundo deberá aumentar 50 por ciento su producción alimentaria para nutrir a sus habitantes en el 2020.
El promedio de incremento de las cosechas ha descendido a cerca de 1,3 por ciento por año, y hace tres décadas era casi el doble.
"Esa caída podría indicar que la irrigación y la fertilización han alcanzado su límite de eficacia, o incluso que la habilidad de los cultivadores para desarrollar variedades de alto rendimiento ha llegado al máximo, al menos para las cosechas cerealeras", observó el CGIAR.
En los últimos 50 años se ha degradado un cuarto de las 8.700 millones de hectáreas cultivables en el mundo, tierras de pastoreo, selvas y superficies arboladas, por mal uso o explotación excesiva.
El Instituto de Administración Internacional del Agua, con sede en Sri Lanka, dijo que a eso debe agregarse el hecho que en 25 años "un cuarto de la humanidad sufrirá severa escasez de agua. Esa crisis representará la mayor amenaza para la seguridad alimentaria, la salud humana y el ambiente".
La agricultura ya consume 70 por ciento de la existencia mundial de agua potable, y cerca de 90 por ciento en países asiáticos como China e India, que dependen de la irrigación intensiva.
La Comisión Mundial sobre Agua informó que 31 países, casi todos en el mundo en desarrollo, afrontan escasez de agua. Para el 2050 la cantidad aumentará previsiblemente a 55.
Ante semejante panorama, al cual se agrega que alrededor de 500 millones de personas viven sobre terrenos montañosos difíciles de cultivar y otros 850 millones en áreas amenazadas por la desertificación, "el camino a seguir requiere la incorporación de la ingeniería genética", subrayó el CGIAR.
"Para progresar necesitamos disociarnos de la absurda noción de que toda la biotecnología es como la de Monsanto" (una firma transnacional que desarrolló semillas para producir plantas estériles), señaló la estudiosa brasileña María José Amstalden Sampaio.
La experta afirmó que es necesario ampliar los horizontes para comprobar que las innovaciones de las ciencias biológicas "siempre han surgido, y lo seguirán haciendo, del conocimiento genético".
"La agrobiotecnología mantiene la promesa de aumentar los rendimientos y los valores del mercado para los campesinos. Asegura producir plantas que crecerán en ambientes hostiles con menor necesidad de insumos químicos, protegiendo el ambiente", apuntó Sampaio.
Los nuevos cultivos tendrán "mayor composición nutritiva" y reducirán la pérdida de semillas tras las cosechas, añadió.
Sampaio cree que el mayor desafío es transferir esas nuevas características a cultivos sociales y alimentos básicos para nutrir a los más pobres y hambrientos.
En México, investigadores financiados por la Fundación Rockefeller han agregado dos genes a los cultivos básicos de arroz y maíz que, al parecer, aumentan su tolerancia al aluminio y contrarrestan la toxicidad del suelo que es común en muchas áreas tropicales.
Los científicos también están trabajando para hacer que los genes aumenten el contenido de hierro del arroz y ayuden a prevenir la anemia humana.
"Los gobiernos, la sociedad civil y el sector privado deben brindar los medios para movilizar la ciencia y la investigación con miras a una alimentación y una agricultura sustentables", declaró Mahendra Shah, secretaria ejecutiva del sistema de revisión del CGIAR.
"Los países industrializados aportan mil veces más dinero para subsidiar su agricultura que para financiar estudios agrícolas internacionales sobre productos alimentarios básicos para los pobres", agregó. (FIN/IPS/tra-en/gm/ego/mp/dv sc/99)