El golpe militar en Pakistán y la reelección en India del gobierno nacionalista hindú de Atal Behari Vajpayee, sumados a presiones internas en ambos países vecinos, hacen augurar un incremento de la tensión bilateral.
Tan pronto como el primer ministro paquistaní Nawaz Sharif fue derrocado el día 12 por el general Pervez Musharraf, jefe del ejército y del Estado Mayor Conjunto, India puso sus tropas en "alta alerta" y expresó su "grave preocupación" por el revés al proceso de democratización en Pakistán.
Desde entonces, la reacción de Nueva Delhi varió desde el regocijo por la nueva oportunidad de acercamiento a Washington hasta el rechazo de plano de la oferta de Musharraf de un diálogo bilateral "incondicional y orientado hacia resultados" sobre diversas cuestiones, incluida Cachemira.
Por debajo de las declaraciones de funcionarios indios sobre su relativa neutralidad y voluntad de tratar en forma madura con todos los régimenes de Pakistán, ya sean civiles o militares, yacen diversos temores, sospechas y cálculos.
Estos, junto con la línea dura de Musharraf hacia Nueva Delhi – reflejada en su promoción en mayo de la invasión de la zona fronteriza de Kargil, en la región de Cachemira controlada por India-, constituyen un mal augurio para las relaciones entre ambos países vecinos y rivales, armados de bombas nucleares.
Brajesh Mishra, asesor de seguridad nacional de India, rechazó la oferta unilateral de Musharraf de reducir sus tropas a lo largo de de "la frontera internacional" con India, y declaró que sólo podrá entablarse un diálogo una vez que Pakistán cese sus "operaciones terroristas transfronterizas".
Cualquiera sea la validez de la afirmación de Musharraf de que el término "frontera" no se extiende a la Línea de Control que divide entre los dos países la región de Cachemira, sino sólo al límite internacional acordado entre los estados de Punjab y Sindh,la reacción de India reduce la probabilidad de conciliación entre los vecinos.
Los hechos internos de Pakistán son inseparables de la tensión surgida entre Sharif y Musharraf luego de la operación de Kargil.
Rumores de diferencias entre el primer ministro y el jefe del ejército circulaban desde principios de julio, cuando Sharif, presionado por Estados Unidos, ordenó el retiro de los supuestos combatientes mujaidines de la frontera.
En realidad, se trataba de miembros del ejército que se habían infiltrado en el estado indio de Jammu y Cachemira, el único de mayoría musulmana, a través de la Línea de Control.
Pero existe otro enfoque en India del golpe en Pakistán. La propia guerra de Kargil se produjo porque el ejército paquistaní consideró que la posesión de armas nucleares volvía a Islamabad invulnerable y por tanto podía iniciar un conflicto convencional limitado con India sin correr demasiados riesgos.
En los dos meses que duró el conflicto, que causó más de 1.000 muertes, funcionarios de gobierno de India y Pakistán intercambiaron amenazas de ataques nucleares, velada o directamente, no menos de 13 veces.
Cuatro meses después de finalizado el conflicto, fuerzas de derecha toman el poder en ambos países.
El Partido Bharatiya Janata (PBJ) que encabeza Vajpayee expresó su aprobación a la "diplomacia de autobús" en Lahore el pasado febrero, pero históricamente siempre se opuso a la conciliación con Pakistán y a una solución pacífica y negociada al problema de Cachemira.
La posición del PBJ es que el estado de Cachemira es parte integrante de India y esto no es negociable. El partido también promueve la vía militar para hacer frente al movimiento "azadi" por la autonomía en el valle de Cachemira.
Del otro lado de la frontera, el ejército paquistaní se considera guardián de la nación y sus bases islámicas. En los últimos años, recibió influencias políticas de extremistas islámicos y se involucró con Talibán y otros grupos fundamentalistas.
Aunque Musharraf no es conocido como un radical, nunca negó su apoyo a los mujaidines ("combatientes por la libertad"), como tampoco lo hicieron otros generales paquistaníes.
El actual contexto de creciente sospecha mutua y tensión bilateral fue agravado por el rechazo la semana pasada del Tratado de Prohibición Total de Pruebas Nucleares por el Senado de Estados Unidos.
El pacto requiere para entrar en vigor la ratificación de 44 estados, incluso India y Pakistán, que no lo han siquiera firmado. Tampoco lo aprobaron Rusia y China. La falta de ratificación de otros países reduce la presión sobre Nueva Delhi e Islamabad.
Aunque el tratado no impide la fabricación y acumulación de armas atómicas, crearía un ambiente conducente a la restricción nuclear.
En ausencia de cualquier medida de limitación, lo más probable es que India y Pakistán persistan en su carrera nuclear.
Estados Unidos no calificó los sucesos de la semana pasada en Pakistán como un "golpe" ni los condenó con energía, aunque exhortó a los militares a restaurar el régimen "constitucional, civil y democrático".
La moderación de Washington puede deberse a que considera mejor las sugerencias a Musharraf que la confrontación directa o las amenazas, pero esta actitud envió señales equivocadas a los derechistas indios.
Algunos de ellos ven en el golpe militar de Pakistán una oportunidad de realizar junto con Estados Unidos una "campaña conjunta contra el terrorismo internacional".
Así mismo, este enfoque probablemente los lleve a cuestionar cualquier oferta de diálogo de Pakistán, aun de retiro de tropas, y por tanto a arruinar cualquier oportunidad de conciliación.
Por supuesto, podrá haber algunos gestos simbólicos, incluso intentos a medias de mejorar las relaciones bilaterales en las próximas semanas.
Pero a un nivel más fundamental, el escenario está preparado para más tensión y rivalidad entre ambos países vecinos, a menos que la comunidad internacional los empuje hacia la sobriedad y la conciliación.
Para que esto suceda, la comunidad internacional debe cambiar su actitud en favor de la restricción nuclear y el control de armas.
El agravamiento de la tensión entre India y Pakistán podría tener consecuencias muy negativas para los pueblos de ambos países, que no sólo han sido víctimas del militarismo y el patrioterismo, sino también del desvío de recursos de sus necesidades fundamentales de desarrollo.
Cabe recordar que el nacionalismo y los enfoques radicales en ambos países se alimentan de la desconfianza mutua. (FIN/IPS/tra- en/pb/an/mlm/ip/99